Veinte reglas de discusión crítica

Álvaro Ferrer | Sección: Política, Sociedad

#08-foto-1 Veinte reglas de discusión crítica, a propósito de las discusiones en torno a las conductas homosexuales (lista no taxativa y ciertamente aplicable en otras materias):

1. Use muchos adjetivos, por cierto sin justificar su predicación. A quien piensa distinto llámelo conservador, y a su discurso conservadurismo; o llámelos homofóbico y homofobia, respectivamente. También, escúdese aludiendo a la hetero-normatividad de la cual procede el argumento contrario, para zanjar así la discusión desde el inicio. Pero recuerde: no de razones, sólo repita adjetivos.

2. No haga distinciones ni atienda a ellas. Así, vincule de modo indisoluble las palabras de su contradictor a sus cualidades personales, de modo tal que los ataques personales se transformen automáticamente en aparentes descalificaciones y refutaciones de las razones contrarias. También, pase por alto la objetiva diferencia entre inclinación, orientación, condición y decisión: si tales términos aparecen, úselos para justificar rasgos de personalidad inmodificables. O al revés, según la conveniencia del caso concreto.

3. Invoque repetidamente la “autonomía” como valor supremo y justificante de los actos homosexuales (pero hágalo rápido, sin pausas, para que nadie note el determinismo subyacente que niega la libertad de las personas para decidir en contrario); en su defecto, aluda –en tono solemne, melancólico o enfadado, según prefiera– al “amor” (pero en caso alguno cometa el error de definir tal concepto, pues sólo su equivocidad permite incluir dentro de él cualquier cosa y/o conducta), y reclame que la libre expresión del mismo es reprimida injustamente por quien critica la moralidad de determinados actos. Ya sabe: el amor es algo tan lindo que hay que darle rienda suelta a su expresión, cualquiera sea su concreción.

4. Juegue con categorías históricas y use el paso del tiempo a su favor: afirme que el discurso contrario es antiguo, añejo, pasado de moda, medieval –y, por lo mismo, oscurantista–; luego afirme que la tesis que usted sostiene es moderna, nueva, vigente, etc. De ello se seguirá “lógicamente” la superioridad de su tesis. Como es obvio, no profundice, sólo afirme (para que nadie repare en que lo antiguo o moderno no es mejor ni peor, ni verdadero ni falso, ni correcto o incorrecto, ni conveniente o condenable, sólo por ello).

5. Apele a la autoridad. No a cualquiera, sino a la APA, OMS, ONU, CIDH, CEDH y cualquiera otra que tenga el mismo compromiso ideológico. No analice los argumentos de tales autoridades; jamás explicite las premisas mayores tácitas desde las cuales ellos deducen sus conclusiones; no revele información sobre la conducta personal de dichos expertos (pues, como usted sabe, “todo es autobiografía”); no revele el proceso histórico-político que condujo a los hitos defendidos por esas autoridades. Solo cite, nada más. Como mucho, hable indefinidamente de “la doctrina”. Y, acto seguido, ridiculice a quien ose contradecir autoridades tan reverendas por el simple hecho de interntarlo (obviamente sin decir por qué esos argumentos tienen menor mérito intrínseco).

6. Hable en difícil, con tono algo compungido, solemne, y añada aires de erudición. Cite muchos autores (por favor, no a los clásicos), de preferencia utilice modernistas y liberales. No detalle dónde ni cuándo dijeron lo que usted dice que dijeron. No fundamente cómo es que aquello que dijeron es correcto o verdadero. No demuestre cómo es que tales verdades sostienen las que usted defiende. Simplemente abunde en citas; así, el ignorante asumirá que usted es más inteligente e ilustrado, y que por ello tiene la razón. Si no le da vergüenza, invente que tal o cual honorable dijo lo que a usted le conviene o sirve, pues difícilmente alguien reparará en ello y, si alguien lo descubriera, rara vez se atreverá a enfrentarlo (pues, lo sabemos, las funas y similares logran su objetivo).

7. Recurra a estadísticas que le sirvan, descarte y omita las contrarias. No revele el compromiso o interés de los autores de dichos estudios en la materia. No hable de su financiamiento. Tampoco saque a la luz la unidad de medida implícita desde la cual los estudios evalúan la realidad observada. No entre en detalles que podrían abrir flancos débiles (como método, tamaño y composición de la muestra, grupos comparativos y sus características, etc.). Si las fuentes provienen de universidades norteamericanas o europeas ubicadas en altos puestos del ranking que sea, excelente: remítase al efecto a lo sugerido en el punto Nº 5 anterior.

8. Invoque a Dios aún cuando su contradictor no argumente desde la fe; afirme que su contraparte pretende imponer sus creencias personales a los demás (aún cuando sus argumentos sean de razón natural). Agregue que el Estado es y ha de ser laico (y aquí ponga un marcado punto final, no sea que alguien se dé cuenta que todo Estado laico es en la práctica laicista).

9. Niegue categóricamente la existencia de la verdad y de cualquier pretensión de conocerla con objetividad y certeza (hágalo rápido y con fuerza, para que nadie repare en la evidente contradicción), sobre todo en materia de moral y costumbres. No obstante lo anterior, defienda su tesis como objetivamente verdadera y la imposibilidad de que la contraria pueda serlo a la vez y en el mismo sentido.

10. Bajo el supuesto anterior, abogue por la neutralidad en asuntos controvertidos y el deber de la autoridad de guardar distancia y no tomar partido, permitiendo a las personas adultas decidir por sí y ante sí según mejor les parezca (aquí, si prefiere, use frases más estilizadas, tales como “la autoridad tiene el deber de tratar a todas las personas con igual consideración y respeto”). Si fuera necesario, establezca la reserva de que el principio anterior no aplica a otras materias (para evitar que su contradictor intente alguna reducción al absurdo). Proceda con precaución, a fin de que nadie note que usted promueve una neutralidad para nada neutra.

11. Haga notar diferencias de trato. Basta con enumerarlas. Luego agrúpelas bajo el concepto “discriminación”. No será necesario fundamentar desproporción objetiva entre medios y fines, ni arbitrariedad, tampoco irracionalidad. Los tiempos no están para tanto. Los tribunales tampoco. Y las redes sociales, pues mucho menos. Aproveche.

12. En línea con la sugerencia anterior, exija igualdad de trato (bajo el lugar común “desigualdad = injusticia”). A todo evento oculte el que usted u otros han decidido libremente realizar los actos sobre cuya moralidad se discute.

13. Si tocara enfrentar a alguien bien formado y con sentido común, y por tanto los numerales anteriores resultaran inaplicables o infructuosos, recurra a la amenaza de fuerza. Para ello bastará catalogar los dichos contrarios como “discurso de odio”. Por favor, por ningún motivo conceda al contrario el que sus razones distinguen entre personas y sus actos. No. Ponga todo en el mismo saco. Al efecto, seleccione, copie y pegue: tome una frase del discurso de su contradictor, póngala entre comillas o en cursiva, ignore el contexto en que fue expresada y dele la interpretación que quiera, siempre alineada con el objetivo final que todo lo justifica: quien piensa distinto –cualquiera sean sus argumentos– es malo, odia e incita al odio, y debe ser callado de una vez y para siempre. Insista. Repito: insista. La recurrencia dará frutos. Este recurso incluso le permitirá imputar delitos: recuerde que usted goza de privilegios, pues la categoría en que usted dice que se encuentra es de aquellas especialmente protegidas como sospechosas de discriminación (nuevamente, ¡no hable de arbitrariedad!).

14. Aprovechando los privilegios ya señalados, y en caso fuera necesario, muéstrese como víctima. Aquí resulta muy bien relatar historias de alto contenido emotivo, para con ellas apelar a la misericordia y disponer favorablemente la voluntad de quien sea que escuche. Asimismo, tales relatos sirven para mostrar como muy mala persona a quien no muestra la compasión que usted reclama. Ya sabe: de aquí son los buenos, de allá son los malos. Si los argumentos contrarios fueran sólidos, una buena estrategia de victimización es hacerse el incomprendido (así disfraza las debilidades propias como un defecto intelectual del contrario).

15. Siguiendo con la explotación de los afectos, utilice un concepto laxo de dignidad humana: le servirá de escudo contra todo argumento contrario, los cuales pasarán a ser armas que atentan indebidamente contra ese “valor” supremo. Pierda cuidado: si usa bien este consejo podrá avanzar su agenda sin mayor dificultad, incluso sobreponiéndose a la autonomía universitaria, la libertad de cátedra y de expresión. Responsablemente puedo asegurar que, por esta vía, algunos de sus contradictores podrán perder su trabajo. Dele no más.

16. Abogue por un diálogo que incluya todas las posturas cuando sus contrarios pretendan exponer sus puntos de vista de manera exclusiva, por ejemplo en un seminario académico. Apele a la idea de universalidad y la riqueza intrínseca de la diversidad, repitiendo la frase de manera recurrente y sin dar cuenta de su contenido y/o fundamentos. Si fuera el caso, sostenga que todo ello conduce mejor al descubrimiento de la verdad (da lo mismo si con esto contraviene lo dispuesto en el numeral 9). Olvide lo anterior cuando usted sea el organizador del evento.

17. Aplique lo dispuesto en el numeral anterior para realizar críticas a currículums académicos, programas de cursos e incluso idearios de establecimientos educacionales que osen enseñar algo diferente a lo que usted piensa y/o practica.

18. Sea positivista cuando el texto de la norma vigente le convenga, y iusnaturalista en caso contrario. Cambie según requieran las circunstancias.

19. Use las redes sociales para concitar apoyo numeroso –y en su mayor parte irreflexivo– a sus pretensiones. Verá como las pasiones sustituirán rápidamente a las razones y su contradictor será acorralado, cuando menos, con diversos improperios. Si cabe incluir entre sus aliados a algún personaje de farándula, mucho mejor. Recuerde que las redes sociales son poderosas en la creación de sensaciones, como aquella de respaldo mayoritario. No se preocupe, con ello bastará para ocultar que, en realidad, sus pretensiones son las de una elite minoritaria.

#08-foto-220. No olvide recurrir a los conceptos de tolerancia y pluralismo (idealmente intercalados cada tres o cuatro frases). Sea majadero: han de erigirse en los pilares del orden social que usted pretende. El objetivo es adueñarse de ambos conceptos (pero sin explicitar su contenido). Así, ejerciendo dominio, podrá sin problema incluir dentro de su tolerancia la intolerancia a su contradictor, y su pluralismo logrará excluir el discurso opositor. Ya sabe: el dueño pone las reglas. Con esas banderas bien podrá disimular –más los artificios anteriores– la imposición de un pensamiento único.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Chile B, www.chileb.cl.