Políticos anónimos

José Luis Widow Lira | Sección: Política, Sociedad

La elección municipal de este fin de semana, tanto de alcaldes como de concejales, nos ha mostrado una cara de la política que, aunque la conocíamos de sobra, se ha hecho aún más patente. Me refiero al desconocimiento casi total que los electores tienen de los candidatos. Éstos tienen como única carta de presentación el nombre y su cara –con suerte, el partido que los apoya–. Son, en cierto sentido, candidatos o políticos anónimos. “¡¿Pero cómo?!”, dirá usted que lee estas líneas, “si los candidatos exponen su nombre, precisamente no son anónimos”. Se lo concedo, siempre que usted me conceda a mí otra cosa, para que quedemos empatados: que esos nombres, en el contexto en el que se ofrecen, en la inmensa mayoría de los casos, no significan nada, absolutamente nada, para quien debe votar.

El nombre de alguien, en circunstancias humanas de vida, no es simplemente un apelativo, así como sí lo es el nombre Pluto de mi perro o el de Laika, el de la casa vecina. Pluto y Laika obedecen a esos nombres sin que tras ellos se pueda encontrar algo. La identidad del perro no se confunde con su nombre, pues éste es casi solamente un sonido para que la bestia acuda cuando se le llama. Pero en el caso de los nombres de nosotros los hombres no es así. Nuestro nombre, con el paso del tiempo, va confundiéndose con nuestra identidad. En él va quedando escrita nuestra identidad histórica: esa acumulación de hechos vitales que nos dice no sólo quienes fuimos, sino quiénes somos y, en alguna medida, quiénes seguiremos siendo. Por eso, el nombre tiene sentido en una comunidad que tiene dimensiones y cualidades humanas. Pierde ese sentido en la sociedad de masas. Y, guste o no guste, creo que es indiscutible que las democracias actuales responden precisamente a la política –abusando obviamente del término– de masas. El sufragio universal es el sistema en que el individuo, desvestido de todos los vínculos reales en los que se desarrolla su vida, vota por otro individuo desconocido para él, con quien, además, tampoco tiene vínculo en la vida real. Eso, aunque no sea grato escucharlo, es política de masas, la cual, usted adivinará fácilmente, no es en realidad política, sino corrupción de la política.

¿Y sabe usted por qué pasa esto? Entre otras cosas, porque padecemos el monopolio de los partidos políticos, que son esas agrupaciones en las cuales se inscriben individuos sin relación con sus vínculos comunitarios reales y cotidianos, adhiriendo, así, a una cierta línea de pensamiento siempre vaga, cambiante y acomodaticia, según lo disponga la necesidad de conquistar, mantener o acrecentar el poder. Por eso, incluso, hoy la mayoría de los candidatos incluso omite el partido al que pertenece, pues nada aporta para que el nombre signifique algo. Y si lo hace, aporta más bien con la carga de mala fama que, al menos en Chile, tienen estos grupos precisamente porque la gente los ve como máquinas de poder con poca o nada vinculación con su vida cotidiana.

Es cierto que los individuos siguen votando por los candidatos de esos partidos…, pero porque éstos se han preocupado celosamente de mantener el monopolio político de manera de que no haya representaciones de comunidades de otra índole.

Ya he hablado otras veces de la necesidad de quebrar ese monopolio. La abulia política de tanta gente no tiene que ver con un sistema binominal o proporcional. La existencia de estos políticos anónimos tampoco. Se nos dice que con un sistema proporcional habrá mayor representatividad… porque serán más partidos políticos los que se repartirán la torta del poder. Como si esa fuera la representatividad que el ciudadano de a pie necesita. Éste requiere de políticos con nombre real, que conozca, con el cual tenga vínculos reales, con los cuales se creen vínculos de mutua fidelidad. Nada de eso es posible en una sociedad en que la política es de masas, es decir, de individuos sin identidad.

Esto, lo se, significa un cambio mayor que, por el momento, no parece posible abordar, entre otras cosas, por la oposición de… los partidos políticos. Es cierto. Lamentablemente esto nos condena a seguir abandonando el destino de la patria a políticos anónimos. Quizá, al menos, como mal sucedáneo, debería ser exigible que cualquier candidato, para inscribirse como tal, expusiera lo relevante de su historia y los principios éticos, políticos y religiosos que iluminan su actuar en algún medio al que se pudiera acceder fácilmente. Si no, en vez de votar por un político anónimo, quizá conviene hacerlo por un alcohólico anónimo, pues de éste se tiene certeza, al menos, de su afán de superación, y eso es parte importante de una real identidad humana.