Compasión e historia

Enrique Subercaseaux | Sección: Historia, Política, Sociedad

#09-foto-1¿Cuánto de lo que hicimos fue bueno? Todo parece avanzar más allá de nuestras posibilidades. ¡Venga! cicatriza ya está herida: a estas alturas nada puede cambiarse.

Nixon en China, Alice Goodman.

 

Nuevamente un partido de derecha busca revisar la historia, con miras a sincerar el sentir de una generación de jóvenes que no vivió una época determinada de nuestro pasado. Está claro que los años del Régimen Militar, y los que le antecedieron, están demasiado frescos en la memoria de la sociedad como para poder interpretarlos de una manera objetiva y desapasionada. En todo caso, parece más prudente dejar esta labor de interpretación y de recuento a los profesionales de la materia: los historiadores.

Abrir nuevamente el debate, aunque sea de manera interna, no llevara a ninguna conclusión fecunda y aceptable, ni tampoco clarificara los distintos factores que desencadenaron un proceso de deterioro político y social. Esto por la sencilla razón que aun, en el ámbito de la política y de los partidos, existe una asimetría frente a la interpretación de los hechos. Tanto pre como post 1973.

Mientras la centro izquierda se ha concentrado en dar a conocer su versión de la historia, que excluye todas las otras, la derecha ha sido pasiva en el tema de la búsqueda de una versión propia o siquiera consensuada. Estos años de ventaja en la “arqueología” de los hechos, ha significado que parte de la sociedad ha construido un mito en torno a una historia: es decir, ha consensuado, de alguna manera, la construcción de “una verdad parcial y propia” que ha abrazado a parte de la sociedad que ya la ha asumido como historia propia.

Continúa la batalla por la historia. Y continuará, ya que la lucha por el relato del pasado es la lucha por el liderazgo político. También es la lucha de la legitimidad: tanto de los líderes como de las instituciones. No debemos olvidar que el mito es el origen de la historia. De allí la importancia de enseñar, y aprehender, la historia de la Grecia Antigua a nuestros estudiantes.

Llamamos mito a un relato fundacional que describe la acción ejemplar de unos personajes de tiempos lejanos. Tiempos en que la historia aún no era tal, transformándose así en su prólogo. Pero también, en épocas más recientes, muchas naciones, por conveniencia, o ideología, han transformado periodos de su historia en mito, con la ayuda de vastas campañas de propaganda y concientización: el periodo Nazi en Alemania, la era Maoísta en China, o la de Fidel Castro en Cuba, no son sino tres ejemplos que todos conocemos.

Según Levi-Strauss, el mito responde a una cuestión existencial: narra la creación del mundo, el origen de la vida o la explicación de la muerte. Está basado en oposiciones binarias: bien/mal; dioses/hombres; vida/muerte; expresa deseos que el héroe intenta llevar a la práctica, perversiones y temores, encarnados monstruos o “los malos” e intenta conciliar estos polos opuestos para paliar la angustia de la sociedad. Es decir, hay una existencia de un fuerte componente mesiánico. Es el populismo que nos toca vivir en estos momentos, y cuyos influjos se expanden por parte importante de Latinoamérica.

Si examinamos el presente proceso de reformas del actual gobierno, nos encontramos con que ellas no han sido elaboradas considerando una base técnica sólida. Más bien, parecen derivar de una continuación de un programa de reformas que se interrumpieron en 1973.

Mas las condiciones de Chile y del mundo han cambiado radicalmente desde entonces. Por lo tanto, nos enfrentamos a un programa de reformas que no están ancladas en un proceso histórico, sino que en un proceso mítico. Y de allí la dificultad por llevarlas a cabo. Como vimos con el caso de la Reforma Tributaria, ésta tuvo que ser reformulada en el Senado, ya que técnicamente no pasaba el examen. De la Reforma Educacional ni hablar. En este estado de cosas, parece un lujo tratar, desde un ángulo político, de reinterpretar un proceso histórico, que generara un debate no concluyente, y que hará perder el tiempo y la orientación a la derecha, que tiene tareas más urgentes que acometer.

#09-foto-2La Historia, en su acepción del conocimiento, de un saber, del pasado, busca la objetividad. Está basada en hechos comprobables. Aunque está urdida a la manera de una narrativa, esta debe ser veraz, basada en pruebas documentales que se interpreten a la luz de un esquema racional. El mito, en cambio, no busca (ni lo intenta) un conocimiento contrastado de hechos pretéritos. Su objetivo es dar lecciones morales, ser el vehículo portador que vertebra la comunidad. Desde el ángulo político, su importancia es que crea una identidad y proporciona una autoestima. Los individuos que sufren de una amnesia total carecen de autoestima y, por extensión, quienes pretenden cambiar la historia aminoran la carga positivista que impulsa toda acción humana.

Y las comunidades humanas, cuando aceptan o interiorizan un relato sobre su pasado común —un relato cargado de símbolos, como el mito—, construyen a partir de él todo un marco referencial, al que se llama cultura, en el que consiste su identidad colectiva y que proporciona estabilidad y seguridad a sus miembros.

Historia y mito son, por tanto, dos formas radicalmente distintas de acercarse al conocimiento del pasado. Y, sin embargo, pese a ello, hay que reconocer, para empezar, que la historia tuvo su origen en el mito; y que, además, tampoco puede evitar desempeñar la función de crear identidad y proporcionar autoestima. Porque, al relatar nuestro pasado, legitima ciertas propuestas políticas, bien como retorno a situaciones pretéritas idealizadas o como derecho a alcanzar antiguas promesas.

En síntesis: dos visiones incompatibles que contrastan con la urgencia de una sociedad que desea ver resueltos sus problemas, muchos de los cuales se arrastran por años y se magnifican, al menos en sus mentes, por promesas electorales irresponsables que hablan de refundaciones de procesos iniciados por ellos mismos.

La compasión es una cualidad algo ausente en nuestra sociedad, que es poco solidaria y muy individualista. Tampoco somos capaces de empatizar demasiado. Al final, las esperanzas de una sociedad en el proceso político y de participación electoral se ven frustradas, algunos dirán traicionadas, por la incapacidad que tiene la “osatura política” de su país en ordenar los problemas e inquietudes e irlos resolviendo de manera eficiente y rápida. De nada sirve referenciar los mitos que se han ido construyendo si, en base a estos, hay incapacidad de dar respuesta a las demandas sociales. Hay que ser serios y separar, de una vez por toda, historia y mito. Y comprender que la espera por soluciones no puede ser eterna ni entramparse en discusiones sobre el pasado que poco o nada importan a quienes tienen urgencias señaladas y apremiantes.