Estado docente y sabor de alma

Mauricio Echeverría G. | Sección: Educación, Sociedad

#09 foto 1A raíz de los calificativos de Gabriela Mistral sobre el Estado docente (“trust para la manufactura unánime de las conciencias”, “centurión que fabrica programas y que apenas deja sitio para poner sabor de alma”) recordados en la carta de Alfredo Zelaya a este diario, me permito agregar un par de citas.

La primera es de H. I. Marrou, el mayor historiador de la educación antigua, quien proclama que “la educación clásica trata de formar al hombre en cuanto tal, y no en cuanto elemento puesto al servicio de un aparato político, o como abeja en la colmena”. En cambio, la intervención estatal en educación “sólo se torna regla en la época del Bajo Imperio (Romano)… El Emperador, encarnación del interés colectivo, se ve obligado naturalmente a intervenir para asegurar el buen funcionamiento de ese servicio de interés público, que es la enseñanza”. “De ahí la función práctica que desde entonces corresponderá a las escuelas: preparar, para el Imperio, una dotación de personal competente”.

Quince siglos después, se repite el fenómeno. Así lo describe Christopher Dawson: “correspondió a Bonaparte la tarea de reconstruir todo el sistema de la educación nacional desde sus bases… ‘De todas las cuestiones políticas’, escribió en 1805, ‘la educación es quizá la más importante’… Napoleón estaba resuelto a reducir todo el sistema a la fiscalización directa del estado”. Para materializar este ideal, estableció “una organización jerárquica con autoridad, que poseía el monopolio completo de la educación”. Al parecer todavía nos encontramos bajo el impulso de este segundo proceso.

¿Serán necesarias nuevas invasiones bárbaras para volver a construir una educación con sabor de alma, una formación del ser humano en cuanto tal?

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera.