Porqué estamos perdiendo el debate sobre el “matrimonio gay” (y cómo podemos empezar a ganarlo)

John Jalsevac | Sección: Familia, Política, Sociedad

El matrimonio gay es inevitable.” Eso es lo que nos dicen los activistas gay. Es una pulla diseñada para desanimar a los adherentes al matrimonio tradicional más tímidos mediante la explotación el instinto humano de estar en lado de los ganadores. Y demasiado a menudo, la cosa funciona.

Los defensores del matrimonio tradicional alegan con razón que este no es un argumento. Nada que dependa de la elección libre de los seres humanos, dicen, es ‘inevitable’. Pero esto es una evasión. Fíjese en las encuestas. Vea la lenta pero sostenida rendición de estado tras estado, país tras país ante el régimen del nuevo matrimonio. El ‘matrimonio gay’ puede no ser inevitable. Pero, ¿podemos negar honestamente que el ímpetu está de su lado?

El error viene de pensar que porque el ‘matrimonio gay’ es una innovación relativamente nueva, este ímpetu es un mero cambio temporal de los vientos políticos. De acuerdo con este modo de pensar, todo lo que se necesita es el suficiente dinero, un equipo lo suficientemente grande de abogados, estrategas y patrioteros inteligentes, y un sereno llamado al sentido común y retornaremos suavemente en dirección a la sensatez cultural con un céfiro balsámico soplando a nuestras espaldas.

Pero si bien el ‘matrimonio gay’ puede tener todas las apariencias de una moda, esto es sólo una ilusión. No es una moda. No es nuevo. En realidad, es la conclusión lógica de la totalidad de la trayectoria de las costumbres sociales y sexuales del pasado siglo. El ímpetu del que  ha gozado el movimiento en favor del matrimonio gay no es el de un mero cambio de los siempre volubles vientos políticos. Si va a ser comparado con cualquier tipo de evento meteorológico, debería ser comparado con un huracán: una tormenta que ha estado reuniendo energía durante muchos días mar afuera antes de recalar en tierra.

Una definición típica de “matrimonio tradicional” (o de lo que en una sociedad más sana se llamaría simplemente “matrimonio”) dice algo más o menos así:”El matrimonio es la unión exclusiva y para toda la vida de un hombre y una mujer orientados a procrear y educar hijos.” Este es el ideal que proclama el movimiento en favor del matrimonio tradicional. Y es un bello ideal, digno de ser defendido.

Pero una mirada honesta al panorama cultural plantea la pregunta respecto a cuánto queda para ser defendido. Las estadísticas sugieren que los conservadores sociales pueden estar blandiendo sus cimitarras en defensa, no de una institución fuerte, amenazada de pronto por una fuerza cultural nueva y hostil, sino más bien de las ruinas humeantes de una institución que fue rendida y abandonada hace mucho tiempo. La Revolución Sexual de la década de 1960 y lo que un amigo mío llamó “el infierno del Tsunami Divorcista” de la década de 1970, ya arrastraron al mar esa Cosa que Antes Llamábamos Matrimonio, dejándonos aferrados a los restos y desechos que flotan a la deriva.

Actualmente, las estadísticas son tan familiares que han dejado de ser impactantes. Y, sin embargo, las cifras deberían impactarnos. En estos momentos, alrededor de sesenta por ciento de las parejas convive antes del matrimonio; casi la mitad de los matrimonios termina en divorcio; una cifra record de norteamericanos parten por no molestarse en casarse; y los que se casan lo hacen cada vez más tarde; 41 por ciento de todos los niños nace fuera del matrimonio; 35 por ciento de los niños vive en hogares mono-parentales; 61 por ciento de los niños menores de 18 años vive con sus padres biológicos; y la tasa de nacimientos se ha situado por debajo del nivel de reemplazo, dado que las parejas tienen cada vez menos niños o, algunas veces, optan por no tener ninguno.

Y ¡eso sería todo! en relación con el matrimonio para “toda la vida”, “exclusivo”, y orientado a los niños. Bueno, y ¿qué es lo que nos queda? Sólo el tercio central de nuestra definición de matrimonio tradicional: el matrimonio debería ser entre un hombre y una mujer. Desde la perspectiva del movimiento por los derechos gay, librarse de este último resto de nuestra definición no es tanto una revolución cultural como una labor de barrido final. La revolución ya se llevó a cabo. Ahora se trata simplemente de atar los cabos sueltos.

Y no están equivocados.

Lo que hace cada vez más probable que el “matrimoniogay se convierta en realidad es que la respuesta, en muchos casos es, muy francamente, “No”.

 

‘Nuevo Matrimonio’ vs. ‘Matrimonio Tradicional’

Resulta que incluso muchos autoproclamados “defensores del matrimonio tradicional” no están realmente tan interesados en defender el “Matrimonio Tradicional”, como en mantener a los gays fuera de lo que, en beneficio de la discusión, podríamos llamar el “Nuevo Matrimonio” (aunque determinar si éste califica en realidad como “matrimonio” es algo que dejo a los abogados y teólogos).

Cualquier similitud que ambos puedan compartir es predominantemente cosmética, en tanto que las diferencias son muchas y profundas. Sin embargo, podríamos resumir las diferencias de esta forma: mientras el Matrimonio Tradicional es una institución objetiva que mira hacia afuera, el Nuevo Matrimonio mira hacia el interior y es subjetivo. Mientras el Matrimonio Tradicional se basa en un voto permanente y se orienta principalmente a la fundación de una familia y, a través de la familia, al bien de la sociedad, el Nuevo Matrimonio se basa en un contrato temporal entre dos personas que se aman; si es que está orientado a algo, es principalmente hacia la compañía y la auto-actualización (o lo que usted quiera) de la pareja.

O, para decirlo de otra manera, el Matrimonio Tradicional se funda en ciertos hechos objetivos sólidos: el hecho de la complementariedad biológica y psicológica de los sexos; el hecho de un voto público solemne realizado ante Dios que es considerado como realmente vinculante para toda la vida y no una mera ceremonia; el hecho de que la unión sexual entre miembros de sexos opuestos lleva naturalmente a los hijos; el hecho de que los hijos se desarrollan mejor bajo el cuidado de un padre y una madre; y el hecho de que las familias sanas y estables son el fundamento necesario de una sociedad sana y estable. El Nuevo Matrimonio, por otra parte, se funda principalmente en un estado subjetivo: el sentimiento de estar enamorado.

(Algunos podrían afirmar que el Nuevo Matrimonio, con su énfasis en el amor, parece ser el más atractivo de los dos. Pero esto no aprecia que el Matrimonio Tradicional, al estar construido sobre fundamentos sólidos como la roca, que pueden soportar los choques violentos de los cambios temporales de sentimientos, o fortuna, o salud que son una parte inevitable de la vida, es, en realidad, por lejos el más efectivo de los dos en la alimentación y la protección del amor y la compañía en el largo plazo.)

En general, hoy la mayor parte de la gente suscribe el Nuevo Matrimonio, a menudo sin darse cuenta conscientemente de ello, o haber sabido alguna ves que hubo uno de otra clase. En muchos casos, incluso creen que apoyan el Matrimonio Tradicional, sin darse cuenta de que, en el mejor de los casos, están agarrándose al casco vacío del Matrimonio Tradicional, las entrañas del cual han sido reemplazadas hace mucho tiempo por la versión más nueva. Tales personas están perfectamente satisfechas —o por lo menos están dispuestas a firmar una tregua— con las innovaciones de las pasadas cinco décadas: cohabitación, contracepción, divorcio sin culpabilidad, pornografía, tecnologías reproductivas artificiales, en otras palabras, con todo el proyecto de la revolución sexual para “liberar” la procreación del acto sexual, y el acto sexual del matrimonio, quizás con una excepción: que no se permita a los gays participar del jolgorio. Tristemente, esto incluye aún a la mayoría de las denominaciones cristianas.

Esta confusión tiene el efecto insidioso de, en primer lugar, dejar al movimiento en favor del matrimonio tradicional abierto a las acusaciones de hipocresía, una debilidad que los activistas gay no han tardado en explotar.

Por ejemplo, en casi todos los debates acerca de “matrimoniogay es sólo cuestión de tiempo que se aborde la cuestión del divorcio. Por alguna razón, esto es invariablemente percibido como un golpe en favor del “matrimoniogay que deja a los defensores del matrimonio tradicional tartamudeando de manera incoherente o sumergidos en un silencio perplejo. Son pocos los que están dispuestos a contestar a la objeción y declarar lo obvio —que el divorcio sin culpa ha sido un absoluto desastre social que debe ser rechazado— sea porque ellos mismos están divorciados o porque quieren tener el recurso de un divorcio fácil si lo llegaran a necesitar, o porque alguien a quien conocen y quieren está divorciado y no quieren aparecer emitiendo un juicio al respecto. A menudo se siguen silencios igualmente incómodos cuando surgen los temas de la fornicación, la cohabitación, la infidelidad o la contracepción.

El segundo efecto de esta confusión (que está relacionado con el primero) es que vuelve amplias franjas de nuestra cultura cada vez más dóciles a los argumentos de los activistas gays. Después de todo, enormes cantidades de heterosexuales están durmiendo con quien quiera que deseen, se están divorciando y volviéndose a casar, están evitando los niños como si fueran una plaga, o están llevando niños a un hogar monoparental, o colocándolos en la injusta situación de elegir qué padre prefieren, o de ser condenados a la permanente impermanencia de ser acarreados de un a otro progenitor durante toda su infancia y adolescencia. Nadie parece preocuparse especialmente por todo esto y así, muchos estamos empezando a preguntarnos (con mucha razón) por qué deberíamos regatear a los gays el derecho a hacer lo mismo y a llamarlo con el mismo nombre.

Después de todo, nadie cuestiona seriamente que dos homosexuales puedan enamorarse (el principal criterio para el Nuevo Matrimonio). Y si bien es cierto que las relaciones homosexuales son estadísticamente inestables y a menudo menos que monógamas, bueno, ¿están lo heterosexuales haciéndolo tanto mejor? Y además, si bien es verdad que el sexo gay (si se lo puede llamar así) es estéril por naturaleza, ¿hay mucha diferencia con el sexo contraceptivo o esterilizado? Y, por supuesto, si bien los gays no pueden tener niños de manera natural, ellos pueden aprovechar las tecnologías del Mundo Feliz, como la FIV o la inseminación artificial y la maternidad sustituta, de cuyo acceso han gozado los heterosexuales desde hace mucho y con respecto a lo cual hemos dejado de oponer cualquier objeción moral seria hace largo tiempo. ¿Y que pasa si esos niños carecen de un padre o una madre? Ya se permite a hombres y mujeres solteros concebir hijos utilizando esas tecnologías, de manara que ¿por qué no los gays? ¿No sería hipócrita no permitírselo a ellos también?

En último término, es una pregunta que no tiene respuesta. Si —y dijo si— aceptamos las premisas del Nuevo Matrimonio, entonces no hay realmente razón alguna para dejar fuera a los gays. En realidad, se podría argumentar que sería un mero prejuicio hacerlo.

 

La coherencia es la única esperanza de victoria

Todo lo cual lleva inexorablemente a esta conclusión desafiante, pero verdadera:

Para que haya alguna esperanza de no ser un mero objeto de risas (como sucedió el mes pasado en la Corte Suprema de Estados Unidos) cuando señalamos la verdad de sentido común de que el “matrimoniogay no puede ser verdaderamente matrimonio porque el matrimonio y la procreación van de la mano y los gays no pueden procrear, es necesario que estemos recibiendo con alegría a los hijos; o que no hayamos convertido nuestros matrimonios en estériles a través de la mutilación o la contracepción; o que nosotros mismos hayamos rechazado el uso de tecnologías que arrancan violentamente el proceso de procreación de su único lugar legítimo, dentro del hermoso acto de unión conyugal, para transplantarlo a un laboratorio.

Y para que haya alguna esperanza de no parecer simplemente ridículos cuando decimos que el verdadero matrimonio es infinitamente mejor que el “matrimoniogay para los hijos porque les entrega  tanto a su padre como a su madre biológicos y es más estable es necesario que nosotros mismos hayamos hecho el esfuerzo de construir matrimonios estables y fieles; o que nosotros mismos no hayamos privado voluntariamente a nuestros propios hijos de su padre o su madre.

Y si no queremos que se burlen de nosotros cuando decimos que el sexo es “sagrado” y sólo se expresa adecuadamente dentro de los confines del matrimonio entre un hombre y una mujer, es necesario que nosotros mismos seamos emblemas vivientes de la alegría de vivir castamente; que nosotros mismos hayamos rechazado la promiscuidad, la pornografía y la infidelidad; y que nuestros pastores y nuestras iglesias enseñen que el sexo es sagrado y rehusen contemporizar con la cultura del divorcio y la promiscuidad.

En otras palabras, para que haya alguna probabilidad de salvar el matrimonio tradicional tenemos que terminar con esta charada, en la cual todos estamos implicados en mayor o menor grado, de aceptar o consentir en nuestras porciones favoritas de la Revolución Sexual y luego quejarnos amargamente cuando la revolución lleva precisamente a donde prometió llevarnos.

Simplemente, no podemos estar convincentemente de guardia en la ciudadela al mismo tiempo que saqueamos sus despojos. No. Para que veamos alguna vez la restauración de una cultura de verdadero matrimonio tenemos que empezar por ser coherentes. Y eso empieza con usted y yo hoy mismo.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por LifeSiteNews.com. La traducción al castellano es del equipo VivaChile.org.