¿Universidades sin investigación?
Manfred Svensson | Sección: Educación, Sociedad
No todas tienen que ser Harvard, pero…
En medio de la discusión sobre nuestra educación superior se ha instalado cierta preocupación por aquellas universidades que no buscan competir en las altas ligas de la investigación. ¿No tienen también ellas derecho a ser consideradas universidades? Sylvia Eyzaguirre, del Mineduc, ha expresado tal inquietud diciendo que si bien al sistema universitario en su conjunto le es inherente la investigación, ello no implica que todas las universidades deban tenerla.
En las elocuentes palabras de Sergio Melnick, “no todas las universidades pueden ser Harvard”. En algunas ocasiones, este argumento ha sido usado para justificar el retiro de excedentes: es verdad, se concede, que una universidad de investigación es algo carísimo, y que cualquier retiro de excedentes afectará el proyecto educativo (o, en rigor, no habrá nada semejante a “excedentes” en una universidad de investigación), pero eso no ocurriría con las llamadas universidades docentes: universidades restringidas a esa misión podrían cumplir bien su tarea y al mismo tiempo ser un buen negocio para sus dueños.
Concedamos, de partida, que es correcto defender un sistema variado en el tipo de instituciones que lo componen: hay muchas cosas injustificables en el variado sistema de educación superior chilena, pero no es menos cierto que hay una variedad legítima, que le ha hecho bien a muchos ciudadanos, que la entrada a universidades “docentes” ha permitido a muchos la movilidad social que el elitista escenario previo no permitía. En el actual escenario debemos velar no sólo por la calidad de nuestras instituciones educacionales más complejas, sino también por un razonable prestigio de instituciones que no son de excelencia pero que ofrecen una educación aceptable, velar también por un razonable prestigio de instituciones con proyectos menos complejos que nuestras más grandes universidades.
Con todo, conviene cierta cautela ante este correctivo, y en particular ante esta distinción entre universidades “de investigación” y universidades “docentes”. Desde luego no es exigible a todas las universidades del sistema la misma complejidad. Incluso si cada institución aspirara a ella, la complejidad de las grandes instituciones no se alcanza en veinte o treinta años de existencia. Pero otra cosa es afirmar que, en estricto rigor, pueda haber universidades sin investigación. Mucho depende, por supuesto, de lo que aquí se entienda por investigación.
Si “investigación” es figurar en los índices de productividad científica, la verdad es que no toda universidad tiene la obligación de tener tal figuración. Pero si “investigación” significa capacidad sistemáticamente entrenada de resolver con las armas del pensamiento problemas nuevos, de enfrentar escenarios para los que no hay una respuesta dada de antemano –y eso es precisamente lo que hacemos cuando nos sentamos a ser científicamente “productivos” – la cuestión cambia.
También el alumno que estudia una carrera “profesionalizante” se va a enfrentar en su ejercicio profesional con la insuficiencia de lo aprendido en manuales, con la insuficiencia de las reglas memorizadas; una universidad que lo prepare para responder de modo imaginativo y eficaz a dicha situación será una universidad en la que ha estado expuesto precisamente a profesores que con frecuencia están ellos mismos expuestos –porque investigan– a algo más que a repetir manuales. Su fuerte puede no ser la investigación, pero no son meros docentes.
La distinción entre universidades docentes y universidades investigativas puede ser útil para tener ciertos criterios en la asignación de recursos y para distinguir grados de complejidad de las instituciones. No todas las universidades tienen por qué ser investigativas en la misma medida. Pero docentes que de modo constante se ven enfrentados a la tarea de pensar ante desafíos nuevos serán quienes mejor puedan también preparar a los alumnos de universidades “docentes”.
Insistir majaderamente en dicho punto –en lo escurridiza que es esa distinción entre la docencia y la investigación– viene al caso, precisamente para evitar que las universidades que se entienden como docentes priven por ello a sus profesores del tiempo y recursos necesarios para que la tarea de investigación, en algún grado, forme parte de su vida. Viene al caso, además, para repensar la idea de que estas instituciones sean tan distintas entre sí como para en las universidades docentes permitir el lucro.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por el autor en su blog, http://manfredsvensson.blogspot.com.




