«Somos todos»

Alfredo Jocelyn-Holt | Sección: Política, Sociedad

#10-foto-1Andar definiéndose según distintas causas es típico de nuestros días. Pasa algo en alguna parte del mundo, y la empatía cunde, téngase o no que ver con el asunto. Abrazar causas ajenas como propias está de moda.

Pienso en el “somos todos”, un recurso retórico publicitario que aunque trillado sigue empleándose. Hay “somos todos” de todo y para todo. En 1985 fuimos “We Are the World” de la mano de Michael Jackson y Lionel Richie, preocupados por Africa. En 1989 fuimos todos Salman Rushdie. En 2006 fuimos todos daneses (por las caricaturas de Mahoma). En 2010 todos Haití. En 2011, además de estudiantes chilenos en las calles, fuimos todos egipcios (por la “Primavera Arabe”). Todos Malala Yousafzai y Daniel Zamudio en 2012. En 2013 todos Chávez, y ahora en 2014, todos Ayotzinapa, la Teletón, y un cuanto hay más. Las causas podrán ser legítimas (es comprensible que susciten adhesiones), pero que se nos inste a asumir identidades tan diferentes, que el llamado siempre sea todo inclusivo (sin admitir disenso alguno), y el efecto se vuelva epidémico es como para ponerle atención.

Una explicación es que en este afán por congregarse hay una suerte de nostalgia por una comunidad perdida. Otra es que volverse en un alguien, en un individuo, se ha vuelto complicado en el mundo actual. Todo es más potente en manadas, batallones, hinchadas, tribus, sectas, procesiones, movimientos y masa. Pertenencias de esta índole crean cierta fantasía supletoria de empoderamiento, destino y lugar en la historia. Agréguenle redes sociales, activistas, campañas de denuncia y convocatorias “todos al estadio”, y la voluntad general de que hablaba Rousseau deviene en una alternativa más atractiva y eficaz que la política, entendida inmemorialmente como contraposición de intereses diversos y negociación.

El tema es especialmente atingente a este continente donde el populismo goza de excelente salud, no así las instituciones. El problema es que sabemos a dónde conduce el populismo: siempre a la unanimidad. “Si la apelación constante al pueblo como un todo, no sólo a un cuerpo representativo pequeño, se mantiene, al mismo tiempo que se postula la unanimidad, no hay escapatoria posible de una dictadura” advierte J. L. Talmon en Los orígenes de la democracia totalitaria. Por eso H. Arendt le decía a Gershom Scholem: no, ella nunca había “amado” a ninguna nación, clase trabajadora u otra colectividad; desconfiaba de los holismos: “amo sólo a mis amigos y soy incapaz de cualquier otro tipo de amor”.

Demasiado amor y gente hablando por todos nosotros es como para preocuparse. En qué quedan los que no comulgan, se restan, o disienten de ese todo omnicomprensivo que algunos siempre andan promoviendo por los mejores motivos humanitarios ídem lucrativos: esa es la cuestión política que de verdad importa. No porque la Nueva Mayoría insista en reclamar para sí una totalidad (cambiar el país hasta dejarlo irreconocible), “somos todos” su programa y ella “es Chile”; tampoco lo fue Pinochet.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera.