Mamá, quiero un tatuaje

Gerardo Varela Alfonso | Sección: Educación, Familia, Sociedad

#03-foto-1El otro día escuché un diálogo perturbador. Mi hija veinteañera le decía a su madre que quería hacerse un tatuaje. Mi señora, serena e imperturbable, le preguntó: “¿Qué pasó con ese vestido que compramos el mes pasado y por el que recorrimos Santiago que no te lo he visto puesto?”. “Ya no me gusta”, le contesta mi hija. Luego, un segundo comentario es disparado con la misma compostura. “Entraste a estudiar con la idea de ser abogada, el segundo año te cambiaste a economía y hoy finalmente estás feliz en psicología…”. “Cierto”, contesta mi hija, “pero a qué viene esto a cuento?”.

Muy simple: ¿cómo te vas sentir con un tatuaje perpetuo hecho a los 20 años cuando tengas 40?” Mi hija entonces, en un acto de madurez y reflexión, dice: “probablemente patética y además arrepentida”.

Una de las virtudes de los seres humanos es aprender de sus errores o simplemente cambiar de opinión. Esto es particularmente cierto cuando somos jóvenes. Es la edad en que cambiamos de opinión con facilidad y sin remordimiento. Es la edad en que con cada nuevo libro, con cada nuevo profesor, con cada nueva experiencia nos parece que crecemos, entendemos mejor el mundo y perfeccionamos nuestra forma de pensar. Es la búsqueda de la verdad, es nuestra curiosidad juvenil y es la oportunidad en la vida en que somos realmente libres para cambiar de opinión.

Muchas de las cosas que pensamos y creímos firmemente en nuestra juventud con el devenir de los años se transforman en malas ideas, modas feas y sentimientos fugaces. En ocasiones nos costará admitir que hayamos pololeado con esa mujer que hoy no tiene nada que ver con nosotros; nos haya gustado una película o un libro que hoy nos parecen intragables; o hayamos admirado a algún personaje que deviene patético y falso y que el tiempo desnudó como un ídolo con pies de barro.

#03-foto-2Es importante que los jóvenes reconozcan su propia volatilidad, pero sobre todo que los adultos la tengan presente y se la hagan presente a esos jóvenes que con arrogancia quieren conquistar el mundo y decirnos a todos lo que está bien o mal.

He escuchado y leído con atención a los líderes de los movimientos juveniles y debo admitir con algo de pena y no poca resignación que no se escuchan ni se leen ideas nuevas, sólo refritos de slogans de la izquierda de postguerra. Esto no sería un gran problema si no creyeran que son originales y que sus ideas son prácticas y convenientes. Y no sólo, eso sino que además quieran imponerlas a trocha y mocha al resto de los chilenos que con algo de distancia, y no poco escepticismo, esperamos que pase el vendaval. O, que al igual que mis hijos, cambien de idea, de gusto o de opinión.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Chile B, www.chileb.cl.