Boca

P. Raúl Hasbún | Sección: Religión

#09-foto-1-autorUna adolescente me pide consejo. Se ha vuelto peladora, mentirosa y garabatera. Le pregunto: “¿qué tienen en común estos tres defectos?”. Piensa y responde: “que me salen por la boca”. Le hablo, entonces, de su Bautismo: ese día, su ser entero quedó convertido en  miembro de Cristo. “Tu boca es boca de Cristo –le preciso– y si tomas en serio tu bautismo, de tu boca sólo deberían salir palabras dignas de Cristo, Palabra eterna de Dios”.

Dame –le pido– ejemplos de palabras que alegran a Dios y unen a los seres humanos. Si los encuentras, dedícate a procurar que sean ellas las que salgan de tu boca”. Reflexiona largamente. Se le iluminan los ojos y propone: “¡PERDÓN!”. “¡Brillante!” –apruebo–. “Cuando el hijo pródigo pide perdón, el Padre se llena de alegría, y los ángeles arman fiesta en el cielo. Porque perdonar es donar completamente, y siempre hay más alegría en dar que en recibir. También el hijo se alegra, pero no tanto como el Padre”.

Estimulados por el hallazgo le pido un segundo ejemplo. Sigue reflexionando y con alguna timidez sugiere: “¿GRACIAS?”. “¡Sí, de todas maneras!” –la aliento–. Y explico: “cuando tú das gracias, eso te alegra y te hace bien, porque implica que alguien te ama y por amor te ha regalado algo. Y tu bienhechor se alegra, porque tiene una prueba de que su amor ha sido comprendido y correspondido. Por eso se alegró tanto Jesús cuando, de los diez leprosos que El sanó, al menos uno volvió a darle las gracias. ¿Entiendes ahora por qué el gran sacramento de la Iglesia, la Eucaristía, se llama precisamente así: acción de gracias?”.

La presiono para un tercer ejemplo. Su fatiga valió la pena: “TE QUIERO”. “¡Bingo!”, aplaudo entusiasta. “Es lo más dulce y reconfortante que puede escuchar un ser humano. Piensa en Jesús: cuando estaba atribulado, previendo la ya inminente desolación y traición, su único consuelo era escuchar la voz que desde el cielo proclamaba: ‘Este es mi Hijo muy amado, mi Predilecto’. El no se cansaba ni avergonzaba de decir a otros cuánto los quería. A Pedro le preguntó tres veces: ‘¿me amas, me quieres?’: deseaba que la Roca de la Iglesia comprendiera la importancia de manifestar el amor. Era público que El amaba a Lázaro, Marta y María. Y lo hacía sentir, porque el hombre, imagen y semejanza de un Dios que es Amor, no puede vivir sin amor. Quien se siente querido es capaz de hacer y de dar todo por el ser amado. ¿Entiendes ahora por qué el Padre del hijo pródigo lo recibió con tantas, exquisitas señales de cuánto lo quería?”.

Satisfecha, radiante hace además de levantarse. “Momento –le digo– te falta una”. “¿Cuál?”. “CON PERMISO” –respondo–. “Es la delicadeza divina. El Rey nunca entra a la fuerza”.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Revista Humanitas, www.humanitas.cl.