¡A limpiar, a limpiar!

Braulio Fernández Biggs | Sección: Sociedad

#09-foto-1Cuesta comprender, como me dijo un destacado constitucionalista amigo, la falta de “imaginación jurídica” de algunos jueces chilenos. Esto, a propósito de que le comenté mi perplejidad ante el reciente fallo que condenó a los grafiteros que rayaron las paredes de la iglesia de Los Sacramentinos a “no acercarse al templo”. ¿No habría sido más lógico –le decía yo a este amigo–, no habría sido más justo y más razonable condenarlos, al menos, a limpiar los muros de ese mismo templo? ¿Y aun de otros más que sufren las mismas tropelías?

Falta de imaginación jurídica”, insistía mi amigo constitucionalista, y con razón. Pero agregábamos ambos algo así como esto: “Pero falta también que el elemento de conciencia ciudadana, de amistad cívica, sea considerado en las penas que se aplican a las faltas o los ilícitos que afectan a la comunidad toda”.

Por ejemplo, ¿no sería más razonable –y educativo y ejemplarizador– condenar a los que destrozan bienes públicos en las llamadas protestas por los “derechos sociales” –¡vaya paradoja!– a, por lo menos, limpiar y ordenar los destrozos que dejan? No digo arreglar los semáforos o reparar los paraderos de micro: simplemente limpiar, pasar la escoba, barrer…

Comprenderían así, al menos, las implicancias de lo que hicieron. De paso, solidarizarían concretamente con las decenas (¿tal vez cientos?) de funcionarios municipales que deben pasarse horas y horas limpiando y ordenando lo que los “lindos” ensuciaron y desordenaron. Y, desde luego, se les daría a entender, o entenderían, que con los bienes públicos –sí, los de todos; los bienes sociales que son de algún modo también “derechos sociales”– no se juega. O sea: si quieres jugar, juega. Pero ordena después. ¿O tendrá que ordenar la mamá, el papá… tal vez la nana…?

Como dice esa conocida canción para niños: “¡A ordenar, a ordenar, ahora tienes que ordenar! ¡Si a ti te gustó jugar, ahora tienes que ordenar!”. ¿Qué simple, no?

Es que la amistad cívica –el bien común– es muy simple de llevar a la práctica. Basta un mínimo de respeto, una mínima consideración al hecho de que se vive en sociedad y no solo en una isla, un mínimo sentido de que yo valgo tanto como el resto, y listo. Pero, claro, cosas muy simples nos han tomado siglos aprenderlas. Pensemos sencillamente en la rueda: qué artefacto tan simple, pero cuántos miles de años nos demoramos en inventarla (o en descubrirla).

Señor Juez: para la próxima, envíe a esos muchachos egoístas e hinchados de sí mismos a limpiar los muros de la iglesia que rayaron. Será mucho más efectivo, mucho más justo, mucho más esperanzador y, desde luego, mucho más limpio.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Chile B, www.chileb.cl.