El retrato robot del Papa en la prensa

Fernando Rodríguez-Borlado | Sección: Política, Religión, Sociedad

#01-foto-1La elección del Papa Francisco como personaje del año por parte de la revista Time es uno de los reconocimientos más mediáticos, pero ni mucho menos el único de los que ha recibido el Papa desde que comenzara su pontificado. También es la personalidad del 2013 para un diario sesudo como el parisino Le Monde o para la edición italiana de Vanity Fair, más acostumbrada a hablar de celebrities; Foreign Policy, una publicación norteamericana de análisis político, lo sitúa entre los 30 pensadores más importantes del 2013, y le dedica un artículo especial; el último número de la revista The New Yorker lleva en la portada un divertido y cariñoso dibujo del Papa, y un extenso perfil en sus páginas interiores. En España, El Mundo también ha reconocido al “Papa de los pobres” como personaje del año.

 

Gestos que gustan

El Papa del pueblo”. Este ha sido el lema escogido por Time para el reportaje sobre por qué ha nombrado a Francisco como persona del año. El calificativo evoca el de “la princesa del pueblo”, de Diana de Gales, como la personalidad que renueva y sacude una institución solemne y rígida. Al igual que muchas otras publicaciones en todo el mundo, la revista norteamericana destaca la cercanía de Francisco con el pueblo, su preocupación por las personas concretas, y en especial con los más desfavorecidos.

La mención de gestos misericordiosos del Papa –hay muchos donde elegir– es también muy frecuente: el abrazo a una persona con el rostro desfigurado por una enfermedad rara, la invitación a unos sin techo italianos para que comieran con él el día de su cumpleaños, su viaje a Lampedusa después de la tragedia en la que murieron más de 350 personas, celebrar la Misa del Jueves Santo en una cárcel lavando los pies a doce presos, etc.

La prensa mundial ha elogiado que Francisco haya entrado en contacto directo –a veces, literalmente– con el sufrimiento. No obstante, en su alabanza de un Papa “más de hechos que de palabras”, frecuentemente ha desatendido o juzgado superficialmente algunos de sus discursos. Esta ha sido, quizá, el precio pagado por la papamanía, tal y como la describe Le Monde. Sin embargo, como señala John Allen Jr. –un conocido periodista de temas religiosos–, “aunque existe el riesgo de simplificación o incluso de caricaturización cuando la cultura del famoseo se aplica a un líder religioso, lo cierto es que los católicos se enfrentan a un bendito problema de popularidad”.

La misma asistencia a las audiencias generales refleja este tirón popular del Papa. Según los datos difundidos por el Vaticano, para las 30 audiencias generales celebradas desde su elección el pasado 18 de marzo hasta mediados de diciembre, se han distribuido más de millón y medio de entradas, a lo que habría que añadir la gente que sin pedir ningún ticket asiste en la via de la Conciliazione y calles colindantes. El número de asistentes a las audiencias ha llegado a veces hasta las cien mil personas.

 

Misericordia cristiana, no mera filantropía

#01-foto-2Si hay una palabra que los medios destacan en los discursos y homilías de Francisco, esa es “misericordia”. La idea de que la caridad debe demostrarse en la práctica ha aparecido en multitud de discursos y homilías.

Sin embargo, Francisco ha remarcado muchas veces que la misericordia cristiana no es mera filantropía ni un vago humanitarismo. En este sentido ha recordado que la Iglesia no puede convertirse en una ONG. La Iglesia debe ejercer la caridad según el molde que le es propio; es decir, según las enseñanzas de Jesucristo. Frecuentemente esta faceta religiosa de los gestos del Papa –la que los da su verdadero significado– no ha sido captada por los medios de comunicación.

Un ejemplo de esta falta de comprensión es el trato que han recibido en la prensa las palabras de Francisco relativas a los no creyentes. En un discurso pronunciado en junio, el Papa reflexionaba sobre la parábola de la oveja perdida: “hoy lo que pasa es que tenemos una dentro [del redil] y nos faltan las 99”. Varios periódicos señalaron el carácter “transgresor” del mensaje, y sin embargo no repararon en que Francisco estaba proponiendo en realidad la misión de traer de nuevo a las ovejas perdidas al cristianismo. En boca del anterior Papa, esta sugerencia seguramente habría sido interpretada como una manifestación de avasallamiento moral, de intento de recristianización de una sociedad secularizada.

En realidad, las palabras de Francisco están en perfecta continuidad con las enseñanzas de Benedicto XVI y Juan Pablo II, pero a la vez destacan una característica de su pontificado: el énfasis en la misión pastoral. El cardenal de Madrid, Antonio María Rouco, relacionaba este afán del Papa con la idea de la conversión cristiana: “La verdad es que está poniendo en trance de ejercicios espirituales a la Iglesia en todo el mundo; y los ejercicios espirituales –no hay que olvidarlo– tienen una gran finalidad: la conversión”.

El estilo del Papa Francisco ha creado la oportunidad de que gente que antes no escuchaba, ahora tenga el oído más atento, hasta el punto de considerar novedosas doctrinas que ya estaban enunciadas. Esta coyuntura ofrece una buena plataforma de evangelización. El problema puede venir de un equívoco. El Papa Francisco quiere ir a las “periferias” y presentar la doctrina de un modo que llegue al corazón de los hombres para que estos se conviertan, es decir, que cambien de vida; y esto puede decepcionar a los que en realidad quieren que sea la Iglesia la que cambie, para que ellos puedan seguir con la misma vida, sin escuchar una voz incómoda.

 

Obsesiones informativas

Esto es lo que se advierte en los profetas que anuncian una supuesta revolución que Francisco va a traer a la Iglesia, tanto en el plano doctrinal como en el gobierno.

En cuanto a lo primero, se da una curiosa paradoja: la prensa aplaudió en su momento las palabras del Papa sobre que la Iglesia no debía obsesionarse con ciertos temas, sin hablar primero del anuncio de salvación; sin embargo, los propios medios parecen no haber escuchado la recomendación, pues prácticamente no valoran otros discursos del Papa más que los que se refieren a esas supuestas obsesiones.

En realidad, Francisco dijo que “cuando se habla de estos temas, tenemos que hablar de ellos en un contexto”, sin embargo su presentación en la prensa refleja muchas veces los clichés del propio informador.

Así, cuando señaló la conveniencia de una mayor participación de la mujer en la Iglesia, algunos se apresuraron a profetizar una próxima aprobación del sacerdocio femenino, a pesar de que el Papa había negado explícitamente esa posibilidad, o a que pronto habría mujeres cardenales (“quien lo piensa sufre un poco de clericalismo”, comentaría luego el Papa).

Algo parecido ha ocurrido con la homosexualidad: a pesar de que el Catecismo de la Iglesia católica, supuesto depósito de la más rancia ortodoxia, enseña que la tendencia homosexual en sí misma no es un pecado y que los homosexuales están llamados a la conversión como cualquier otro creyente, los medios han querido ver poco menos que una enmienda a la totalidad en las palabras del Papa cuando señaló: “si una persona es gay, busca al Señor, y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgar?”.

Otro campo en el que algunos han visto una ruptura donde no hay más que continuidad es el de la doctrina social. Según algunos, Francisco habría rechazado el secular capitalismo de la Iglesia. Ciertamente, el Papa está haciendo de la injusticia –y de los mecanismos que tienden a perpetuarla– una de las dianas de sus discursos. Sin embargo, basta leer los documentos del magisterio referidos a este tema, particularmente la encíclica Rerum novarum, tan comentada por Juan Pablo II y Benedicto XVI, para apreciar en toda su hondura unas enseñanzas coincidentes con las declaraciones de Francisco, aunque lógicamente mucho más matizadas.

 

Relativismo y dogmatismo

#01-foto-3“¿Quién soy yo para juzgar?”. Estas palabras, convenientemente sacadas de contexto y extrapoladas, han sido la excusa perfecta para imponer otra revolución por decreto sobre los hombros de Francisco. En este caso, se trata de presentarlo como un santón del relativismo religioso, en contraposición con Benedicto XVI, el guardián de la fe. Da igual que Francisco, recogiendo el testigo de su predecesor, haya alertado en numerosas ocasiones sobre el peligro para la Iglesia de acomodarse excesivamente al mundo (ver Aceprensa, 25-11-2013).

La contraposición Papa bueno–Papa malo muchas veces es simplemente la falsilla para la afirmación de las propias convicciones, puestas en boca de Francisco. Un artículo en The Atlantic muestra un ejemplo de este curioso ejercicio de alienación intelectual. Según el periodista, el Papa cree que “apelar a la religión en la esfera pública es algo inherentemente intrusivo”; o que la Iglesia no puede trascender la cultura”, dos afirmaciones que de hecho chocan frontalmente con la advertencia de Francisco sobre el riesgo de la mundanidad: es decir, de que la Iglesia deje de actuar como levadura –un ingrediente ciertamente intrusivo– en la sociedad.

El supuesto relativismo de Francisco descansa, en realidad, sobre el mismo punto que el “dogmatismo” de Benedicto XVI, que no es otra cosa que el núcleo del cristianismo: la convicción de que el hombre ha sido salvado gratuitamente como fue creado gratuitamente; de que el hombre no se posee ni puede poseer a los demás. De ahí se deriva la misericordia fraterna, pero también la necesidad de obedecer a una ley superior. El dogma y la caridad son dos caras de la misma moneda. El día que entendamos esto será más fácil comprender el verdadero alcance de las palabras de Francisco.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Aceprensa, www.aceprensa.com.