Reflexiones sobre los medios de comunicación social
Javier Úbeda Ibáñez | Sección: Sociedad
Los medios de comunicación están llamados a servir a la dignidad humana, ayudando a la gente a vivir bien y a actuar como personas en comunidad. Los medios de comunicación realizan esa misión impulsando a los hombres y mujeres a ser conscientes de su dignidad, a comprender los pensamientos y sentimientos de los demás, a cultivar un sentido de responsabilidad mutua, y a crecer en la libertad personal, en el respeto a la libertad de los demás y en la capacidad de diálogo.
La comunicación social tiene un inmenso poder para promover la felicidad del hombre y su realización, pero también puede violar el bien de la persona.
Los medios de comunicación pueden usarse para el bien o para el mal; es cuestión de elegir. No conviene olvidar que la comunicación a través de los medios de comunicación social no es un ejercicio práctico dirigido sólo a motivar, persuadir o vender. Mucho menos, un vehículo para la ideología. Los medios de comunicación pueden a veces reducir a los seres humanos a simples unidades de consumo, o a grupos rivales de interés; también pueden manipular a los espectadores, lectores y oyentes, considerándolos meras cifras de las que se obtienen ventajas, sea en venta de productos sea en apoyo político. Y todo ello destruye la comunidad. La tarea de la comunicación es unir a las personas y enriquecer su vida, no aislarlas ni explotarlas. Los medios de comunicación social, usados correctamente, pueden ayudar a crear y apoyar una comunidad humana basada en la justicia y la caridad; y, en la medida en que lo hagan, serán signos de esperanza.
La verdad informativa
¿Cómo podría definirse la verdad informativa? Admitamos que como adecuación de la mente del emisor, del informante a la realidad social específica en donde se ha producido la información. Es decir, un periódico ha de reproducir fielmente la noticia y, si manifiesta su opinión sobre la misma, debe hacerlo con rigor y honestidad.
La mayoría de los códigos deontológicos consideran el respeto a la verdad como el primer principio ético que ha de inspirar el comportamiento de todo profesional de la información. Sin embargo, la práctica cotidiana del periodismo se aleja en demasiadas ocasiones de este criterio moral. El periodista, como individuo, recibe presiones de todo tipo: el empresario o director marcan líneas de información, los intereses políticos o económicos a los que se debe su medio promueven comportamientos de escasa calidad moral… La verdad no es en muchos casos objetivo fundamental de la información periodística. A veces ésta se realiza omitiendo datos esenciales de un hecho, deformando el material informativo, por no hablar de las ocasiones en las que se pretende adoctrinar, manipular y, en definitiva, engañar antes que transmitir con el máximo rigor la complejidad de los hechos.
Hay que tener en cuenta que, en el periodismo, el concepto de verdad que se maneja es de carácter, podríamos decir, procedimental. ¿Qué es la verdad de un hecho? ¿Cómo sabemos si estamos contando la verdad? Todos tenemos prejuicios, presupuestos, intereses, de los cuales ni siquiera somos conscientes en muchas ocasiones. También los informadores. Por eso mismo, la verdad periodística consiste en un procedimiento, en un modo de trabajar, según el cual —como señalan la mayoría de los códigos éticos— el profesional tiene el deber de contrastar las fuentes, de dar la oportunidad a las personas afectadas por una información a que ofrezcan su propia versión de los hechos, corregir públicamente los errores que se hayan advertido en la difusión de una información, facilitar la oportunidad de réplica de los implicados o lectores… Cumpliendo estos —y otros— procedimientos, podríamos afirmar que nos estamos acercando a la verdad informativa. Sin embargo, la realidad cotidiana del periodismo es muy otra: la precipitación, la superficialidad, la ideologización y los silencios son más comunes de lo deseable; sobre todo en temas de carácter ético, religioso o científico, que exigen, quizá, mayor rigor.
Carlos Cardona apunta en “El amor a la verdad y la verdad del amor: La verdad compromete personalmente, la verdad tiene consecuencias prácticas, y eso da miedo, porque no se sabe bien a dónde me puede llevar, qué sacrificios me puede exigir, qué renuncias me puede imponer”.
Mentir no es sólo no decir la verdad; es ocultarla, manipularla, mezclarla con verdades —las medias verdades, que ya se sabe cómo terminan: siendo dobles falsedades—; mentira son también los silencios cómplices, las omisiones del deber, y más aún las traiciones, la utilización de unos por otros al servicio de turbios intereses…
Dice el profesor Niceto Blázquez que manipular la información implica intervenir deliberadamente en los datos de una noticia por parte del emisor; trastocar sutilmente esos datos de modo que, sin anularlos del todo, proporcionen a la noticia un sentido distinto del original, en función de unos intereses preconcebidos por parte del emisor. Y todo ello de tal forma que el receptor no pueda percatarse de esa intervención sin recurrir a otras fuentes de información.
Dice a este respecto López Quintás, en su obra “La tolerancia y la manipulación”, que el manipulador es un ilusionista de conceptos que tergiversa el sentido de los vocablos para alterar a su antojo la escala de valores, y conseguir que multitud de personas pierdan capacidad creativa y sean fácilmente dominables.
Manipulación y tolerancia son dos términos contrapuestos por su sentido teleológico: mientras que la tolerancia permite la búsqueda de la verdad, la manipulación nos lleva directos a la mentira. No puede haber convivencia plural posible si se anula la fuerza constructiva de la tolerancia y se sustituye por la potencia destructora de la manipulación, de la mentira.
Libertad y responsabilidad en la información
Tradicionalmente, los profesionales de la información tenían como finalidad su independencia, que servía como salvaguarda de su objetividad a la hora de desarrollar su actividad periodística. Hoy, desgraciadamente, la profesión informativa se encuentra en connivencia con el poder político y el poder económico.
Los medios de comunicación conciertan alianzas con el mundo empresarial y de las finanzas. Ello contribuye a convertir la información en un asunto exclusivamente mercantil y a alejarla de los intereses del público. Se va extendiendo así la desconfianza hacia los profesionales de los medios de comunicación, que cada día son más parciales.
Algunos informadores están sometidos a presiones morales, financieras, ideológicas y políticas. Ante ello, sólo una conciencia ética sólida y vigorosa constituye el mejor antídoto ante las incitaciones a la corrupción. La corrección ética es la mejor defensa de la credibilidad profesional en materia de información. Es la ética profesional la que enseña a los informadores a escuchar y aprender de las críticas del público, así como a defenderse de los poderes políticos y económicos mediante el ejercicio de la legítima libertad de expresión al servicio del bien común.
La profesionalidad informativa exige cada vez más conocimientos y más sentido de responsabilidad. La responsabilidad del informador es el ejercicio razonable de la libertad de expresión y es un asunto primordial y específico de la ética. La relación entre competencia profesional y responsabilidad ética es muy estrecha. Sin embargo, no se puede exigir responsabilidad a quienes no son libres.
Una utilización libre y responsable de los medios de comunicación es una utilización ética de los mismos. Los informadores han de estar provistos de dos cualidades esenciales para utilizar correctamente estos instrumentos mediales: la libertad y la responsabilidad, es más, estos dos elementos aparecen como indisolubles, ya que, sin responsabilidad, la libertad puede tornarse en abuso, y la responsabilidad no existe allí donde uno no es libre, sino que actúa con sometimiento o vasallaje hacia otro.
La libertad y la responsabilidad en el uso de los medios de comunicación garantizan la salvaguarda de la verdad, la solidaridad y el respeto a la dignidad humana, tres exigencias ineludibles que deben prevalecer en el entorno mediático si no se quiere caer en la desinformación y en la manipulación de la persona, con todo lo que ello puede acarrear de efectos funestos y degradantes.
Ojalá que los informadores, los gestores y los responsables últimos de los medios de comunicación tengan presentes aquellas palabras que, en 1982, con ocasión de su visita a Madrid, Juan Pablo II pronunció como retrato moral del informador responsable: “La búsqueda de la verdad indeclinable exige un esfuerzo constante, exige situarse en el adecuado nivel de conocimiento y de selección crítica. No es fácil, lo sabemos bien. Cada hombre lleva consigo sus propias ideas, sus preferencias y hasta sus prejuicios. Pero el responsable de la comunicación no puede escudarse en lo que suele llamarse la imposible objetividad. Si es difícil una objetividad completa y total, no lo es la lucha por dar con la verdad, la decisión de proponer la verdad, la praxis de no manipular la verdad, la actitud de ser incorruptibles ante la verdad. Con la sola guía de una recta conciencia ética, y sin claudicaciones por motivos de falso prestigio, de interés personal, político, económico o de grupo”.
Abusos culturales
La crítica condena con frecuencia la superficialidad y el mal gusto de los medios de comunicación que, sin estar obligados a la estrechez de miras o la uniformidad, no deberían tampoco caer en la vulgaridad o la degradación. No sirve de excusa afirmar que los medios de comunicación social reflejan las costumbres populares, dado que también ejercen una poderosa influencia sobre esas costumbres, y, por ello, tienen el grave deber de elevarlas y no degradarlas.
El problema presenta diversos aspectos. Uno de ellos se refiere a los temas complejos, cuando en vez de ser presentados con esmero y veracidad, los noticiarios los evitan o los simplifican excesivamente. Otro serían los programas de entretenimiento de tipo corruptor y deshumanizante, que incluyen y explotan temas relacionados con la sexualidad y la violencia. Es una grave irresponsabilidad ignorar o disimular el hecho de que la pornografía y la violencia sádica deprecian la sexualidad, pervierten las relaciones humanas, explotan a los individuos especialmente a las mujeres y a los niños, destruyen el matrimonio y la vida familiar, inspiran actitudes antisociales y debilitan la fibra moral de la sociedad.
En el ámbito internacional, el dominio cultural impuesto a través de los medios de comunicación social también constituye un problema cada vez más serio. En algunos lugares las expresiones de la cultura tradicional están virtualmente excluidas del acceso a los medios populares de comunicación y corren el riesgo de desaparecer; mientras tanto, los valores de las sociedades ricas y secularizadas suplantan cada vez más los valores tradicionales de las sociedades menos ricas y poderosas. Teniendo esto en cuenta, habría que prestar particular atención a los niños y jóvenes, proporcionándoles programas que les permitan tener un contacto vivo con su herencia cultural.
Es de desear que la comunicación se haga según modelos culturales. Las sociedades pueden y deben aprender unas de otras. Pero la comunicación transcultural no debería realizarse en detrimento de las más débiles. Hoy incluso las culturas menos extendidas no están aisladas. Se benefician de intercambios cada vez mayores, y al mismo tiempo sufren presiones ejercidas por una fuerte corriente uniformadora. El hecho de que un gran número de informaciones fluya actualmente en una única dirección desde las naciones desarrolladas hacia las naciones en vías de desarrollo y pobres plantea serias cuestiones éticas. ¿Los ricos no tienen nada que aprender de los pobres? ¿Los potentes son sordos a la voz de los débiles?
En la medida en que el ciudadano se mueva en el mundo original del conocimiento, no será un consumidor dócil, acrítico y pasivo de información. Y tenderá a comparecer él mismo activamente en un mundo informativo en el cual y del cual tiene algo —quizá mucho— qué decir. Y, sin necesidad de revestirse de arrogancia alguna, le importará más ese aspecto activo y personal de su propio saber que los ídolos del foro público y anónimo. En otras palabras, relativizará la información y sus medios dominantes, respecto a los cuales se comportará con plena libertad, cierta distancia y una moderada indiferencia. Será un usuario culto de los canales de la opinión pública, respecto a los que transitará gradualmente de la actitud de consumidor a la de actor o agente responsable.




