La “salud” sobrevalorada, distorsionada y nociva

José Mª Martí Sánchez | Sección: Sociedad, Vida

#08-foto-1 Una vez perdido el criterio, el juicio que centra al hombre en la vida (la fe es luz y confianza) todos los excesos son posibles. No es solo el consumismo, como desorden y abuso en el empleo de los recursos comunes, también el cuidado excesivo por el cuerpo deviene contraproducente y perjudicial. El transhumanismo o posthumanismo (“enhancement”), estudiado por Elena Postigo, es un movimiento que mezcla la filosofía con la técnica para reducir al hombre a objeto manipulable, con el afán de transformarlo. Aquí se da el exceso de la lógica tecno-científica (“todo lo que puede ser hecho debe ser hecho”), con la insolidaridad de acaparar recursos sin medida en busca de un paraíso en la tierra, ¡otro más!

Nuestra sociedad es proclive a esta desmesura. ¡Ha perdido el centro de gravedad! ¿Qué capta hoy el corazón humano: la novedad, la riqueza, el placer, etc.? ¿Todas estas cosas están acaso a su nivel y responden a sus inquietudes profundas? De nuevo Cristo se nos muestra como el Buen Pastor (Jn 10), “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14).

La zozobra y el hundimiento tienen hoy un punto de inflexión en la salud, tal vez por el materialismo ambiental. Si hace tiempo la depresión tenía, como preocupación predominante, obsesiva, la condenación eterna y luego fue la ruina económica, ahora abunda el temor por la enfermedad o decadencia física. Vivimos saturados por la “imagen”. Buscamos afanosamente el mejor aspecto y la eterna juventud (simulando más o menos edad, según circunstancias). El narcisismo y su reverso, la hipocondría, absorben buena parte de nuestro tiempo y dinero.

Parece que, a falta de respuestas, nos contentamos con mantener la buena apariencia y minimizar los problemas. Si ya aceptamos que no hay justificación para el dolor y el sacrificio, al menos que aquel duela menos y que nada nos haga renunciar a lo que nos atrae. Para esto está el transhumanismo o, más asequibles, los tratamientos de belleza, la cirugía estética, o el cambio de “sexo”.

En consecuencia, la salud no solo ha adquirido una importancia capital, también se ha desnaturalizado. En la escala de valores ocupa lo más alto y su significado se ha extendido, en sus manos está hacernos “felices”. En España, el Ministerio de Educación y Ciencia, difundió un nuevo concepto de salud. Tras esbozar los Temas Transversales y desarrollo Curricular (1993), incluidos en la Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo de 1990, explicó la Educación para la salud: educación sexual. En esta publicación oficial leemos: “La salud ya no se considera en nuestros días simplemente como la ausencia de enfermedad, sino que se entiende que una persona está sana cuando goza de un estado de bienestar general: físico, psíquico y social”.

En consecuencia, la “salud pública” está afectada por un mensaje ideológico y manifiesta una postura ante la vida. La clave para afrontar el futuro es la apuesta por lo inmanente.

Si un panorama así es empobrecedor, tiene otro inconveniente serio. La definición de la salud en clave ideológica se ha asociado a la eugenesia, el aborto, la eutanasia y la llamada “muerte digna”. Además, lo ha hecho con carácter de doctrina oficial. No en vano la ley establece como límite a la libertad de pensamiento, conciencia y religión el respeto de la salud pública: “La libertad de manifestar su religión o sus convicciones no puede ser objeto de más restricciones que las que, previstas por la ley, constituyan medidas necesarias, en una sociedad democrática, para la seguridad pública, la protección del orden, de la salud o de la moral públicas, o la protección de los derechos o las libertades de los demás” (Convenio Europeo de Derechos Humanos).

Esta es una de las vías por las cuales se está cumpliendo la advertencia de Benedicto XVI en la ONU: “Es inconcebible, por tanto, que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos –su fe– para ser ciudadanos activos. Nunca debería ser necesario renegar de Dios para poder gozar de los propios derechos” (18 abril 2008).

#08-foto-2El Tribunal Europeo de Derechos Humanos validó los despidos de cristianos ortodoxos que no podían, en conciencia, realizar su trabajo en diversos servicios sociales (Eweida y otros c. Reino Unido, 15 enero 2013). Mario Toso, representante de la Santa Sede, ha alertado sobre el aumento de la intolerancia y discriminación contra los cristianos en la misma Europa. Aquí se limita su libertad de expresión, sobre todo en materia de moral sexual, y en el trabajo, donde tienen que elegir entre actuar conforme a la propia conciencia o a ser despedidos (Conferencia de Alto Nivel sobre tolerancia y no discriminación. OSCE, 21-22 de mayo 2013, Tirana). En España tenemos datos que ilustran esta afirmación: el Tribunal Supremo negó a los jueces la objeción de conciencia a celebrar bodas homosexuales (sentencia de 11 de mayo de 2009) y condenó a Fernando Ferrín Calamita por un delito de prevaricación judicial por trámites dilatorios, en el expediente sobre adopción de una mujer de la hija de su pareja (sentencia 1243/2009). Finalmente, la pareja se divorció (abril 2013).

Francisco expresó, ante el Presidente de la República italiana, que: “Nel mondo di oggi la libertà religiosa è più spesso affermata che realizzata. Essa, infatti, è costretta a subire minacce di vario tipo e non di rado viene violata” (8 Junio 2013).

¿Tal discriminación no es preocupante e injusta? ¿El silenciar las voces críticas no impide corregir el desvarío colectivo? La “salud” sobrevalorada y distorsionada es nociva. Los gobernantes si la alientan y le dan cobertura contraen una gravísima responsabilidad.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Análisis Digital, www.analisisdigital.org.