A propósito de “Iglesia y Educación”…

Clemente Huneeus | Sección: Política, Religión

#09-foto-1Desconcierta la fría indiferencia con que se ha recibido nueva intervención de la Conferencia Episcopal Chilena en problemas de índole social –documento “Iglesia y educación”−, si consideramos que de hecho la Iglesia Católica maneja una gran cantidad de establecimientos educacionales a lo largo del país, y es por tanto un actor obligado en este debate. A lo más, algunos diarios extractaron parte de las observaciones hechas en la segunda parte el proyecto contingente del gobierno, mientras las consideraciones de la primera mitad pasaban sin pena ni gloria. Es una lástima, pues ciertamente se aportaban perspectivas interesantes, que no debieran ser rechazadas a priori por el sólo hecho de tener una inspiración religiosa.

Ante la visión muchas veces materialista de la educación, los obispos nos recuerdan que “se enseña para educar, o sea, para formar al ser humano desde dentro, para liberarlo de los condicionamientos que pudieran impedirle vivir plenamente como hombre y mujer”. “Nuestro actual sistema educacional tiene serias dificultades para dar respuestas adecuadas a las grandes ansias del corazón de nuestros jóvenes (…). De hecho se trasluce un cierto sesgo de utilitarismo al privilegiar tanto destrezas como competencias afines a necesidades técnicas y económicamente productivas”. “La educación se juzga desde una perspectiva inmediatista, valorizada casi en modo exclusivo por su función de incorporar a quien se educa al mero sistema social y productivo”. Nos preocupa que cada vez más escasamente se afirme la primacía de los padres a educar a sus hijos y que la familia es la primera educadora por derecho propio. “Uno de los aspectos que en general llama la atención (…), es que no existe un pronunciamiento explícito en torno a alguna concepción de hombre o de persona determinados que desea formarse”.

Son observaciones incómodas. Especialmente en un tema como la educación, hemos de cuidar que un mal entendido laicismo no nos lleve a extirpar toda reflexión antropológica o metafísica del debate. La reforma educativa no puede tener como referente principal el aumento del “PIB” o la disminución del “coeficiente de Gini”: debe partir inevitablemente con una consideración acerca del ideal humano que se aspira a formar.

Precisamente por esta centralidad del planteamiento antropológico subyacente a cualquier propuesta educativa de peso, cobra importancia la libertad de enseñanza, como proyección necesaria de la libertad religiosa y la libertad de pensamiento. No se trata de imponer totalitariamente una única manera de entender al hombre, sino de construir un marco desde el cual las familias puedan acceder lo más fácilmente posible a diversos proyectos educativos, que tengan una propuesta formativa bien definida, con la cual ellos hacen sintonía. Si se crea un sistema educativo unificado, y se prohíben las prácticas orientadas a que los colegios puedan seleccionar tanto a su personal docente como a sus apoderados y educandos, esa libertad educativa se volverá ilusoria (como por ejemplo se señala en el fallo de la Corte de Apelaciones de Santiago Rol N° 8372-05, ratificada por la Corte Suprema en 2006, que rechazó el recurso de protección interpuesto por los apoderados de un colegio por expulsar a su hijo del mismo). Impedidos de articular su enseñanza en torno a los valores que los identifican, los colegios deberán limitarse a desarrollar aptitudes y conocimientos técnicos, sin ofrecer a las nuevas generaciones un auténtico horizonte de sentido, un sustrato valórico desde el cual puedan definir su identidad y su objetivo en la vida.