Solo falta un beso

Joaquín García Huidobro | Sección: Familia, Política, Sociedad

#02-foto-1Berta y Emilia viven juntas desde hace 38 años. Tanto se quieren, que Berta ha sido capaz de cuidarla durante largos dos años, cuando una depresión impedía a Emilia valerse por sí misma. En todo este tiempo, no son más de 4 ó 5 los días en que han dormido en casas distintas. Comparten todo, y nada más razonable que una herede a la otra y reciba pensión a su muerte. Berta tiene una pequeña parcela, y Emilia unos departamentos minúsculos en el centro de Santiago. Con los arriendos de estas propiedades consiguen vivir modestamente.

Cualquiera pensaría que el AVP es la solución perfecta para ellas. El Gobierno ha empujado con todas sus fuerzas el proyecto y dentro de unos días se hará realidad esa fórmula que reconocerá el valor de haber hecho una vida juntas, y no dejará a la sobreviviente en una situación desmedrada.

Pero no, el AVP no les servirá de nada.

¿Por qué? ¿Acaso les falta afecto? No, se quieren mucho. Cada una ha dado la vida por la otra.

¿No han vivido suficiente tiempo juntas? Dentro de poco llegarán a 40 años de vida en común.

El problema no es ese. Sucede que Berta y Emilia son primas, viudas y heterosexuales. Se fueron a vivir juntas, pero no en la misma cama. El AVP, en cambio, está pensado solo para “parejas”, de manera que, según dicen, debe haber afecto sexual de por medio.

Les bastaría un beso, unas horas de pasión para ser reconocidas por la ley y dejar su futuro resuelto. Pero no, su unión no es suficientemente sexy o vanguardista.

Parece que hay que castigarlas a ellas y a los numerosos chilenos y chilenas que mantienen convivencias de afectos muy hondos, llenas de solidaridad, que se prolongan en el tiempo, pero que tienen la desgracia de no calzar con la agenda de nadie.

¿Existe algún ministro que pueda dar cuenta de esta anomalía?

Ninguno.

Los más inspirados, declaman que se está cumpliendo una promesa presidencial (ojalá tuvieran el mismo fervor para referirse a la prometida seguridad ciudadana). Lo que no logran explicar es por qué la solución de las dificultades de los convivientes exige excluir a Berta y Emilia de los mismos beneficios.

Tampoco en el Congreso se escuchan explicaciones convincentes. Un parlamentario de derecha ha señalado que el AVP le parece un “tremendo avance para construir una sociedad más inclusiva en Chile”. Muy bonito, pero ¿por qué esta inclusión excluye a Berta y a Emilia? Dice que le parece muy importante “tener una regulación legal para las relaciones que nacen del afecto”. Como si entre ambas no hubiese cariño.

¿Por qué no llaman a las cosas por su nombre? ¿Por qué no dicen, mejor, que en el Chile que nos proponen solo algunos afectos importan, mientras que los otros resultan insignificantes?

Nadie da una respuesta a este tipo de preguntas, porque probablemente nadie tiene nada que decir, ya que el AVP es un juego en el que todos hacen trampas. Del AVP se habla mucho, pero me temo que, en el fondo, a nadie le interesa.

Para unos, el AVP es una barrera, un recurso para dejar tranquilos a los activistas de la causa gay y, de esta manera, evitar el “matrimonio” homosexual. La pretensión es un poco ingenua, porque desconoce la evidencia internacional que nos muestra cómo el AVP es la antesala del matrimonio entre parejas del mismo sexo.

Otros, en cambio, saben que el horno no está para bollos y proponen esta fórmula que, una vez aprobada, hará más fácil discutir dentro de un par de años el “matrimonio igualitario”, como les gusta llamarlo. Para ellos es un trampolín.

Además, si se lo mira de cerca, nuestro AVP es tan parecido al matrimonio, que no parece que en el futuro pueda haber muchas resistencias a introducir un “matrimonio” homosexual. Para ser igual al matrimonio, le falta al AVP el deber de fidelidad. Esta omisión es importante, porque muestra que nuestros legisladores se han tragado los prejuicios conservadores acerca de la promiscuidad de los homosexuales y no se atreven a imponerles una exigencia que es elemental para que el afecto sea auténtico y no un entusiasmo veraniego.
#02-foto-2Si en realidad el AVP no les interesa, por sí mismo ni al Gobierno ni a la mayoría de los parlamentarios, mucho menos les quitará el sueño resolver casos como el de Berta y Emilia.

Por tanto, si ellas quieren recibir sus beneficios, que pongan algo de su parte, que metan un poco de romanticismo en su relación, que se inscriban como pareja ante el ministro de fe y a la salida de la ceremonia hagan lo que el público está esperando:

¡El beso, el beso!”.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.