La eutanasia como fruto de la modernidad

Gonzalo Carrasco | Sección: Historia, Religión, Sociedad, Vida

La eutanasia representa en el siglo XXI una de las consecuencias más graves del desordenado y erróneo modernismo proveniente de las etapas históricas del nominalismo y la ilustración humanista, en donde el ser humano, con aires de soberbia y mirada exclusiva hacia sí mismo, ya no se mira en la naturaleza como un administrador de ella, como era sanamente en la época medieval, sino más bien ahora se siente con el ánimo de señor y dueño respecto a ella.

Pues bien, si la raíz de aquello está en el cambio de mirada de lo Eterno hacia una egoísta mirada para sí mismo, los “factores” que influyen en que muchos estimen la eutanasia como “buena”, son variados y responden a conceptos equivocados, a temores y a una búsqueda desesperada por el placer. Por tanto dividiremos la temática en dos, en primer lugar la causa eficiente que nos hace llegar a una aceptación de la eutanasia, y posteriormente, una vez corrompido el hombre por esta causa, los factores, que vienen a ser los efectos de la causa, que permiten una aceptación social y jurídica en algunos casos, de la eutanasia.

 

La raíz del problema

Hilaire Belloc fue un escritor e historiador inglés tremendamente contundente en su análisis filosófico e historiográfico respecto a la sociedad actual, anticipándose con gran lucidez a los problemas a los que se enfrentaría la sociedad en tiempos como los de ahora, porque conocía muy bien la causa del problema, sacando en varias de sus obras una radiografía potente a la sociedad. Si bien este profundo escritor es poco conocido al profano de la Filosofía, nos servirá igualmente para dar, junto con él, con la raíz del problema en cuanto a la eutanasia se trate.

Para esto partiré de una premisa, que si bien es posible demostrar de forma rigurosa y efectiva, excede el margen de esta simple columna. Es la consideración de que la cristiandad y la modernidad no son solamente dos etapas históricas, sino ante todo son dos formas culturales contenidas en lo que hoy llamamos civilización occidental. Este es el punto de partida que aplicaremos, y de la que parte Belloc en su libro “La crisis de nuestra civilización”.

La modernidad, en este sentido comienza a construirse en Occidente en los mismos siglos en que la Cristiandad llega a su apogeo máximo, cuando el interés por el estudio empieza a desenfocarse a otras áreas, como la naturaleza. Luego vendrá la transición al nominalismo, al renacimiento y el humanismo, luego la reforma protestante y se llega finalmente al racionalismo, dando así estructura al modernismo como lo conocemos hoy.

Se cambia el paradigma, por culpa atribuible a los malos filósofos, negando la existencia de Dios, pero cambiándolo por sistemas filosóficos que tratan de sustituirlo, ahora ya no con una mirada teocéntrica sino que antropocéntrica. En efecto, sucede que como señala Belloc “… de la negación del punto de partida de la religión que había edificado a esa otra forma de cultura (cristiandad): la existencia de un Dios Providente, Omnipotente y Omnisciente que gobierna al mundo, y su reemplazo por la humanidad, sujeto de la historia humana que recorre una trayectoria necesaria: la del progreso, mediante la cual esa humanidad llegará a saberlo todo, gracias a la ciencia, y a dominar la naturaleza haciéndose ‘dueño y señor’ de ella”.

De esta manera se empieza a llegar a lo que Belloc denomina como las cuatro negaciones: de Dios, del pasado, de la naturaleza y de todo vínculo con los demás hombres. Se refleja su conformación sistemática en los que hoy se hacen llamar “progresistas”, en la Revolución Francesa (libertad, igualdad y fraternidad) en los sistemas económicos (tanto marxistas como capitalistas), en el Estado de Derecho, supuestos derechos humanos, y en el laicisismo radical que pretende recluir la fe al ámbito de lo exclusivamente privado.

Qué más equivocados pueden ser los paradigmas pregonados, por ejemplo, por Augusto Comte, cuando señala que “el futuro siempre es mejor”. Son pensamientos que además de ser ideologizados absolutamente, por ello se les llama racionalistas, caen en una paradoja. Buscan demostrar que el conocimiento basado en un método científico es el “verdadero” descartando cualquier otro tipo de conocimiento como real, por ejemplo el arte o incluso el de la Filosofía; pero pensar que el futuro siempre es mejor, o la fe a ciegas en el cientificismo, es en definitiva un nuevo tipo de “misticismo”, que “cree tal como puede creer el que tiene una fe católica”. Es un reemplazo de un Dios Uno y Trino por un nuevo dios pagano.

Con este somero análisis podemos adentrarnos en la aceptación que va teniendo en la sociedad la eutanasia, como falso tipo de piedad.

 

Factores permiten una aceptación jurídico-social de la Eutanasia y su terrible violación al Derecho Natural

Es este hombre, el de la modernidad, que funciona con nuevos paradigmas y con nueva mentalidad errónea como lo denunciábamos anteriormente, el que ahora se enfrenta a situaciones que permiten demostrarle que él no es el dueño de la naturaleza, como por ejemplo la muerte.

Uno de los factores, consecuencia del cambio de mentalidad, que influye decisivamente en considerar la eutanasia como algo “bondadoso” y de muerte supuestamente digna, está en concebir la vida y apreciarla como tal en la medida en que esta vida da placer y bienestar. El hombre burgués creado en la modernidad ya no es capaz de afrontar sufrimientos, dolores, que son propios de la vida, porque se ha acostumbrado a lo placentero, a lo cómodo, a lo fácil. Al hombre moderno se le ha olvidado la virtud de la fortaleza, y cada situación que provoque incomodidades o sufrimientos se trata de erradicar de cualquier forma posible, hasta el punto de quitar la propia vida humana por motivo de no llevar una vida placentera.

La muerte, que cuando llega de forma inesperada al círculo más cercano y afecta a una persona que supuestamente tenía una apertura rica de posibles éxitos y de experiencias interesantes, se convierte en un dolor profundo, pero no es así en el caso en que esta persona ya no tenga acceso a una vida de placeres, sino más bien sumergida en dolores y sufrimientos. Esto último sería el argumento central para una supuesta “liberación”. Si se puede llegar a una vida con éxitos y comodidad se es necesario mantener la vida, pero si la vida ya no ofrece más que un sufrimiento físico sin la comodidad de antes, hay que eliminarla.

Vemos una actitud del hombre en que cree ser criterio de sí mismo y erróneamente, y contrario a cualquier criterio metodológico con rigurosidad científica, pide a la sociedad que se le reconozca un “derecho” para decidir sobre sí cualquier cosa que se plazca, en virtud de una autonomía que parece ser ya sin límites.

Esta situación, que viene a ser más evidente en los Estados desarrollados, hace de la eutanasia un adueñarse de la muerte, procurándola de modo anticipado y poniendo así fin “dulcemente” a la propia vida o a la de otros. Vemos por tanto, que lo que con un mínimo de sentido común pareciere ser ilógico y totalmente absurdo, hoy se presenta como una situación absolutamente normal y de necesidad social, porque aquél individuo se acostumbró a una vida con delicias, y ahora que llegado el momento de la enfermedad y el dolor, ha decidido dar termino a su vida, y para ello, ante la imposibilidad de procurarse por sí mismo la muerte, se la exige al Estado en forma de derecho.

Cómo llegamos a tener esta disociación tan grande y grave entre la verdad unida a la caridad y la muerte, es una cuestión que viene de las raíces que explicábamos anteriormente, y que hoy configuran como un paradigma la “cultura de la muerte”.

La configuración de forma sistemática de esta cultura de la muerte la ha realizado el Estado de Bienestar, que según Juan Pablo II es “caracterizado por una mentalidad eficientista que presenta el creciente número de personas ancianas y debilitadas como algo demasiado gravoso e insoportable”. Los criterios de una economía que funciona en base exclusiva a la productividad, la búsqueda de formas de vida que sean placenteras y cómodas, dan como consecuencia que el anciano ya no sea un sujeto capaz de ser productor, transformándose en una carga para el Estado, y muchas veces para la sociedad y la misma familia, recluyéndolos fuera del ámbito social porque ya no tienen valor.

Debemos entender la eutanasia en su sentido correcto y claro, sin eufemismos que traten de distorsionar la realidad. Por tanto eutanasia en sentido verdadero y propio se debe entender y definir como “una acción u omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor”.

Esta definición, que pareciere ser casi jurídica, proviene de una metodología propiamente tomista, en cuanto a que deja en plena claridad la acción propiamente tal con sus requisitos, y que puede incluso llegarse a configurar como omisión.

La vida virtuosa no puede estar más alejada de lo que hoy nos pretenden imponer a través de la eutanasia, que es la comodidad, el placer, al punto de eliminar las vidas que no lo pueden llevar a cabo y que significan un obstáculo para obtener este propósito. Santo Tomás de Aquino señala que “la virtud tiene por objeto lo difícil y lo bueno”, pero la modernidad va por un camino claramente distinto.

Es necesario aclarar que, en virtud de la definición dada de eutanasia, se diferencia de lo que se denomina “ensañamiento terapéutico”, que son las intervenciones médicas ya no adecuadas a la situación real del enfermo, por ser desproporcionadas a los resultados que se podrían esperar. Son los casos en que la muerte se va a efectuar inevitablemente, pero que por medios clínicos se trata de mantener la vida incluso de forma artificial.

En estas situaciones, el dejar que la muerte opere como un proceso natural e inevitable de la vida no tiene repercusiones negativas en la filosofía moral, por el contrario podrían incluso constituir un nuevo atentado contra la dignidad humana mantener una vida en condiciones que ésta naturalmente ya no puede sostenerse sólo por sí misma. La clave para su análisis moral está en la premisa de que los medios terapéuticos que están a disposición son objetivamente proporcionados a perspectivas de mejoría. Si no hay perspectivas plausibles de mejoría, el acto es inmoral.

En conclusión, podría afirmar que el proceso histórico filosófico ha traído, por culpabilidad de diversos sistemas filosóficos erróneos, una concepción equivocada de la vida, instaurando una cultura de la muerte que se sustenta en la economía, en la política y en la configuración del Estado de Bienestar, abandonando el precepto natural de la vida como un derecho inherente a la persona humana, tanto así, que la vida siempre se ha utilizado como ejemplo de vigencia de la ley eterna, en cuanto el hombre tiene un rechazo natural a la muerte. La modernidad ha llegado a límites tan graves y absurdos, que hoy se respalda aquello que por antonomasia es ilícito.