Pluralismo y “pluralismo limitado”

Jaime Antúnez Aldunate | Sección: Educación, Sociedad

#07-foto-1A propósito del debate educacional, en lo tocante a las universidades, ha salido a colación una distinción relativamente novedosa entre pluralismo puro y duro y “pluralismo limitado”. En la superficie parece una argumentación fundada y verdadera; si ahondamos en las premisas, nos salta a la vista la inconsistencia, que descubre en el fondo uno o varios sofismas, por no decir cierta demagogia.

Es de toda evidencia que el pluralismo es un concepto que se puede declinar de diferentes formas. Hay personas pluralistas y otras que no lo son; lo mismo ha de decirse de instituciones de diversa naturaleza, así como de sociedades. Sobre todo habría que hablar de contextos culturales pluralistas o no pluralistas, sin siquiera tener que llegar, por los segundos, a la consideración de los extremos totalitarios del mundo contemporáneo, según lo puede ponderar cualquier historiador ecuánime.

A la luz de lo anterior, ser pluralista o no serlo, dependerá de una serie de matices. Sin embargo, de lo que no habrá jamás de depender -pues significaría, en lugar de pluralismo, una forma de nihilismo o de simple vaciamiento- es de la renuncia a la propia identidad, sea personal o institucional.

Hasta hoy, principalmente en las regiones orientales del mundo, prevalecen culturas que rechazan el pluralismo. En Occidente, no solo como lección de inmensas tragedias, así las dos guerras mundiales del siglo XX, sino que bajo la influencia de una idea del hombre inspirada por el cristianismo que lo entiende como ser libre e igual en esencia con sus semejantes, el desarrollo del pluralismo ha tenido características muy distintas.

Mucho más allá de los avatares políticos, el propio nacimiento de la cultura occidental tuvo su origen en el mestizaje plural de la cultura grecorromana, la judía y la cristiana.

Contemporáneamente, discerniendo el fin del régimen de cristiandad y el nacimiento de un mundo nuevo, en el que gravitan otros espacios que el europeo, como el que brota después de las guerras mundiales, la misma Iglesia, a partir del Vaticano II, desarrolla una gigantesca labor pluralista y ecuménica en lo religioso. Con Juan Pablo II y Benedicto XVI esta llega a un cenit en los encuentros interreligiosos de Asís, donde este último pontífice integra incluso a los “ateos en búsqueda”.

No obstante, como señaló hace poco el presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, cardenal Tauran, “el diálogo interreligioso es el antídoto al relativismo”, siendo fundamental para que este pueda llevarse a cabo “profesar la propia fe” y “conocer la propia identidad”.
#07-foto-2El pluralismo no puede así consistir en la disolución de la identidad de las partes, equiparándose con un vulgar relativismo. Habrá diferentes puntos de partida, y el de las personas con convicciones profundas de fe o razón (o de ambas), que se congreguen para una tarea como la educacional, consistirá esencialmente en el respeto de la persona humana y de su capacidad de elegir. Nunca, en cambio, en la renuncia a su convicción personal o societaria, ni al deber de comunicarla que se asume por amor a la verdad y para enriquecimiento del conjunto de la sociedad, incluso de los que no la comparten, beneficio que estos perderían si dicha acción no se ejerciese.

El genuino pluralismo es, pues, lo contrario del relativismo. Por sus visibles empobrecedoras consecuencias, es a este, en cambio, al que habría que calificar de “pluralismo limitado”. Ello aun teniendo que acudir a un concepto muy laxo de pluralismo.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.