¿Educación chilena?

Andrés Stark Azócar | Sección: Educación, Sociedad

Siempre es buena ocasión para imprimir una necesaria pausa en medio de la borrasca, esperanzados en que, tras el barullo de los remezones, la consecuente reflexión, por lo menos, nos acercará a la cordura.

Disipando, por lo tanto, la polvareda de los “temas de contingencia”, cabe preguntarse: ¿existe algo así como una paideia chilena? ¿Artes liberales o Humanitas, o bien, simplemente adiestramiento en  competencias, habilidades y destrezas? Si una parte importante de nuestros colegios y universidades, centrados exclusivamente en las “artes serviles”, dejan fuera a la teoría o saber desinteresado, el corolario no es difícil de prever: el arribo de los reduccionismos y, por consiguiente, de las ideologías y los totalitarismos, hoy por hoy cada vez más furtivos. Dicho de otro modo, muy lejos de la pregunta por la educación y sus fines, las otrora “artes liberales”, encarnadas en el trivium –saber pensar, saber expresar, saber leer–, parecen actualmente brillar por su ausencia. En consonancia con lo anterior, el filósofo alemán Josef Pieper nos dice: “este es el camino por el que ha progresado históricamente la autodestrucción de la filosofía, mediante la destrucción de su carácter teorético, destrucción que reposa, a su vez, en que el mundo es visto cada vez más como mera materia prima para la actuación humana” (Pieper, Josef, El ocio y la vida intelectual. Rialp, Madrid 1962, pp. 90-100). Es así, que dentro de un escenario eminentemente hostil a la teoría, no son pocos los que, enarbolando el slogan de la “calidad”, suman fuerzas hacia la domesticación para el mercado fraguando el “hombre masa”, nuestra propia versión de “un mundo feliz”: ¿educación o despersonalización del sujeto moderno?

La lógica utilitarista no se contrarresta con otro sistema ideológico. El vetusto llamado a la acción-transformación de la sociedad, inherente a los “activismos” –y, por esta vía, a la noción misma de “reforma”–, destaca como uno de los principales síntomas de la generalización de la mentalidad ideológica de nuestro tiempo. Siguiendo una vez más al filósofo de Westfalia, “la filosofía no es un saber de funcionarios, sino, como ha dicho John Henry Newman, un saber de gentlemen; no un saber útil, sino un saber libre” (Pieper, Josef, El ocio y la vida intelectual, 1962). En consecuencia, la genuina universidad, abriendo espacio al saber libre por excelencia, se contrapone a la mera erudición o cientifismo, a la suplantación de la filosofía –amor a la sabiduría– por filodoxa. Sin más restricciones que la búsqueda de la verdad, debemos resguardar la universidad de la enajenación de la inteligencia. En suma y recordando las reflexiones de un sabio profesor, ante un escenario cada vez más adverso al verdadero conocimiento, resulta apremiante rescatar la genuina idea de universidad: despertar en los hombres el sentido de lo real que las ideologías, cada cual en su vereda, siempre aniquilan.