Todo es bonificación
Alfredo Jocelyn-Holt | Sección: Educación, Política, Sociedad
No hay caso, hemos llegado a esa perfección última, el que con un mínimo de esfuerzo se puede obtener una gratificación máxima expedita, aunque para calificar haya que ser medio mal hecho: haber tenido abuela turnia (nueva variante del cuento de la abuelita), provenir de un territorio del país o ciudad o de la historia pasada donde sobren los cojos (todos los cojos son ahora buenos) y en lo posible, que nadie se haya fijado en usted antes. En todo caso, siéntase ennoblecido, los dioses le han hecho un guiño: se le ha “empoderado”. Talento e inteligencia innata, genialidad, mérito, capitales culturales acumulados, tradición de excelencia, selección, saber leer y escribir, nada de eso ya valen: “suenan” elitistas.
Esto está ocurriendo donde sea, pero es en esa nueva “cancha por rayar” –la educación– que se libra la gran batalla del futuro. La vez pasada, en marzo de 1814, fue un desastre para los patriotas; 200 años después, este marzo que viene, se “corregirá” la historia. Según Francisco Javier Gil, el “ranking” (bono de enero) ha sido un “éxito”: van a entrar 7 mil y tantos alumnos “con buenos antecedentes” (no excelentes) a la universidad, y “del 15% más vulnerable”. Todos los indicadores, sin embargo, apuntan a que el “ranking” no sirve (no elevó el ingreso de colegios municipales, hubo menos seleccionados que en 2013). Quienes más “bonificaron” –la UCh y Usach– tuvieron bajas notorias en puntajes PSU (Lenguaje y Matemática). Yo hace rato vengo teniendo alumnos más malos, en parte, gracias a ubicuas “bonificaciones”. Las hay de todo tipo: cursos más masivos, becas, ponderaciones, eliminación de requisitos de entrada para carreras que no logran llenar las plazas ofrecidas, cupos para atletas, este año que viene en Beauchef cupos preferenciales sólo para féminas porque hay mucho varón, mañana, el nieto de la abuelita aquélla, si es turnia y coja tanto mejor…
Ahora bien, no es que entren a ningún lugar muy espectacular. Lo confesó Matko Koljatic, de la Comisión Nacional de Acreditación, el otro día: “Si usáramos los estándares que se aplican en Estados Unidos no se acredita nadie”; dicho en brutal: la CNA sólo sirve para acreditar la mediocridad. A las universidades también se las “bonifica”. Al Demre de la UCh que administra la cuestionable PSU, millonariamente y sin rendición de cuentas de platas fiscales, por de pronto. A quienes manejan al dedillo las pautas y formularios de proyectos Fondecyt, otro tanto.
Hace rato que se “bonifica” la investigación y desatiende la docencia. Esta maneja más fondos mientras que por hacer clases, que es arte delicado (puede evitar que salgan todos anarco-revolucionarios), se pagan miserias. Y sin embargo, el trabajo en ciencia en Chile “sigue mediocre” (Charles Zuker, neurobiólogo chileno de Columbia U.), imagínese en humanidades. Y esto porque la valoración y evaluación académica privilegian instrumentos cada vez más cuestionados: revistas indexadas (véase las críticas feroces del Premio Nobel 2013 de Medicina, Randy W. Schekman), proyectos y seminarios “yo te convido/tú me convidas, yo te cito/tú me citas”… Peores alumnos, sobrevalorada investigación y un lote de educólogos y burócratas: esa es la universidad “bonificada” chilena.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera.




