Boko Haram
P. Raúl Hasbún | Sección: Educación, Política, Sociedad
Una secta fanatizada por su ideología mantiene secuestradas a centenares de jóvenes nigerianas. El mundo está consternado. Líderes de todas las tendencias se exhiben con pancartas que reclaman: “¡Devuélvannos estas niñas!”.
Boko Haram significa: “la educación occidental es pecado”. Este grupo de fanáticos cree estar en posición de asegurar que el entero sistema de valores, principios, normas y formas de vida que estructuran la sociedad y cultura de Occidente se fundamenta en una deliberada transgresión de preceptos religiosos y configura una perpetuación de lo injusto.
¿En qué basan, estos fanáticos, su lapidario diagnóstico? ¿Dónde consta que alguna divinidad les haya representado su disgusto por este modelo educativo, y conferido mandato para destruirlo en sus raíces? ¿En qué sentido el rapto de inocentes muchachas, y la amenaza de casarlas forzadamente, prostituirlas o esclavizarlas puede ser un medio idóneo para demostrar la superioridad del propio modelo educativo?
En las profesiones que tienen por objeto cuidar, defender y educar la vida se exigen diagnósticos rigurosamente documentados. Para el médico, serán la piedra angular de su terapia. Para el abogado, el núcleo central de su estrategia. Para el educador, la materia prima real que él deberá conducir hacia su ideal desarrollo. Un diagnóstico apresurado o inconsulto, una hipótesis o teoría del caso no suficientemente contrastada equivalen a un sustancial error de cálculo en ingeniería de construcción: la casa se derrumba, el paciente desmejora, el pleito se pierde con penas de prisión y pago de costas. La única profesión que improvisa impunemente sus diagnósticos es la del ideólogo. Su visión fragmentaria y obnubilada le impide ver, o querer ver la realidad. El ideólogo es esclavo de su pre-juicio: su razón está de antemano contaminada, secuestrada por una predisposición a ver lo que quiere ver, e indigestada por una compulsión de destruir toda realidad que contradiga su prejuicio. De ahí la obsesión del ideólogo por secuestrar a otros: él mismo lo está, y cree deberle a ello su paranoica certeza de poseer la verdad absoluta. Verdad que él atribuye a una revelación o iluminación divina, pero que no pasa de ser la grotesca sombra de su incapacidad de caminar en la luz.
El ideólogo es un peligro para la sociedad. Se ampara en la libertad de pensamiento, pero no piensa: siente. Exige libertad de expresión, pero no tolera que otros expresen ideas o realidades críticas de su sentir. Como todo fanático, estigmatiza la discrepancia y se cree autorizado a eliminar, civil o físicamente, a quienes la encarnan. Su pequeña y miope cosmovisión se agota en este programa: “sólo los que comparten mi diagnóstico y se someten sin reservas a mi voluntad tienen derecho a vivir”.
¿Quién nos devolverá las libertades secuestradas y las vidas segadas por estos fanáticos de la nueva educación? ¿Miedo, silencio, falsa resignación? Sólo Razón + Oración + Acción.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Revista Humanitas, www.humanitas.cl.




