Araucanía y centralismo

José Luis Widow Lira | Sección: Política, Sociedad

Estimado lector, ¿se imagina usted que un grupo de energúmenos ataca una casa y la incendia con sus moradores adentro, quemándolos vivos, en el centro de Santiago, o en Vitacura, o en Lo Barnechea? Probablemente la respuesta será no. ¿Y sabe por qué la respuesta es no? Porque en esos lugares el Estado cumple su papel de dar seguridad a los ciudadanos. Y si algo malo llega a suceder es verdaderamente una excepción frente a la cual los diversos mecanismos estatales reaccionan para subsanar, en la medida de lo posible, el problema.

Pero el Estado no ha dado esa seguridad, ya desde hace bastante tiempo, a la gente que vive o circula por la Araucanía. En este extenso territorio de la Araucanía se vienen sucediendo desde hace varios años crímenes que aunque siempre repudiados verbalmente no se han traducido en castigos efectivos para los culpables. La tasa de efectividad del poder ejecutivo –a través de Carabineros– y del poder judicial para mantener el orden en esta zona es mucho más baja que en el resto del país. La sucesión de crímenes no castigados no es una excepción.

¿Por qué el Estado está cumpliendo su tarea en una zona del país y no en otra? ¿Por qué en la zona que está afectada por una violencia inusitada se toleran multiplicidad de delitos? ¿Por qué habiendo más de ochocientos atentados de diverso tipo contra personas o bienes desde hace unos años a hoy casi no existen responsables que estén pagando en la cárcel por ello? Vuelvo a preguntar, ¿cree usted que semejante cosa ocurriría si esos atentados hubiesen sucedido en Santiago?

Yo le voy a dar parte de la respuesta a esas preguntas. No voy a desarrollar otras, que también son importantes causas reales de este abandono que padece la Araucanía, como son las razones ideológicas y las relativas a los complejos del gobierno para gobernar. Sin más circunloquios, aquí está mi respuesta: la situación de la Araucanía se debe, como tantos otros problemas en Chile, al centralismo.

Como se sabe, el Estado tiene el monopolio de la fuerza. La policía y las Fuerzas Armadas responden a los mandatos del poder ejecutivo central. Dependen del Presidente de la República a través de sus ministros del Interior y Defensa. Dependen también del poder legislativo central y único que determina las normas según las cuales estos cuerpos armados funcionan y aquellas que establecen su sujeción al poder central. Como el Presidente y sus ministros viven en Santiago, al igual que la mayoría de los parlamentarios, y como por nuestra condición humana tendemos a ver más los problemas próximos que los remotos, ocurre que los problemas de Santiago suelen ser problemas “nacionales” en cambio los problemas de las regiones son siempre “regionales”. En este caso el orden está subvertido en la zona de la Araucanía y no es un problema nacional (un ejemplo pequeño de esto, pero muy sintomático, es el hecho de que cuando se traspasó del sistema público al privado Aguas Andinas, lo recaudado fue al presupuesto para solucionar problemas de Santiago, pero cuando se vendió Esval, en Valparaíso, lo recaudado fue al presupuesto de la nación. Cuánto habrá quedado también en Santiago, no lo se).

Digámoslo de la siguiente manera, algo simplista, pero no por eso falsa. El hombre, por su naturaleza, es corto de vista. Ve los problemas que tiene cerca como más grandes y más graves, mientras que los problemas lejanos los ve como más pequeños y leves. Sólo políticos muy excepcionales son capaces de ver más allá del radio de visión del común de los mortales. Por eso, los buenos políticos, conscientes de su limitada visión, curan ese mal con el único remedio posible: poniendo más ojos a ver la realidad desde más cerca, y, por supuesto, dejándole el espacio de poder suficiente a esos ojos para que luego, según lo que ven, hagan lo que corresponde para subsanar los males. Es decir, los buenos políticos no se consideran a sí mismos unos semidioses omniscientes y todopoderosos, sino que, conscientes de sus limitaciones, no centralizan ni los análisis de la realidad ni las decisiones relativas a ella. Todo lo contrario: descentralizan todo lo posible.

Un buen ejemplo de esto fue el gobierno de la corona española en tierras de América. Lamentablemente los procesos independentistas se llevaron a cabo borrando de un plumazo todas las instituciones que descentralizaban el poder. La independencia de los países americanos terminó en la creación de estados totalitarios por su exacerbado centralismo. Quizá aun sea tiempo de aprender de esos viejos españoles y rescatar paulatinamente algunas de sus instituciones y su espíritu.

En concreto, lo que quiero decir ahora –perdóneme usted, lector, la demora en llegar al punto– es que la inoperancia del Estado central para dar orden, seguridad y paz a quienes viven o transitan por la Araucanía, es una buena ocasión para pensar en la conveniencia de la descentralización del poder armado y legislativo. Se que estoy cuestionando dogmas muy queridos para las modernas y totalitarias teorías políticas, pero, aunque así sea, por qué no pensar en que las regiones o las provincias, quizá las ciudades más grandes, puedan tener sus propios cuerpos legislativos en aquellas materias que les atañen más directamente y sus propios cuerpos armados que respondan más eficientemente a sus necesidades.

Por favor, piénselo por un rato, ¿por qué no? Desde luego, un resultado posible es que esos ojos más cercanos entiendan mejor la realidad particular del pueblo mapuche –que no es la de los energúmenos que promueven y ejecutan los crímenes– incorporándola en plenitud dentro de los fines propios del bien común chileno cuyo meollo está dado por la cultura que recibimos de España –cuando era capaz de regalar cultura–, partiendo por la religión. Cultura que es perfectamente compatible, por su universalidad, no con todos, pero sí con muchos de las características propias de los pueblos nativos de América. Compatible con todos los elementos que impliquen perfección del hombre: lengua, artesanía, ciertas costumbres, ciertos modos de vivir en comunidad, etc. Incompatible sólo con aquellos aspectos que limitan esa perfección.

Le repito la pregunta, piénselo sólo por un rato, … ¿por qué no?