Universidad

Patricio Domínguez | Sección: Educación, Política, Sociedad

#07-foto-1 Aprovecho estas fechas luego de las elecciones presidenciales y parlamentarias en Chile, para tocar un tema que sin duda será importante durante el próximo gobierno: la educación universitaria. No voy a dar cifras ni citar “estudios” sino simplemente intentar proponer una reflexión sobre qué es (y no es) ‘universidad’.

 

1. Comunidad estable de profesores y alumnos

Las etimologías son buenos puntos de partida, y más en este caso, siendo la universidad una institución esencialmente histórica. La etimología de universitas es tentadora. Por ejemplo J. H. Newman en sus Discursos dice que la universalidad de los saberes tiene que ser la nota esencial de una institución que se jacte de ser tal. Mientras más disciplinas reúna, más universitaria, más “universal” será la universidad. Quienes defienden la idea de una universidad “pluralista” en el sentido más jaleoso del término tienden a decir que en la universidad tienen que caber todas las visiones y todos los puntos de vista, porque ella es “universal”. Mucho más interesante desde el punto de vista conceptual es conectar esa “universalidad” con la concepción aristotélica de la universalidad del saber (Met. I, 2). Ahí la metafísica como ciencia suprema sería el saber universitario por excelencia.

La etimología de universidad, sin embargo, parece ser más sencilla y más modesta que eso. Universitas significa en latín tardío “conjunto”, “sociedad”, “comunidad” ,“agrupación”. Una universitas es una agrupación . ¿Agrupación de qué? De profesores y alumnos. Así de sencillo. Para que haya universidad tiene que haber una comunidad de profesores y alumnos. Ese es justamente uno de los grandes problemas de muchas de nuestras universidades: no hay comunidades de maestros y discípulos, porque ellos no “están” en la universidad. Nos hemos acostumbrado a universidades sin profesores y sin alumnos. Profesores contratados por algunas horitas a la semana y alumnos que van a la universidad por un rato, como quien va a un supermercado o una farmacia: a pagar por un producto y llevárselo a casa lo más rápido posible. Son esas universidades de papel las que han proliferado desde los años 80, cuando se empezó a pensar que una universidad era una empresa más. La universidad dejó de ser el lugar de los maestros, ahora empezó también a ser el lugar de los emprendedores. Este concepto pobre de universidad como empresa de títulos tuvo su crisis mediática con el cierre de una universidad en la 5ª región, que no sólo era una estafa académica, sino que además era una fachada de negocios oscuros.

Una universidad animada por un espíritu “emprendedor” no puede ser universitaria, porque necesariamente intentará minimizar costos, es decir, no contratará profesores con jornada completa. Una universidad sin profesores que estén todo el día allí, estudiando, ojeando libros, dando clases, atendiendo alumnos y quebrándose la cabeza intentando comprender los clásicos no es más que un mero conjunto de edificios, un resort, un inmueble, una fábrica de tornillos o un taller mecánico: cualquier cosa menos una universitas. Y sólo donde hay profesores puede haber alumnos. Una universidad no puede pedir de sus alumnos “espíritu universitario” si ella en sí misma no posibilita lo universitario mediante el fomento de cuerpos docentes estables. Si el estado quiere ponerse regular y a imponer su visión en este sentido, bienvenido sea.

 

2. “Vida universitaria”

#07-foto-2¿Qué esperas tú de la universidad?” podríamos preguntarles a nuestros alumnos de 4º medio. Probablemente muchos responderían: “vida social”, “vida universitaria”, “acción social”, “talleres”. Todas malas respuestas, pero al fin y al cabo hijas de nuestra pobre educación escolar. Lo preocupante es que las universidades mismas son las que dan ese tipo de respuestas a la hora de definirse como una oferta interesante de estudio. Basta echar una mirada por las páginas web de muchas de nuestras universidades para darnos cuenta de que éstas se jactan de ganar campeonatos de fútbol, concursos de baile, de hacer asados multitudinarios o de construir millones de mediaguas, o invierten muchos recursos en espectáculos muy pobres (por ejemplo musicales estilo Broadway), como si todo eso fuese algo “universitario”, cuando no lo es.

No lo es porque la universidad es una institución muy particular con fines particulares, no es el lugar para “crecer como persona” ni tampoco el lugar ideal para pasarlo bien, conocer gente, participar de talleres o ser solidario con los pobres: ese lugar se llama ‘vida’. La universidad tiene un objetivo más definido: ser el lugar en donde alumnos y profesores se encuentran para la investigación apasionada y sistemática de la verdad. Los griegos le dieron a ese tipo de vida el nombre de theoría, que tiene un matiz contemplativo, es decir, de algo esencialmente solemne y reverencial. Con esto no quiero decir que en la universidad no deba haber lugar para el jolgorio. Tiene que haber lugar para lo festivo, pero como dependiente de lo académico. Una borrachera medieval celebrando un torneo de retórica es algo muy universitario. Pero nuestros festivales o espectáculos universitarios no son universitarios, sino un mero recorte de “diversión” impuesta desde fuera a la universidad, simplemente para que los alumnos se diviertan, tal como lo harían fuera de ella. Los publicistas, los hombres del marketing y los directivos universitarios le han hecho mucho mal la estética universitaria, y con ello le han hecho mal a la universidad. Falta pensar bien qué tipo de estética es la que se corresponde con un lugar cuyo fin específico no es pasarlo bien o “desarrollar todos tus potenciales”, sino dedicarse afanosamente a la formación intelectual. Las obras de teatro colegiales, el reguetón y las fiestas novatas son cosas ridículas que no deberían existir en la universidad. Las obras sociales y las actividades deportivas o recreativas deberían existir, pero sin ocupar el rol mediático preponderante que suelen tener. Este lugar deberían tomarlo, por ejemplo, el teatro clásico, los cursos obligatorios de lenguas y los certámenes literarios. De otro modo, nuestras universidades seguirán siendo, como decía Gómez Dávila, lugares en donde la cultura se dedica a invernar.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Ruleta Rusa Blog, http://ruletarusablog.wordpress.com.