La píldora sin azúcar

Carolyn Moynihan | Sección: Familia, Sociedad, Vida

#09-foto-1 Holly Grigg-Spall es una mujer joven que se define a sí misma como feminista, pero que ahora resulta profundamente impopular entre algunas de sus colegas. Inglesa, entorno a los 30 años, está casada con un americano, vive en California y ha escrito un libro en el que critica la píldora contraceptiva. De hecho Sweetening the Pill: Or How We Got Hooked On Hormonal Birth Control (Endulzar la píldora: o cómo me enganché a los anticonceptivos hormonales) es algo más que una crítica; es un repaso a la píldora y cualquier forma hormonal de contracepción. Teniendo en cuenta que esta maravillosa droga es considerada por el núcleo duro del feminismo (Nancy Pelosi, Cecile Richards, Sandra Fluke…) como la libertadora de las mujeres, no es de extrañar que estén profundamente enojadas con ella.

Y sin embargo la Sra. Grigg-Spall tiene mucho en común con las campeonas de la defensa de la píldora. Creció pensando que tomar este medicamento a diario era tan natural como las tostadas del desayuno. Igual que otras prominentes feministas, pensaba que la anticoncepción es un derecho reproductivo. Pero la que antes estaba enganchada a las hormonas sintéticas ha dejado de estarlo y quiere que todo el mundo sepa por qué.

Con poco más de 20 años, cuando debería sentirse de maravilla, se sentía deprimida, vacía, con escaso interés sexual. Y esto cuando no se sentía ansiosa y paranoica, con discusiones furiosas con su novio. “Sentía que se me iba la cabeza”, escribe.

Había tomado la píldora desde los 17 años cuando su madre y el médico de familia le dijeron que le evitaría el problema de períodos molestos, al mismo tiempo que la protegería frente al embarazo. Aunque, por entonces, no tenía relaciones sexuales aceptó aquella opinión como lo más correcto. No sabía nada acerca de cómo funcionaba la píldora, excepto que detenía la llegada de niños, y se abstuvo de hacer preguntas.

 

La primera duda

Diez años después, en 2008, seguía ignorante acerca de lo que ocurría en su cuerpo. Había ido tomando responsablemente la píldora bajo diversos preparados. En uno de ellos además se prometía que evitaba el acné y el aumento de peso. Pero una conversación con una amiga le hizo entrever que era esta droga la que le causaba aquellos bandazos temperamentales y estaba arruinando su vida.

Empezó a leer literatura feminista acerca de la salud y a preguntar. Gradualmente superó su temor, o terror, a quedar encinta, y abandonó completamente la píldora y otros métodos anticonceptivos hormonales, pasando a emplear métodos no hormonales. Participó en acciones legales contra empresas productoras de formulaciones de la píldora. Ya en USA, puso en marcha un blog con su experiencia, al que se adhirieron otras mujeres.

Cuando en mayo de 2010 se cumplieron los 50 años del lanzamiento de la píldora, con celebraciones por parte de economistas, profesionales de la salud, demógrafos, y feministas, se le prestó una atención deferente en los medios de comunicación. Pero con la publicación de su libro, aquella atención se tornó en claro enojo, desdeño, y críticas agrias.

El libro es ciertamente decepcionante, pero no por lo que afirman las feministas en sus críticas. Aparte de cuestiones formales, su búsqueda de alternativas, técnicas y filosóficas a la píldora, lleva a la autora a posiciones lógicas difícilmente defendibles. Sin embargo acierta en algunos aspectos en la crítica a la píldora y los anticonceptivos relacionados.

 

La píldora anticonceptiva no está diseñada para tratar una enfermedad, pero puede enfermar a las mujeres sanas.

La fertilidad femenina no es una enfermedad. El ciclo menstrual indica que el cuerpo está sano y que funciona de

acuerdo como ha sido diseñado. A la edad de 27 años Grigg-Spall se dio cuenta de que las hormonas no afectaban sólo su ovulación sino su cuerpo entero; además del sistema endocrino, también a los sistemas inmune y neurológico. Ahí estaba la explicación a sus infecciones urinarias, inflamación y sangrado de las encías, hipoglucemia, caída del pelo y debilidad muscular, que se unían a los trastornos en el carácter y la confusión mental. Y estos son los efectos más suaves. La píldora está también relacionada con enfermedades del corazón, cáncer de mama y cervical; las mujeres que empiezan desde la juventud a usar anticonceptivos hormonales son particularmente vulnerables a estos efectos.

Y sin embargo las autoridades y agencias, como Planned Parenthood, están muy interesadas en los tratamientos hormonales prolongados de las chicas de hasta 20 años, que incluyen la implantación de sistemas de emisión retardada de las hormonas. La razón para ello está en la escasa regularidad de las jovencitas en tomar la píldora.

 

La píldora es misógina, es fruto del temor a la fertilidad femenina.

Siguiendo a otras feministas en sus críticas a la píldora, ve su desarrollo como fruto del sistema capitalista, dominado por el hombre, que se ha sentido inseguro con el cuerpo y la mente femenina. Está perfectamente de acuerdo con la mentalidad del capitalismo del siglo XX: incrementar los puestos de trabajo remunerado, y de esta manera aumentar el consumo. De manera irónica, Grigg-Spall dice que las mujeres han cedido el control de su cuerpo a una hermandad médica misógina que les engaña con píldoras a modo de caramelos, silenciando lo que estas hacen en sus cuerpos.

 

“Estamos enganchadas a la píldora”

La industria farmacéutica funciona ciertamente como impulsora de una droga, dice Grigg-Spall. “Por cada dólar invertido en investigación básica, 19 son dedicados a publicidad y marketing”. El anzuelo comercial de la última píldora lanzada al mercado se centra en mostrar los beneficios en el estilo de vida: mejora en el pelo, piel más fina, nada de sobrepeso. Los medios de comunicación, desde las revistas femeninas a las redes televisivas, se benefician de esta publicidad, lo que explica su actitud acrítica ante la píldora. Los médicos también reciben incentivos por parte de las compañías productoras de la píldora.

 

Conocimiento del propio cuerpo y control natural de la fertilidad

#09-foto-2Sweetening the Pill es decepcionante por su falta de crítica a la cultura contraceptiva, sin apreciar que los dispositivos intrauterinos, el condón –sin mencionar el aborto – son también insultos al cuerpo y a su integridad en el acto sexual. Rompe con la tiranía de laboratorios farmacéuticos para caer en la de los productores de otros artilugios. Sin embargo, un gran descubrimiento de Holly Grigg-Spall abre también nuevas perspectivas. Se trata de la capacidad de seguir el ciclo menstrual por medio del método de detección de la fertilidad (método natural de planificación familiar, para algunos). Se ha dado cuenta de que este método puede mejorar las relaciones entre los esposos. En su opinión es una vergüenza que los católicos descubrieran este método antes de que las feministas se dieran cuenta de su gran valor.

Si el libro consigue animar a otras mujeres jóvenes a entender mejor su cuerpo y las señales de sus periodos fértiles, ya habrá aportado un buen servicio.

 

 

Nota: El artículo fue publicado originalmente por Mercator.net. Esta versión corresponde a un extracto publicado en Temes d’ Avui, http://www.temesdavui.org.