Valparaíso. Lecciones luego del incendio

José Luis Widow Lira | Sección: Política, Sociedad

#03-foto-1Como en todas las cosas humanas, pasado el primer golpe, ha comenzado a declinar la preocupación y el interés por los sucesos de Valparaíso. Tiempo, entonces, para hacer una evaluación.

En primer lugar hay que destacar un hecho que a mí no me había tocado ver en mis 49 años de existencia. Pienso en la masiva reacción de ayuda que se despertó entre tantas personas, no sólo de la zona, sino también de comunas o provincias algo más alejadas.

No había visto esta reacción luego de los terremotos. Tras ellos, siempre ha sido la ayuda oficial la que prima. Probablemente es porque en un terremoto están todos afectados y, por tanto, más preocupados de lo suyo. Quizá es porque todos están temerosos, preguntándose cuándo terminarán las réplicas. Y el temor muchas veces paraliza. El que no fue afectado en absoluto suele estar en una región alejada y, por consiguiente, el sufrimiento ajeno se acerca más a la abstracción. En el incendio, la división entre los afectados y los que no, era tajante, concreta, singular. Me parece que la reacción que se produjo fue el resultado de una genuina y noble “compasión”. Es decir, de ese sentimiento de “padecer junto con el otro”, o, algo más específica, de “participar del dolor de otro”. La compasión es necesaria en cualquier comunidad humana, desde la familia hasta la sociedad política, pasando por los barrios, las comunas, las regiones, las empresas, las instituciones de educación, los clubes deportivos, etc. La compasión es el motor que mueve a atender y servir al otro, especialmente cuando le aqueja algún mal. La indiferencia por la suerte del vecino –del próximo o prójimo– es la enemiga número uno de la compasión y, en consecuencia, de la vida comunitaria. Por eso, más allá de los padecimientos de los porteños afectados, causó alegría esta reacción, pues mostró que no obstante el individualismo al que nos ha empujado nuestra cultura egoístamente hedonista, hay una inclinación natural a compadecer y ayudar que no es fácil de desterrar. Nos salió el samaritano que llevamos dentro.
#03-foto-4La segunda cosa que dio gusto fue la disposición de muchos a colaborar en lo que fuera necesario, de un modo completamente anónimo. Aquí, consciente o inconscientemente, aplicamos otra enseñanza evangélica que llegó a correr por la sangre de nuestra civilización cristiana, pero que hoy se halla muy relegada en nuestra cultura mediática en que todos los huevos hay que cacarearlos hasta que de puntada: me refiero a la de dar sin que la mano izquierda sepa lo que hace la derecha. Fueron muchos los que dieron bienes o su tiempo de esta manera. Vecinos, estudiantes y jóvenes en general, profesionales, sacerdotes, empresarios, comerciantes, etc. no dudaron en dar lo que tuvieron a mano sin pretender obtener ningún beneficio, partiendo por la renuncia a la publicidad.

La tercera cosa que me gustaría destacar es la tarea que cumplen las instituciones uniformadas. Me refiero a Bomberos, Carabineros y las Fuerzas Armadas, en el caso de Valparaíso, especialmente la Armada. Los primeros, mientras el fuego arreciaba, arriesgaban sus vidas o su integridad “por las puras arvejas”, es decir por nada más que una vocación de servicio. Como todos sabemos, Bomberos es una institución que a diferencia de lo que ocurre en otros países, es de voluntarios que no reciben paga por el servicio prestado. Estar dos días completos apagando llamas con temperaturas cercanas a las del infierno no es cosa pequeña y menos si es sin esperar recompensa. Bomberos, en este sentido, es ejemplo de una disposición política de servicio al bien común que ojalá estuviera más extendida. No podemos dejar de pensar en las pequeñas fortunas que nuestros parlamentarios se llevan a casa, cuando no hace tanto eran como los bomberos: trabajaban haciendo leyes “por las puras arvejas” y sin buscar el show mediático, cuando lo de “tener vocación de servicio público” no sonaba hueco. El caso de Carabineros y de las Fuerzas Armadas es también destacable, porque aunque en este caso sí son soldados –es decir, que reciben sueldo– todos sabemos que su paga está muy lejos de remunerar los esfuerzos que realizan. Todos sabemos, además que un carabinero o una patrulla militar en tiempos de emergencia traen tranquilidad. En ellos se puede confiar. Y la tranquilidad y la confianza, cuando todo está “patas para arriba” son bienes no sólo importantes, como siempre, sino también urgentes.

Pero como suele ocurrir en las situaciones de catástrofe, no sólo salió lo mejor de muchos, sino también, lamentablemente, apareció no sé si lo peor de tantos, pero sí, al menos, pequeñeces y mezquindades.

Luego de la catástrofe, no fue una cosa aislada el robo o saqueo. Según me contaron, hasta un camión que recogía escombros se llevaron unos antisociales. Pero esto, aunque terrible, todos sabemos que ocurre y que debe ser controlado, como esta vez ocurrió, por las Fuerzas Armadas y Carabineros. Hay otras cosas que sucedieron y que son muestras de la inexplicable pequeñez humana. Me voy a detener en cinco.

Primero, es cierto que la gente dio y dio mucho, pero también lo es que en el dar, muchos, paradojalmente, escondieron su egoísmo. En efecto, es de todos sabido que a Valparaíso, junto con ropa muy bienvenida, llego basura. Sí, basura y nada más que basura. Desde algún calzón tieso de cochino hasta un bikini con los colores deslavados; desde unos hoyos con calcetines (porque no eran calcetines con hoyos) hasta corbatas manchadas con grasa; desde pantalones rajados de arriba abajo hasta zapatos sin suela. Llegó de todo lo que usted se pueda imaginar que no servía para nada. Eran toneladas de basura que obligaron a horas y horas de trabajo para separarla de las piezas buenas y útiles. El que aprovechó las urgencias de los damnificados para deshacerse de la basura y mandarla como donación es un canalla. Así, con todas sus letras.

#03-foto-3Segundo, no faltaron los que queriendo ayudar, sin embargo no estaban dispuestos a hacerlo allí donde fuera necesario, sino que querían hacerlo allí donde les apeteciera. Ayudar implica la voluntad de ser útil. Si alguien dice que quiere ayudar, pero sin interesarse en dónde, cuándo o cómo ser útil, es sospechoso de estar disfrazando su egoísmo tras una máscara de generosidad. Fueron muchos los que, por ejemplo, partieron a algún cerro sin estar preparados para ayudar, sin ropa adecuada para el trabajo, sin herramientas, sin nada, salvo las ganas, quizá, de tener una aventura heroica. Pero eso no es ayudar, sino estorbar.

Tercero, no fueron pocos los que emocionados por el tamaño de la catástrofe y por las imágenes que transmitían los medios, fueron conmovidos en el fondo de su corazón… en vistas de lo cual decidieron que sólo el corazón importaba y que la razón no tenía lugar. Ayudar, para ellos, fue un hacer sin ton ni son, fue un activismo sin medir si lo que se ofrecía o realizaba era útil, sin calcular si no se producía más trastorno que verdadera ayuda. Es cierto que tras esta actitud hay algo sano, que es el genuino deseo de socorrer y cooperar. Pero quienes en los momentos de crisis o catástrofe actúan  sólo movidos por el corazón, suelen ser los peores obstáculos para una ayuda eficiente. En el peor de los casos puede ser una “ayuda” que pone en riesgo vidas. No se trata, por supuesto, de no atender al corazón. Si este está bien puesto, con seguridad impulsa a un fin bueno. Pero si el corazón desea un fin bueno, los medios para lograrlo los debe poner la razón. Quien renuncia a esto pasa a ser parte del problema y no de la solución. Probablemente, además, termine con el corazón mal puesto, porque no es raro que quien renuncia a la razón se enamora de sus deseos independientemente de a donde ellos conducen. Es el que entra en la lógica –si así se le puede llamar– de la histeria. Si ustedes me lo permiten, también lo diré en castellano: en Valparaíso también hubo muchos histéricos.

Cuarto, hubo fallas en la organización que tendría que haber provisto la autoridad municipal. Es cierto que era difícil. Valparaíso es un municipio quebrado, sin medios para nada. Y organizar bien requiere de recursos. Es cierto también que fue un mar de gente que quería ayudar y que obedecía sólo a su propia iniciativa e inventiva, sin que buscara nunca coordinarse con la ciudad. Es cierto, era difícil. Pero algo más se podría haber hecho. ¿Qué se necesitaba? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Quién podía hacer tal o cual cosa? Estas y otras preguntas sólo las podía responder la autoridad municipal. No digo que no tratara de hacerlo. Pero la información no llegaba oportunamente y tampoco existieron los liderazgos para usarla convenientemente. Y cuando hablo de liderazgos no estoy pensando en capitanes américa espontáneos. Estoy pensando en personas de los barrios o, en su defecto, en funcionarios municipales, que la municipalidad debiera tener organizados para este u otro tipo de sucesos que requirieran una respuesta rápida y organizada. Esto nos lleva al último punto.

#03-foto-2He sido majadero para decir que Chile necesita descentralización. Pero ella no es sólo de las regiones respecto del gobierno central. También lo es de los barrios respecto de los gobiernos centrales de las ciudades. Las mega ciudades en las que vivimos hoy día no pueden estar gobernadas por un alcalde en el que se reúne todo el poder real de decisión (el que le deja el gobierno central del país) y que tiene todos los recursos (los exiguos que le entrega el gobierno central del país). Somos seres humanos que solemos actuar en función de lo que tenemos más cerca. Por eso el gobierno central de Chile tiende a transformar en problema nacional el que afecta a Santiago y los de las regiones son pichiruchadas. Pero por eso mismo, también, el gobierno central de la ciudad no ve muchas veces las necesidades reales de los barrios. En Valparaíso hay barrios que tienen alguna vida de tal. Pero no están organizados, porque la legislación y la institucionalidad política no les da espacio ni recursos. Y los alcaldes no están interesados en organizarlos, porque hacerlo implica una disposición a renunciar a cuotas de poder y a aumentar la incertidumbre de cara a la próxima elección. Esto pasó en Valparaíso. Para ser muy concreto: ¿por qué no pensar en un barrio que tiene la responsabilidad –¡y los recursos!– para desmalezar y así disminuir la posibilidad de que incendios como el vivido causen los estragos que hemos visto? Esta sería una reforma política de verdad y que valdría la pena. En lugar de eso, nuestros inefables políticos están discutiendo cómo hacerse más fácilmente del poder. Según sus previsiones, unos defienden el sistema binominal, otros el proporcional. Pero estas son sandeces de algunos que, como en Valparaíso, esconden su egoísmo y pequeñez en disfraz de servicio público y desinterés. Estarán felices, porque, quizá, para el próximo incendio en Valparaíso tendremos sistema proporcional.