Credo

P. Raúl Hasbún | Sección: Religión

Lo repetimos unánimes, con asertiva voz, cada domingo. Adherimos explícitamente a su contenido, antes del Bautismo y de la Confirmación. Ocupa 350 páginas del Catecismo de la Iglesia Católica. En este Año de la Fe es imperativo profundizar lo que creemos y por qué lo creemos. Nuestro acto de fe ha de ser racional, libre, fundado en argumentos y movido por la gracia. Es un año para conquistar y dejarse conquistar por el Credo.

Esta fórmula condensada de la fe que profesamos se ha venido repitiendo durante 2 milenios. Su composición es reflejo fiel de lo que los Apóstoles predicaron y los candidatos al Bautismo debían conocer y proclamar en la Roma de Pedro. Se la denomina “Símbolo de los Apóstoles”, porque recopila sumariamente las verdades centrales de la fe, y porque “symbolon”, en griego, es la mitad de un objeto partido; de suerte que el reivindicador de la otra mitad debe encontrar a su poseedor y ambos identificarse al juntar las fracciones. De ahí los dos atributos de nuestro Credo o Símbolo: resume ordenadamente todo lo que debemos creer, y vale como acreditación de membresía en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Por cierto, vana, inútil y contraproducente sería su recitación por quien no encarnase testimonialmente lo proclamado con los labios. El signo finalmente acreditativo de la pertenencia a Cristo y a su Iglesia es la caridad: “en esto conocerán todos que son mis discípulos”.

Nuestro Símbolo consta de 3 partes. La primera se refiere a Dios Padre Creador, que manifiesta su poder en las maravillas de la naturaleza. La segunda nos habla de Dios Redentor, Jesucristo, Verbo del Padre que por el Espíritu Santo se hizo hombre en María Virgen y rescató la entera Creación de la servidumbre del pecado, de la muerte y del demonio a través de su pasión y resurrección. La tercera nos recuerda a Dios Santificador, el Espíritu Santo que es alma de la Iglesia, vínculo de unidad, vencedor del pecado y de la muerte, prenda de vida eterna. Recitar el Credo es ya tributar alabanza a la Santísima Trinidad. Pero la mayor alabanza al Dios Trino es que su hijo, el hombre, viva como el Hijo de Dios que se hizo hombre para que el hombre se haga Dios. Por eso quienes recitan el Credo concluyen con un solemne “Amén”, palabra hebrea de la misma raíz que “creer”: significa esto es sólido, en esto se puede confiar, el que nos enseña esto es digno de crédito porque siempre cumple lo que promete.

Síntesis de nuestra fe, el Credo no está compuesto por opiniones humanas: todo su contenido emana de la Sagrada Escritura que es Palabra de Dios. Recíbelo como un depósito sagrado, del que el depositante te pedirá cuenta. Es tu sello. Es tu tesoro. Su mejor comentario es María.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por revista Humanitas, www.humanitas.cl.