Aesthetica nuptialis o porqué son insoportables los matrimonios

Patricio Domínguez | Sección: Sociedad

Comienzo esta columna con una reflexión del gran Gustave Thibon:

Dios es el bien, pero también la belleza. Una de las grandes debilidades del cristianismo histórico es la de haber sacrificado la estética a la moral, y haber acentuado la oposición entre el bien y el mal sin tener lo bastante en cuenta la oposición, no menos esencial, entre lo feo y lo bello. Me cuesta creer que el arte de San Sulpicio y cierta música, cierta literatura llamada religiosas, constituyan una menor ofensa a la pureza divina, que una blasfemia, un robo o un adulterio”.

Este párrafo de Thibon calza al dedillo con el estiércol al que nos tienen acostumbrados los matrimonios que una y otra vez se celebran en las iglesias de nuestro país. A veces me alarmo y me pregunto: ¿Seré un maldito, un demente, que todo me parece intolerablemente horrible? O más bien: ¿acaso las bodas a las que me toca ir son justo los mejores ejemplares de la fealdad chilensis? Abro hoy El Mercurio (9 de febrero 2013, pág. A16), sección “vida social” (tema para otra columna) y me doy cuenta de que esto es una epidemia. Esto es la fantasía de los novios “echada a volar”: novias que quieren ser princesas, tortas con formas de esquís (es el hobby de los novios), fotos sacadas de catálogo de Ripley y un largo etcétera. Alguien podrá decir, como viviendo en el limbo del cuico colonial: se trata de algo social, los nuevos ricos son así, siúticos. Pero no es así, las cosas horribles se ven a raudales en matrimonios de “viejos ricos”. Que nadie tire la primera piedra.

Esta columna puede caer mal. Quizá tú, querido lector o querida lectora, te casaste y contrataste un coro guitarrero y te emocionaste hasta las lágrimas con la canción “Margaritas”. Pensaste que la prédica del cura fue como escuchar a San Agustín en persona, que tu brindis con música de película fue un momento estelar de la humanidad, que el video que mostraste en tu fiesta fue sencillamente conmovedor, que tu coreografía después del vals fue un logro estético, que la música de la fiesta fue un acierto, que el cotillón durante la fiesta fue algo muy ingenioso y hermoso, y que el código de falabella con que importunaste a medio mundo es algo muy simpático e incluso “moral” (¿después de todo, acaso no tiene una derecho a unas sábanas recién bordadas?). Quizá mucha gente te acompañe en todas y cada una de estas creencias. Yo sólo pido que concibas la posibilidad de que alguien, allá sentado en un banco de la iglesia y luego merodeando esas mesas llenas de postres, haya vivido cada uno de esos momentos como una verdadera tortura.

Amargado”. Ese es el típico mote que reciben los que se quejan de lo prostituida que está la estética de los matrimonios. Yo sólo quiero hacer las siguientes preguntas: ¿por qué diablos todo tiene que estar infectado de una estética de “Village”? ¿Por qué todo, incluso lo más sagrado, tiene que regirse por la lógica de una multitienda? ¿Por qué no somos capaces de discernir lo solemne de lo sentimental? ¿Y por qué lo sentimental tiene que ser sinónimo de dulzón, gelatinoso? ¿Y por qué lo festivo tiene que ser sinónimo de vulgar? “Son preguntas, que tú, Burgués, tendrás que contestar en el día del juicio, cuando el demonio te lleve a su morada de eterna fealdad” —ese habría sido el toque de León Bloy. Yo no quiero ser un Bloy, sólo quiero intentar poner un poco de sentido común en todo este embrollo. He visto Misas en que los novios toman el micrófono y cantan (¡!), otros sacan, instados por el presbítero, un objeto bajo la manga (por ej. un lápiz) y explican, frente a toda la grey, que “este lápiz simboliza la historia que vamos a escribir juntos”, o presbíteros que canonizan a los novios con sus prédicas empalagosas, he visto a novios salir con la canción de la película “Titanic” (¿la novia se creía Kate Winslet?) . Ni Arjona habría inventado tanta cursilada.

Alguno se sentirá ofendido porque se cree juzgado por esta columna (bueno, a decir verdad eso sería un logro, porque eso querría decir que el número de lectores del blog ha aumentado). Yo no los considero malas personas. ¡Qué diablos! Ese nivel del debate es justamente el que se quiere evitar. Por eso la reflexión de Thibon al comienzo. Además, ¿no estamos en la época dorada de la tolerancia y de la libertad de expresión? La libertad de expresión, supongo, también sirve para decir lo que nos parece feo o desagradable, no sólo para difundir lo feo y lo desagradable. Nuestras conversaciones están llenas de banalidades y adulaciones. ¡Entremos en terreno de la verdad! Acá va una verdad: ¡no me dejen de invitar a sus matrimonios, me encantan los postres!

Otro podrá decir: “esto es una crítica negativa, sin caridad. ¿dónde está la parte positiva?” No sé de dónde diantres salió esa idea de que cada aserto pronunciado por el hombre tiene que ser como el yin-yang. Si encuentro que una película es una obra maestra, ¿tengo que añadir, como por necesidad del destino, que también tiene partes malas? Hagamos valer el argumento también a la inversa.

¿Por qué tanta fealdad, tanta estética plástica, tanto arribismo? ¿Dónde quedó esa sobriedad ancestral del chileno? ¿Existió alguna vez o es un invento de Cristián Warnken? Cedo la palabra a mis queridos lectores.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por el autor en su blog Ruleta Rusa, http://ruletarusablog.wordpress.com.