La confundida nobleza en torno al aborto

Manfred Svensson | Sección: Sociedad, Vida

La detención de una mujer por practicarse un aborto la semana pasada ha conmovido a algunos. Tal vez con razón: si nos interesa reducir la tasa de abortos, el rigor de la ley debe caer ante todo sobre quienes ofrecen el “servicio” y no primordialmente sobre quienes acuden a él.

Puede dudarse sobre el estado anímico, sobre la claridad mental de una mujer que acude a hacerse un aborto; apenas puede, en cambio, dudarse de la frialdad de quien ofrece rutinariamente practicarlo a otros. Hay que reconocer la nobleza de quienes se molestan al ver como principal consecuencia de un aborto la detención de la mujer que se sometió al mismo; con la misma fuerza hay que mostrar lo confundida que está esa nobleza cuando a partir de ahí argumenta a favor de la permisibilidad del aborto.

La nobleza, en efecto, como tantos buenos rasgos de carácter, puede ser aturdida, ciega a la realidad. Chesterton describía el mundo moderno caracterizándolo no tanto por sus vicios sino por “virtudes vueltas locas”. No es extraño que también la discusión sobre el aborto sea un campo en que tal locura se manifiesta. Se manifiesta, por ejemplo, en la idea de que éste sea un tema solo de las mujeres, que ellas deban ser las que decidan, que esté fuera de lugar que los hombres legislen sobre esto y se inmiscuyan en la decisión.

Atribuyamos esta tesis a la nobleza de los que la pronuncian para con las mujeres. ¿Quién no ve lo loca que se ha vuelto esa nobleza? Es, en efecto, un arma de doble filo que fácilmente jugará a favor del machismo. Si se insiste en que estamos ante una decisión que es solo de la mujer, ¿con qué cara se le pide al hombre cargar con la responsabilidad en el caso de que la mujer decida sí tener al hijo? A hombres ya acostumbrados a no asumir sus responsabilidades les vendrá como anillo al dedo que se cree un clima cultural en el que de hecho se les desvincule de ese ser que hay en el vientre –así tampoco hay que hacerse cargo cuando salga de ahí–.

Si nuestra nobleza es más que sentimentalismo, si es más que el cobarde acto de esconderse detrás de las mujeres para argumentar a favor del aborto (cuando nadie impide hacerlo a rostro descubierto), entonces reconozcamos que estamos juntos en esto, que mujeres y hombres cargamos juntos con la responsabilidad por los nacidos y los por nacer. Hay suficientes malos argumentos circulando, aunque se originen en la nobleza conviene sacarlos de circulación.

La misma nobleza confundida es la que encontramos cuando quienes argumentan a favor de la legalización del aborto lo hacen apurándose en declarar que “contra el aborto estamos todos” (como lo afirmó el presidente uruguayo), que moralmente es “condenable”.

Hay muchos, en efecto, que se declaran aterrados o dolidos por la existencia del aborto, y que no obstante están a favor de su legalización. Supongamos, como de hecho hay siempre que suponer, que estas palabras de dolor y reproche son honestas. ¿Se habrán sus autores detenido a pensar sobre lo implicado en su afirmación? ¿Se habrán preguntado por qué consideran el aborto como algo reprobable? ¿Se habrán preguntado por qué ellos mismos tienden a sugerir algún límite para la práctica, como las arbitrarias doce semanas?

Si el feto es una indeterminada masa de tejido, la verdad es que todo eso que dicen es una palabrería lastimosa que podrían ahorrarse: no habría por qué dolerse, no habría por qué poner límite a la práctica, y ser un médico abortista podría además considerarse una carrera bien prestigiosa. Pero si tras hacerse la pregunta llegan a otra conclusión, a la conclusión de que es contra una vida humana que se está atentando, ¿no cambiará eso algo de su simplista discurso?

Pero la pregunta no se la hacen. En su nobleza se duelen con la madre y se duelen con el feto, aunque nadie sabe bien por qué –pues sobre este último su nobleza prefiere seguir confundida, no preguntarse realmente qué o quién es, no vaya a ser que nos complique la discusión–. Pero si de verdad se quiere discutir al respecto, aprestarse para tal complejidad no parece evitable.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por el autor en su blog, http://manfredsvensson.blogspot.com.