Políticas sociales pro desigualdad

Sergio Urzúa | Sección: Política, Sociedad

#09-foto-1¿Qué significa un puntaje en la ficha de protección social de 2.500 puntos? Esa fue la pregunta que en 2010 nos motivó a un grupo de asesores del gobierno a realizar una serie de visitas a hogares en situación de vulnerabilidad extrema. La idea era verificar en terreno falencias de las políticas sociales y del instrumento de focalización.

Llegamos temprano al primer hogar, en La Florida. El piso era de tierra, las murallas de cartón y madera, frazadas colgadas creaban dos ambientes, y el frío y el barro hacían olvidar un par de perros vagos dentro de la vivienda. El hogar estaba conformado por una mujer joven, “Rosa”, y varios niños pequeños. Si bien nos habían comentado los problemas de drogadicción y alcoholismo crónicos de “Rosa”, el grado de precariedad en la vivienda superó nuestras expectativas. El nivel de vida era sencillamente un infierno.

La situación se repitió una y otra vez. Hogares golpeados por la violencia, con miembros con problemas de salud física y mental graves, y con niveles de hacinamiento al peor estilo de Dhaka. ¿Qué política social puede ayudar a un hogar como este? ¿Cómo, con todos los avances, todavía en Chile familias viven infiernos de esos que incluso Dante no imaginó?, nos preguntábamos.

Nuestro diagnóstico del Chile de los 2.500 puntos en la FPS estaba claro, hasta que visitamos la casa de “María”, una mujer joven y sin aparentes problemas de salud físicos ni mentales, una profesional del sistema de protección social. La joven vivía de “allegada” en una casa de dos pisos, con un notorio mueble para la TV en el living, pero en donde el aparato brillaba por su ausencia. Me pareció raro, toda vez que la antena de televisión digital adornaba el frontis de la casa.

María” partió contándonos que su pareja la había dejado, que estaba sola con dos niños, que por suerte la había recibido una tía. Todo iba bien, hasta que le preguntamos por los zapatos de fútbol (de adulto) en el living de la casa. “¿Vienen a fiscalizarme?”, preguntó molesta, a lo que agregó: “Yo pensé que venían a darme el puesto de la feria que estoy esperando. Me lo prometió la municipalidad hace tiempo. ¿Por qué a otra gente le dan el puesto y a mí no?”. Nos miramos y levantamos los hombros. No hubo más conversación. En un dos por tres nos despachó.

No puedo dejar de pensar en la alegría que debe haber tenido “María” al conocer el bono marzo permanente y en lo inútil de esta política para “Rosa” y su familia. En materia de políticas sociales, esa desigualdad es el peor enemigo de Chile.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El mercurio de Santiago.