“Perdón, soy católica”

Rosario Corvalán Azpiazu | Sección: Educación, Religión, Sociedad

#11 foto 1Cada vez se reducen más los espacios públicos para decir que se ama a Cristo. Esta frase como que incomoda, avergüenza, parece ser un derroche de intimidad demasiado innecesario. Y esos espacios se reducen en medida inversamente proporcional a los de expresión de sentimientos y pensamientos de todo otro tipo. Eso es lo que alarma.

La religión ha pasado a ser algo que hay que guardar (si no esconder); como si mostrarla o hablarla fuera imponerla. ¿Hasta cuándo nos jactamos de la creciente capacidad de diálogo de nuestra Universidad si, teniendo ella los caracteres de “Pontificia” y de “Católica”, cada vez hay menor cabida para hacer ver la postura de la Iglesia? Hace tiempo ya que estamos en el mundo al revés.

Hemos empezado no sólo a avergonzarnos de hacer público nuestro amor a Cristo (sí, qué cursi esta columna), sino que a reducir ese amor a un mero “aspecto” de nuestra vida. Es que eso de andar “mezclando” religión con política es lo más retrógrado que hay… Como si la persona humana fuera un mueble con compartimentos estrictamente separados y rotulados: “vida privada”, “vida pública”; “carrera”, “política”, “plata”, “cultura”, “moral social”, “moral sexual”, “familia”, “amigos”, “religión” (el cajón con llave). Eso es no entender nada.

De ahí, de esta fragmentación del hombre –y, sobre todo, del cristiano– proviene, en gran medida, nuestra inmutación cada vez más patente cuando se nos humilla o se insulta directamente la fe, a la Iglesia… a Dios (y es que no se trata sólo de un insulto a la libertad religiosa, como pretenden algunos).

Yo me pregunto, a modo de ejemplo, dónde estaban los católicos de la UC cuando se quemó una Biblia, durante una manifestación odiosa, a la entrada de nuestra Casa Central, el semestre pasado de este año. Y la respuesta es triste: muchos estaban justo ahí. Muchos lo vieron y pasaron de largo. Miedo, quizás. Pero ¿Y después?, ¿Dónde están las reacciones apasionadas –que no por eso menos justas y necesarias–? ¿Dónde los actos públicos de desagravio? ¿Dónde el reproche de las autoridades? Entre cuatro paredes. En un pensamiento aislado, en una conversación discreta. En una oración triste o en un comentario sutil. Es que eso de andar mezclando religión con otras cosas… Además, después de todo, hay libertad de expresión (¿o no?).

Entonces, a ver si entiendo: hacer pública la postura de la Iglesia (en una Universidad Católica) es intolerante y avasallador. Pero dejar que se queme una Biblia (en una Universidad Católica) a vista y paciencia de profesores y alumnos, es tolerancia. Poner freno a situaciones como ésas sería discriminar y atentar contra la libertad de expresión. (Y, repito, el caso de la Biblia quemada es sólo un ejemplo entre muchos otros que pasamos por alto a diario).

El asunto es grave. De hecho, hay un par de consejos que se me han dado explícita o implícitamente desde que entré a la Universidad. Uno de ellos: si “pesa” sobre tu historial el haber estudiado en un “Colegio Opus”, ¡escóndelo! A toda costa. Y si has de decirlo en alguna situación extrema, inserta a continuación esta frase hecha: “Sí, mi Colegio es ‘Opus’, pero a mí no me gusta; yo no soy ‘Opus’”. ¿En qué minuto llegamos a esto?

Hay, además, un segundo problema. No sólo son muy pocos los que, como hasta aquí hemos diagnosticado, se atreven a defender las nociones cristianas de hombre y de sociedad. Se agrega a este mal el que los pocos que sí lo hacen, con frecuencia se niegan a defender dichas nociones cristianas “en cuanto cristianas”. De ahí que sea frecuente escuchar: “Sí, yo pienso esto, ¡pero no porque sea católico!; eso no tiene nada que ver acá”. Hay en esta actitud una falta seria de honestidad intelectual; pues se está escondiendo deliberadamente la motivación principal y más trascendente que lleva a quien discute a promover una determinada visión del mundo. No pido con esta crítica, en modo alguno, que dejemos a un lado los argumentos de razón natural; simplemente pido que nos atrevamos a poner sobre la mesa toda la batería de argumentos que nos han convencido de una determinada postura; incluidos los argumentos de fe. Ya verá el interlocutor si los toma o los deja. Pero lo contrario es ser acomplejado de la propia identidad, y, además, es ser injusto y poco transparente con ese mismo interlocutor con quien discutimos.

Este segundo problema puede ponerse en palabras más simples: Si el marxista explicita que sus posturas se basan en Marx; si el liberal explicita que sus posturas se basan en Locke; ¿por qué el católico no puede explicitar que sus posturas se basan –si bien no exclusivamente, porque interviene también, como hemos dicho, la razón natural– en el mensaje de Cristo y en el Magisterio de la Iglesia? Y esto lo digo no para reducir la fe a una ideología, sino para hacer ver que todas las visiones de mundo tienen alguna fuente de inspiración. ¿Por qué el miedo a revelar esa fuente? ¿Tenemos realmente algo que esconder? Dios es Público, Gratuito y de Calidad. Si algo (Alguien) así de Bueno no vale la pena ser gritado a los cuatro vientos, ¿entonces qué (Quién) sí la vale?
#11 foto 2Nuestra actual forma de proceder –que se ve resumida en los señalados dos problemas–, podrá ser tildada, con justa razón, de “cobarde”, “pusilánime”, “afectada”, “fría”, “quedada”. Y la valentía que nos urge, en cambio, podrá hacernos merecedores de adjetivos como “fundamentalistas”, “talibanes”, “intolerantes”, “integristas”, “locos”. Quien quiera criticar, lo hará de todos modos.

Entonces, basta de complejos. Mejor es que se nos critique por cumplir con el deber que por no hacerlo. Mejor es que se nos persiga por bienaventurados que por tibios.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por la autora en el blog El patio, http://elpatiouc.blogspot.com.