Literatura y alfabetización
Pedro Gandolfo | Sección: Arte y Cultura, Educación, Sociedad
En Chile, según estudios serios, hay más de un 40% de personas que son analfabetas funcionales. Así, mientras menos del 5% son analfabetas absolutas, por lo menos 4 millones de chilenos (una cifra gigante) han recibido rudimentos de alfabetización. Quizás son capaces de deletrear un texto, pero son inhábiles para resolver situaciones comunes en la vida cotidiana que involucran leer un texto, como, por ejemplo, rellenar una solicitud para un puesto de trabajo, entender un contrato, seguir unas instrucciones escritas, leer un artículo en un diario, interpretar las señales de tráfico, consultar un diccionario o entender un folleto con los horarios del autobús.
El analfabetismo funcional denuncia la falla del proceso educativo (casi todos esos 4 millones de analfabetos poseen la licenciatura en educación media), en lo que respecta al texto en su dimensión cotidiana de útil. A cada rato un ciudadano común y corriente se ve enfrentado a textos que debe interpretar y usar correctamente si quiere conseguir un propósito. Las deficiencias de la comprensión lectora son en esos casos patentes (y trágicas), porque la disfunción, la falla, se puede contrastar fácilmente y es un handicap feroz. Allí se desplaza ahora la franja de la “ignorancia” que escandalizaba, con razón, a los ilustrados de antes. También los intelectuales de hoy (recomiendo un vigoroso artículo de la antropóloga Sonia Montecinos, Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales) se escandalizan porque esas personas son, en los hechos (por su incapacidad de superar esa barrera de acceso), ciudadanos de segunda categoría, con el agravante de que han pasado por el sistema educativo y este ya certificó la “semialfabetización”.
¿Qué espacio le queda a la literatura en un país con más del 40% de analfabetos funcionales? Poco o nulo. Los escritores y hombres de letras también deberíamos poner el grito en el cielo por estas cifras. Tiendo a pensar que cualquier escritura literaria, por sencilla y complaciente que sea con el lector, deja fuera inmediatamente a ese 40% de analfabetos funcionales. Leer un libro es un ejercicio cognitivo complejo, extraordinariamente más demandante que rellenar un formulario, pero, sobre todo, es una actividad que se despliega en el plano del ocio y el tiempo libre. En la literatura la escritura se ofrece al lector en su dimensión no útil; es, precisamente, una irrupción liberadora dentro del círculo utilitario de la vida cotidiana. Las expectativas de mejorar los paupérrimos índices de lectoría de libros que se dan en Chile son ilusorias mientras se mantenga ese lastre pesado, injusto y enorme.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.




