Fiesta Club Hípico

Dos asistentes | Sección: Sociedad

#10-foto-1 La noche prometía mucho. Fiesta de Hallowen. Club Hípico. Más de cuatro mil personas y seguramente nadie que nos conociera, aparte del grupo de amigos que nos acompañaba. Primer contratiempo: no había RedCompra para pagar la entrada, cosa excepcional en una noche capitalina, por lo menos así nos pareció a nosotros. Después de buscar en muchas calles un cajero, lo encontramos.

Antes de entrar, teníamos muy claro que el ambiente iba a estar algo sórdido y raro adentro de la fiesta, pero no sospechábamos lo que en realidad íbamos a encontrar.

Ya dentro, vemos a lo lejos una mujer con unas curvas endemoniadas y ropa sugerente. No faltaron los comentarios: ‘¡yo le caigo a esa!’, ‘¡qué pedazo de filete!’, ‘¡me caso!’. Sorpresa sorpresa, al acercarnos nos percatamos que sus rasgos faciales, contextura y modos no eran los de una mujer.

Decidimos adentrarnos en el gentío, no podíamos salir con las manos vacías.

Primer ambiente. Música electrónica, muy pocas mujeres –bailando solas, menos– y la inmensa mayoría de los hombres bailando entre ellos. No había nada que hacer, no nos quedamos más de cinco minutos.

Caminando hacia nuestra próxima parada vimos una serie de disfraces tan ingeniosos como grotescos (súper héroes, un Papa zombie, angelitos, cyborgs, vampiros, etc.). De pronto, una fuerte y poco melodiosa música llega a nuestros oídos; proviene de una sala con luces rojas atestada de gente. Como la moral del grupo seguía alta decidimos entrar. Death Heavy Metal alemán, o algo parecido era lo que sonaba. Nunca nos había tocado escuchar esta música en una fiesta. Este fue el primer golpe de realidad que recibimos, el primer knock out que la noche nos tenía guardada. Muchos hombres y mujeres, sin una inclinación hacia un sexo o el otro no bailaban, sino que se movían lascivamente unos con otros. Habían personas que incluso no tenían un sexo determinable a la vista, insertos en unos trajes de plástico blanco, muy, pero muy ceñidos, y con el pelo largo, recubierto de plástico tal como el de Depredador, en esa película de Schwarzenegger.

No duramos mucho en este lugar. Nos quedamos algo paralizados ante este espectáculo, formando un círculo instintivo de protección entre nosotros. Y así, tras otros cinco o diez minutos, salimos de ahí. Ahora sí que habíamos recibido el mensaje, y la moral empezó a decaer. Era hora de conseguirse un trago para digerir este episodio. Misión imposible: los organizadores habían dispuesto de solo dos filas para comprar alcohol. Y a pesar de las enfermas ganas de tomar que nos aquejaban, tuvimos que desistir; no íbamos a esperar dos horas por una piscola.

Llegó el momento de las decisiones: nos vamos o nos quedamos. En ese momento llegó a nuestros oídos una música un tanto familiar: música de mujer, de “minas lisas”. Partimos corriendo hacia el escenario de donde salía. Esa es la música que se baila en muchas discotecs a las que vamos regularmente. Sorpresa: aquí la bailan, al parecer exclusivamente, los homosexuales y las lesbianas. Este fue el golpe final. Nadie quería ir a sacar a bailar mujeres porque existía el riesgo de perder al grupo y quedarse solo en ese zoológico infernal. Nos dimos unas vueltas entre el gentío –que era enorme– y nos fuimos a acuartelar a unas gradas, de donde teníamos una buena vista panorámica del lugar, y espacio para conversar tranquilos. Ahí nos quedamos un buen rato charlando y desmenuzando la experiencia.

Cuando decidimos movernos de allí, un amigo tuvo la osadía de sacar a bailar a una de las pocas mujeres “piola” que habían entre la gente. La respuesta de ella no fue más que un grito de desprecio y un manotazo al pecho su pecho. GAME OVER. No había esperanza de relacionarse en ningún nivel con esas minas. O te encontraban un cuico o un pastel, o tu pinta, tan fuera de lugar (polera blanca y jeans) te dejaba inmediatamente fuera del mercado.

Volvimos sobre nuestros pasos, y de repente escuche una música que me encanta. Es la que escucho en mi auto, por lo general. Un género de música electrónica que se llama Dubstep. Es música fuerte, imposiblemente más masculina, y muy buena para bailar borracho. Con un amigo que comparte este gusto musical fuimos en busca de ella, es decir, nos separamos del grupo. En el lugar, estaba, nuevamente, lleno de piercings, disfraces, hombres vestidos de angelito haciendo saltos de bailarines de ballet, modales, tratos, costumbres e inclinaciones sexuales de las más variadas índoles; claramente no íbamos a encontrar gente normal, o como uno (aunque suene cuico) en esta fiesta. Nos adentramos en el gentío, conscientes de que era la última oportunidad que le íbamos a dar a esta fiesta.

#10-foto-2Recuerdo la música, buenísima, y también como muchos tipos, claramente homosexuales, me hacían a un lado para quedarse solos con mi amigo. Él no se percató de nada de esto. Una vez fuera de la pista de baile, él me dice: “Güeón, ¿por qué me andai agarrando el poto todo el rato?” Le dije que yo no le había tocado nada, jaja. Todavía me causa gracia la cara que puso.

Después nos dedicamos a encontrar a los demás, no había nada más que hacer allí. Los encontramos y nos fuimos al McDonalds.

Recordando la fiesta, era increíble como algunas personas nos miraban, parecíamos extranjeros en nuestro propio país (hasta a un amigo le preguntaron si venia disfrazado de argentino). Nadie fue particularmente maleducado, a ninguno le importábamos, solo les preocupaba pasarlo lo mejor posible. Probablemente, había mucha droga (sintéticas, aparte de marihuana) en esa fiesta, aunque no vimos. Increíble darse cuenta de que en tu propio país, te puedes sentir tan fuera de lugar (no por conductas sexuales, sino sociales), como si estuvieras en la misma China; simplemente no entendíamos a estas personas.