¿Fenómeno o fundamento?

Jaime Antúnez Aldunate | Sección: Política

#02-foto-1No falta razón a la centroderecha cuando siente la necesidad de una autocrítica razonable y razonada, no aquella ciertamente que consiste en “arrancarse al monte”. Algunos han señalado con objetividad que se pasó en estos años del “cosismo” al “gestionismo”, sin prestar atención alguna al empobrecimiento del “relato”, hasta llegarse a su total desdibujamiento. Otros han hecho ver la necesidad de “sintonizar” este relato con una ciudadanía hoy distinta y alcanzar así una nueva “conectividad” que abra a esta al deseo de ser nuevamente gobernada por la centroderecha. Se observa también, con fundada prudencia, que asumir el poder principalmente como resultado del desmoronamiento de la contraparte puede ser catastrófico.

Todos estos razonamientos, perfectamente atendibles, no atraviesan, sin embargo, el umbral de lo fenoménico, del fenómeno o proceder político, mientras adolecen de lo que no se escucha por ninguna parte: la preocupación por el fundamento.

A la centroderecha le bastaría hurgar tan solo un poco para encontrar la raíz de sus verdaderos fundamentos. Aquellos que le han permitido vivir grandes momentos en la historia de la construcción del país, así como también algunos de doloroso desmembramiento que luego ha sido inhábil, por falta de convicción, para reconstruir –como por ejemplo la separación de la Falange– iluminadores unos y otros de sus propios fundamentos.

A la izquierda le falla muchas veces –aunque menos ahora con las experiencias del pasado siglo– su lóbulo fenoménico, en tanto que, por ADN, está siempre conectada con su fundamento. Por esto, precisamente, es que no le cuesta reflotar. Es el fundamento el que provee el cable de la “sintonía”.

La centroderecha –o al menos la UDI– debería tener vivo en su memoria que en 1989, cuando contra todo pronóstico Jaime Guzmán ganó la “senaduría imposible” en el Santiago de los más pobres, no fue deslumbrando con la pirotecnia de lo fenoménico, sino concentrándose, como probablemente nunca lo hizo en su vida, en un horizonte de sentido, el auténtico fundamento de su misión política. Nuevamente pudimos comprobar entonces que es este, el fundamento, el que otorga la verdadera “sintonía”.

En un mundo donde la política padece universalmente los efectos del “pensamiento débil” (con muchos que hacen suyo eso del “fin de la historia”), no es de asombrar que líderes inteligentes, de uno y otro sector, atisben con prontitud allí donde aparecen ideas de fundamento que provean ese cable de la sintonía. Es lo que curiosamente ha sucedido, por ejemplo, en EE.UU., donde miembros del Partido Republicano y del Partido Demócrata se disputan como propios los argumentos desarrollados por el Papa Francisco en la reciente exhortación Evangelii gaudium. En el desolado orbe de la fragmentación individualista, que afecta transversalmente a los actores políticos de todos los sectores, estos han descubierto en el lenguaje fuerte y en el ejemplo que regala el Papa, unas motivaciones de bien común, anheladas, aunque hoy conceptualmente desterradas como políticamente incorrectas.

Si ello acontece en un país de mayoría protestante, ¿cómo no esperar que, en parecido desierto de fundamentos, haya también políticos chilenos que busquen inspiración en estas mismas fuentes –ciertamente no para utilizarlas como armas arrojadizas– activando en su propio sector el debilitado ligamen con el bien común? Bastaría, quizá, con que se espigaran algunas ideas de los capítulos segundo y cuarto del citado documento.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.