¿Autovalentes o dependientes?

Germán Gómez Veas | Sección: Sociedad

#10-foto-1Forrest Gump cumple veinte años desde su estreno, y a propósito de ello, bien vale la pena examinar la vigencia de al menos uno de sus mensajes.

Desde la perspectiva educacional y sociológica la película a muchos nos parece fantástica, entre otras razones, porque la historia del excepcional joven caracterizado por sus discapacidades física y cognitiva, permite profundizar en una perspectiva antropológica de latente, pero huidizo alcance moral en relación a la sociedad que estamos construyendo en estos comienzos del siglo XXI.

En efecto, desde el enfoque liberal moderno que va creciendo con fuerza en esta primera década del siglo XXI, mucho se promueve la autonomía individual como característica fundamental de las personas que logran su realización. Al mismo tiempo, también se realza la autonomía de cada individuo como uno de los valores centrales en torno al cual giran las sociedades desarrolladas. En contraste, la historia de Forrest Gump nos plantea que la dependencia es algo muy natural y por tanto propia de la vida humana.

Precisamente respecto de este tópico: ¿existe alguien que no requiera de los demás para ser quien es?; ¿en qué momento llegamos a ser personas autovalentes e independientes?

En tiempos en que prevalece el individualismo, a no pocos les resultará complejo comprender que los seres humanos somos naturalmente dependientes unos de otros, sin importar si se posee una discapacidad física o cognitiva, o si se es portador de un síndrome en particular.

Sin embargo, ¿alguien podría negar que, en la vida práctica, una persona sin síndrome de Down o sin una discapacidad física, es tan dependiente de los demás como quien tiene esa condición? Esta alusión dispone de nutrida evidencia cuando nos referimos a la dimensión de los aprendizajes que requerimos en tanto somos realidades corpóreas. Pero la reflexión es válida también, en las dimensiones más espirituales que nos distinguen como seres humanos.

Alasdair Macintyre, razona en animales racionales y dependientes, que todo sujeto moral tiene una evidente dependencia en su relación con los demás, tanto en el proceso de aprendizaje de las virtudes éticas, como cuando las ejercita. Argumenta que la relación dependiente con los otros pone de manifiesto facetas de nuestra personalidad que, en ocasiones, no sólo sorprenden a los que nos rodean, sino que también a nosotros mismos.

De acuerdo a su razonamiento, gran parte de lo que llegamos a ser se debe al autoaprendizaje que desarrollamos, precisamente, desde la relación que guardamos con los demás. Así, la vinculación por dependencia incide en los tres ámbitos que ponemos en ejercicio a partir del razonamiento práctico: el intelectual, el moral y el de los afectos.

Por ello, reconocer que dependemos de otras personas, y en particular de los más cercanos, es un doble beneficio. En primer lugar, porque contribuye a orientarnos o a corregirnos. Y en segundo lugar, porque ese estado posibilita que otras personas nos auxilien y accedan a mitigar las carencias o discapacidades físicas, psicológicas, emocionales, o culturales que, en algún grado, todos poseemos.