¿Qué hacemos con los ricos?
Joaquín García Huidobro | Sección: Política, Sociedad
Cuando uno tiene a mano aplanadoras y urgencias, resulta difícil que se someta al difícil ejercicio de una deliberación racional. Por eso, aunque la reforma tributaria saldrá adelante, deja abiertas muchas interrogantes. En efecto, la falta de acuerdo sobre los artículos de una ley no es más que la consecuencia de no haber resuelto antes una serie de temas mucho más fundamentales, entre ellos la cuestión de qué vamos a hacer con nuestros ricos.
Como no se trata de mandarlos al Gulag, al estilo de algunos socialismos de antaño, más bien habrá que responder algunas preguntas muy elementales. ¿Nos interesan? ¿Querríamos atraer a Chile los ricos del vecindario, que son maltratados en sus respectivos países? ¿O más bien vamos a decirles, con Quilapayún: “Que se vayan y no vuelvan nunca más”?
Para la Unidad Popular la respuesta era clara: los ricos eran restos de un pasado oprobioso que había que extirpar. Pero la Nueva Mayoría no parece tener demasiada claridad al respecto. Valga como atenuante que, por razones obvias, hoy sabemos mucho sobre los pobres, pero los ricos son una incógnita. Hablar sobre la concentración de la riqueza resulta accesible para una persona con la preparación intelectual suficiente, pero me parece que la tarea de escribir sobre los ricos está en buena medida pendiente.
No es fácil. De partida hay ricos, muy ricos, y millonarios. La clasificación quizá no sea muy académica, pero nos permite no meterlos a todos en un mismo saco simplificador. Es perfectamente posible que los beneficios que derivan para la sociedad de la existencia de cada uno de esos grupos no sean equivalentes. Y sospecho que ni Marx ni Friedman son suficientes para estudiar la cuestión con todos los matices que requiere.
Por otra parte, en cada uno de esos grupos hay ricos de talante muy diverso. Es natural: si hay panaderos, filósofos, jardineros y saltimbanquis que son buenas o malas personas, ¿por qué los ricos habrían de constituir una excepción, y el solo hecho de tener más dinero que nosotros pueda hacerlos acreedores de una calificación ética válida para todos, que variará según estemos a uno u otro lado del espectro político?
Algunos liberales nos han enseñado que da lo mismo cómo se comporten los ricos en su vida personal. Si quieren ganar plata, dicen, deberán vendernos bienes más baratos y mejores que la competencia, y por ese solo hecho ya nos prestan un servicio.
No me convence. Sin embargo, por esta dudosa razón hemos considerado muy natural que, en apenas unas décadas, muchos adinerados hayan abandonado la austeridad y disciplina que caracterizó a los chilenos ricos durante buena parte de nuestra existencia republicana. Ese estilo de vida les parece hoy una exótica herencia del pasado. Lo reemplazan, en cambio, por la ostentación, la arrogancia y el despilfarro.
Quienes piensan que el comportamiento personal de los ricos es irrelevante mientras respeten la ley, olvidan que la economía funciona en un ambiente político, la democracia. Si la gente no quiere o al menos respeta a los ricos, terminará por no valorar el sistema que hace posible esa riqueza.
El rechazo social contra los ricos no es pura envidia, aunque a veces la incluya, sino también la justa indignación ante el comportamiento de algunos ingratos que se aprovechan del sistema sin dar nada a cambio.
No tiene sentido humillar a los ricos, haciéndoles pensar que les estamos perdonando la vida. Hay que ponerles desafíos que les muestren que hay cosas mucho más atractivas que “hacerse una pasada” en una maniobra especulativa.
Aristóteles, el filósofo de la clase media, no tenía ningún reparo en afirmar que los ricos “son los que sirven a la ciudad con su patrimonio”. Al mismo tiempo, con sentido realista, decía que quienes son demasiado hermosos, nobles, poderosos o ricos difícilmente conducirán su vida conforme a la razón, y resulta fácil que se vuelvan “arrogantes y grandes malvados”. Esto no vale sólo para los ricos, sino, como se ve, para todos los que destacan.
El desafío de la reforma tributaria consiste en valerse de zanahorias y garrotes para que salga a flote lo mejor de cada grupo social, y no obstaculizar a quienes quieran hacer bien las cosas. El capital es la más volátil de todas las aves. No se trata de ahuyentar a los ricos, sino de conseguir que sus patrimonios sirvan al país. Pero esa receta requiere sabiduría y serenidad. Todo lo contrario de urgencias y aplanadoras.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.




