Chiste del absurdo: los Castro como modelo
Joaquín Fermandois | Sección: Política, Sociedad
Por razones de procedimiento Cuba encabezará por un tiempo la nueva entidad internacional que se ha creado, Celac. Nada que objetar a la lógica administrativa. Nada quita que algo huele mal en América Latina. ¿Qué hubieran dicho los bienpensantes de Mercosur si hubiese sido el turno del actual gobierno de Paraguay? En este último caso es de bon ton rasgar vestiduras en alarde moral, y también lo es no decir nada sobre Cuba.
Pero la gota que colma el vaso es la justificación cínica -y los aplausos locales de parte de una minoría vocinglera- a la prohibición de viaje a Rosa María Payá a Chile, para no molestar a Raúl cuando venga a hacerse cargo de la dirección de Celac (organización por ahora fantasmagórica) a fines de mes. El delicado Raúl a su avanzada edad no está en condiciones anímicas de enfrentarse a la crítica de una compatriota en Santiago.
Más encima este Castro no ofrece idea original alguna, ningún frescor de un nuevo proyecto o una meta que apele al futuro, salvo la misma receta del infantilismo antinorteamericano. En un sistema patrimonial como el cubano -en la línea de despotismos caribeños del pasado-, donde el poder se pasa de hermano a hermano, sólo Fidel como fundador tenía palabra, y era el único autorizado para interpretar la realidad. Y no olvidemos ni un instante que el sueño de los Castro ha sido que Chile arda de norte a sur como lo está haciendo ahora en La Araucanía, como lo intentaron al menos dos veces.
No se puede pedir que Chile se ponga al frente de una postura de confrontación belicosa frente a Cuba, Venezuela y otros (hasta Argentina podría estar en la lista en este sentido), mientras Brasil, alineada en su política de gran potencia, pero sin mucha injerencia ni interés en estas cosas -aplaudiendo a este coro monódico-, lleva a cabo la prosecución de sus propios intereses. Quedaríamos inevitablemente aislados y vulnerables, y surgirían las voces de que hay que asumir otra entelequia, el “punto de vista latinoamericano”, como si este consistiera en un decálogo cristalino.
Pero no es nada de agradable y es un sinsentido mayúsculo que el desgastado régimen castrista aparezca como la cabeza latinoamericana ante Europa, la cuna de la democracia moderna. Y nadie se arruga. ¿Con qué argumento se podrán criticar futuros desarrollos autoritarios en América Latina?
Frente a las turbulencias latinoamericanas en estos últimos años Chile ha desplegado una política exterior que ha sido brillante en la táctica, al costo de renunciar a toda proyección de defensa de su entidad política, de representar una idea. No se trata que esta sea algo acabado, sino que un desarrollo abierto, debatido, afectado y siempre vitalizado por la incertidumbre.
Frente a la región, no se va a capear la tormenta enterrando la cabeza en la arena y atrincherándose en la defensa táctica. ¿Importa esto? Sí, porque si no creemos en lo que se ha hecho en Chile, y que dentro de sus límites es otro modelo para América Latina, será irresistible la tentación en casa por transitar las vías del populismo, y al final del camino se habrán arruinado las perspectivas esperanzadoras del Chile actual.
Habría que desarrollar un tipo de ideas, por ejemplo, como las que en su momento desplegaron Fernando Henrique Cardoso y Alan García, que pudieron perfilar un proyecto propio, coherente con sus países, y a la vez convivir con el panorama siempre cambiante de la región. De esto parece que se tratará también la próxima elección presidencial en nuestro país, de si renovamos al “modelo chileno” o lo arrojamos por la borda con las consecuencias previsibles.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.




