¿Universidad del Mar para los evangélicos?
Manfred Svensson | Sección: Educación, Religión
Acaban de anunciar que el 66% de la Universidad del Mar será cedido a una iglesia evangélica. Nada se ha dicho aún respecto de quiénes serían los que reciben esta generosa donación. Pero esto es casi lo único que cabía añadir a la lista de actos desvergonzados en torno a nuestra educación superior: los actuales controladores se quedan con su parte, pero la imagen queda lavada porque la propiedad queda mayoritariamente en manos de una iglesia. Curiosamente, encontraron a alguien dispuesto a recibir el cadáver. Pero la Universidad del Mar tiene que ser cerrada, y lo único que podría hacer una iglesia en esta instancia es, si tiene alguna competencia para ello, tomarla para guiarla en un proceso de cierre suficientemente lento como para que los alumnos actuales puedan terminar sus estudios. Cualquier proyecto de mayor envergadura es un disparate. Sobre la cuestión de fondo, la presunta necesidad de una iglesia evangélica en Chile, aquí está lo que escribí hace unos meses para el periódico Prensa Evangélica. Algo tiene que ver con esto, aunque supongo que si lo escribiera hoy sería un poco más sarcástico el tono.
¿Una universidad evangélica en Chile? Una idea digna de discusión
Ocasionalmente se escucha en el medio evangélico sobre planes de erigir una universidad propia. Así ha sido por décadas, por lo que puede ser difícil saber cuándo se está ante sueños y cuándo ante planes concretos. Pero trátese de lo uno o de lo otro, parece una idea digna de discusión. ¿Por qué se quiere tal tipo de universidad? ¿Qué tipo de bien se busca hacer a la sociedad y a nuestra fe?
Conviene partir por señalar que las universidades evangélicas son un tipo de institución cuyo aporte a la sociedad contemporánea puede ser formidable. Instituciones como la Universidad de Baylor, Wheaton College o Calvin College son hoy pilares de una positiva influencia cristiana en el mundo. También en Latinoamérica ha habido situaciones en las que de distintos modos universidades evangélicas han hecho contribuciones notables. Así ocurre, por ejemplo, con varias universidades en países de Centroamérica. En el caso de Brasil, la Universidad Presbiteriana Mackenzie se ha logrado establecer como una de las mejores 100 universidades del continente. Que es posible hacer algo bueno, con frutos significativos, está fuera de toda duda. Pero importa mucho preguntarse por qué uno va a abrir una universidad, pues de eso depende en gran medida el tipo de universidad que se tendrá por resultado.
¿Qué podría motivar una acción como ésta en Chile hoy? Está claro que el móvil hoy no puede ser el de facilitar el acceso a la educación universitaria al mundo evangélico. Esa motivación podría haber sido una causa correcta para abrir una universidad quince o veinte años atrás, cuando muy pocos evangélicos accedían a la educación superior (fuera esto por motivos económicos o por prejuicios contra la misma educación); pero hoy, cuando estudiantes evangélicos se encuentran repartidos por todo el sistema universitario nacional, tal motivación por sí sola no basta para justificar los esfuerzos y riesgos de tal tarea. Un segundo motivo puede ser el de proteger a la propia juventud evangélica: es verdad que hoy nuestros jóvenes acceden a todos los tipos de educación superior que ofrece el sistema nacional, pero precisamente eso puede ser muy riesgoso, por lo que sería mejor tener una universidad evangélica en la cual cuidarlos. ¿Es correcto ese razonamiento? Debo partir por señalar que ese tipo de cautela a mi parecer puede ser justificada: en un número anterior de este mismo periódico he llamado la atención sobre el hecho de que la pérdida de fe responde hoy en Chile mucho más al nivel de educación alcanzado que al nivel socioeconómico que la misma persona alcanza. Pero aunque este punto sea relevante, una vez más es una justificación que por sí sola parece fundar un ghetto más que una universidad. Por decirlo de otro modo, si ésa fuera la justificación para iniciar una universidad, ésta será una mera herramienta defensiva, una que nos saca del mundo en lugar de ponernos como sal y luz en él. Puede haber situaciones históricas terribles en las que ese tipo de actuar puramente defensivo esté justificado; pero no parece ser ésa la situación hoy.
¿Hay alguna motivación que permita levantar un tipo distinto de universidad? Sí, la hay: es posible abrir una universidad porque se cree que el cristianismo aporta una determinada visión de la realidad, que vale la pena educar gente que ve su disciplina desde el marco dado por la fe, es posible empezar a no sólo enseñar de un modo marcado por el cristianismo, sino también a investigar así, intentando reinterpretar cada disciplina de estudio desde la cosmovisión cristiana. Dadas las consideraciones del párrafo anterior, me parece claro que sólo un proyecto de esa naturaleza podría justificar la creación de una universidad evangélica en Chile. ¿Se estará pensando en eso? Difícilmente, porque si se estuviera trabajando con algo semejante en la mira, eso se revelaría en el tipo de pasos que se está dando. Porque para levantar un proyecto de esa naturaleza, lo más difícil es dar con un cuerpo docente adecuado: un cuerpo docente que combine la integridad personal con alta capacidad investigativa, con abundante reflexión respecto de cómo cada disciplina se ve iluminada desde el cristianismo, con clara conciencia de lo que distintas visiones de mundo implican para la propia ciencia. ¿Hay en Chile gente suficiente para eso? A esa pregunta debemos responder con un no rotundo. Sin duda hay más gente que antes con conciencia de estas cuestiones, y puede que en algunas décadas más sobre gente. Pero creer que estamos hoy preparados sólo indica que no nos estamos midiendo conforme a estándares suficientemente exigentes. Si se habla de levantar una universidad como si este problema no existiera, lo más probable es que –aunque sea involuntariamente– se esté pensando en levantar un ghetto.
A esto alguien podría responder que estoy pecando por cobardía, por incapacidad de “pensar en grande”. Pero no creo que sea así. Creo que es posible pensar en grande, pensar en términos de largo plazo (algo esencial para las universidades), y al mismo tiempo dar desde ya pasos concretos en dicha dirección. Pero tales pasos deben concentrarse precisamente en la formación de futuros docentes universitarios evangélicos. En lugar de pensar en permisos estatales, en financiamiento para la construcción y en captación de estudiantes, quienes sueñan con proyectos como éstos debiesen a través de fundaciones creadas con este propósito estar dando becas de doctorado para nuestros mejores estudiantes, así como desafiándolos a pensar en cómo integran sus estudios con su visión cristiana de la realidad. Con ese tipo de acción, en una década podría tenerse una cantidad razonable de personas como para iniciar un proyecto que valga la pena. No faltarán, desde luego, quienes critiquen por elitista tal planteamiento. Pero, ¿por qué hacer algo mediocre si se puede hacer algo bueno?
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por el autor en su blog, http://manfredsvensson.blogspot.com.




