Ciencia, ideología y subversión de la familia

Carlos A. Casanova | Sección: Educación, Política, Sociedad

Quiero comenzar estas líneas agradeciendo a Ismini Anastasiou por su trabajo y por la valiosísima información que nos ha dado al divulgar el contenido de su reunión con el Ministro Harald Beyer y con la encargada de programas de transversalidad, Cecila Mackay. Hay muchos aspectos de este material que se podrían comentar, como la indebida injerencia de la burocracia gubernamental en asuntos que corresponden fundamentalmente a las familias, o el uso de una lógica utilitarista por parte de la retórica ministerial. Pero hoy quiero centrarme en un solo aspecto, la concepción de la ciencia y la historiografía que controla las afirmaciones de los dos voceros del gobierno.

De la narración hecha por la señora Anastasiou, el pasaje relevante en este sentido es el que sigue:

“Le hicimos presente nuestra molestia con el hecho de que no respetara la selección de los siete programas, y que ahora le pidiera explicaciones a la Universidad San Sebastián por el programa aceptado en 2011 y promovido como parte de las alternativas disponibles para los colegios. Hay que recordar que el Ministro solicitó que se cambiara el término ‘trastorno’ para referirse a las conductas homosexuales. […] Tanto el Ministro como la Asesora comentaron que el hecho de que se hablara de trastorno no era compartido por los científicos, y que nosotros estábamos como en el tiempo de Copérnico, argumentando algo que la ciencia estaba negando. El Ministro incluso se atrevió a decir que ellos no podían educar de acuerdo a ‘creencias’ sino según lo que dice el mundo científico de la época”.

Es una estrategia típica de movimientos revolucionarios que desarrollan su actividad en una sociedad cristiana (a) el invocar la ciencia para sostener una opinión subversiva, y (b) el descalificar a la Iglesia haciendo alusión a su supuesta oposición histórica a la ciencia. Un buen ejemplo de este segundo aspecto de la estrategia puede verse en la creación del mito de que la Iglesia se opuso al viaje de Colón porque se pensaba en el siglo XVI que la tierra era plana. Nadie, en realidad, sostenía entonces que la tierra fuera plana, como puede verificar el lector con la sencilla operación de abrir la Suma Teológica en la I Parte, q. 1, a. 1 y leer las respuesta a la segunda objeción. Pero este mito, con todo, se creó y se usó al fin del siglo XIX para promover la ideología spenceriana, como ha mostrado Jeffrey Burton en su libro Inventing the Flat Earth: Columbus and Modern Historians, (cfr. Myth of the Flat Earth”).

Habría que presentar al Ministerio de Educación las consideraciones siguientes:

La mención que han hecho los voceros del gobierno de la figura de Copérnico revela con claridad el sentido en el que una errada concepción historiográfica y científica amenaza con dirigir la acción gubernamental: los católicos quieren imponer sus creencias privadas, contradichas por la ciencia, como hicieron en tiempos de Copérnico. Sobre esto, debe decirse:

1. Copérnico fue un sacerdote católico que realizó su investigación con total libertad. Sin embargo, quizá el Ministro quiso decir que la hipótesis copernicana recibió oposición en cabeza de Galileo. Si es así, debemos hacer varias consideraciones adicionales. En primer lugar, el conflicto entre Galileo y la inquisición romana (no la española, por cierto) surgió no por las opiniones galileanas relativas a la astronomía, sino por la aplicación de las mismas a la interpretación de la Sagrada Escritura que hizo el famoso astrónomo. La persona más lúcida en el desarrollo de este triste episodio fue el Cardenal Roberto Bellarmino, que recomendó a Galileo dedicarse a probar el heliocentrismo, postularlo entre tanto sólo como una hipótesis que salva los fenómenos, y no inmiscuirse en asuntos escriturísticos, y que recomendó al mismo tiempo a la inquisición el limitarse a examinar los asuntos escriturísticos. Pero ni los unos ni el otro escucharon este sabio dictamen. El científico italiano nunca logró probar que la tierra se moviera en torno al sol, pero continuó proponiendo un cambio en la interpretación del libro de Josué. Los inquisidores, por su parte, se precipitaron a hacer declaraciones escriturísticas que requerían una previa dilucidación del problema astronómico. En segundo lugar, es falso que se sostuviera oficialmente que la tierra no se movía. De hecho, la opinión predominante en el siglo XVII en lo que se refiere a la explicación del día y la noche era la de Juan Buridán, es decir, la rotación de la tierra sobre su eje. El mito de que Galileo dijo “pero se mueve” al dejar el tribunal fue creado en el siglo XVIII por un periodista ilustrado, Giuseppe Baretti. En tercer lugar, es falso que la Iglesia se opusiera a la investigación astronómica o física. De hecho, después de la condena por la inquisición, Galileo siguió recibiendo apoyo papal para sus investigaciones sobre la mecánica. Esto nos lleva al segundo punto.

2. La ciencia “moderna” nació mucho antes de Galileo, y fue inventada y desarrollada casi exclusivamente por clérigos hasta el siglo XVI, precisamente hasta el tiempo de Copérnico. A. C. Crombie ha dejado fuera de duda que la aplicación del álgebra a la física, la investigación experimental, el desarrollo del concepto de ímpetu (antecedente inmediato de la inercia), y la formulación correcta de la caída de los cuerpos fueron logros de esos clérigos cristiano latinos, entre los que debe mencionarse especialmente a Roberto Grossetesta, Roger Bacon, Tomás Bradwardino, Juan Buridán, Nicolás de Oresme y Domingo de Soto (cfr. Historia de la ciencia. De san Agustín a Galileo; y Robert Grosseteste and the Origins of Experimental Science. 1100-1700).

Es hora de que los católicos sacudamos las cadenas historiográficas que nos han forjado los ideólogos. Es hora de que caigamos en la cuenta de que la Fe y la Iglesia son las fuerzas más formidables con que contó la razón para abrirse un espacio de libertad en este mundo. Espacio que, por cierto, están cerrando movimientos ideológicos anti-cristianos y anti-católicos. La ironía es que lo están haciendo en nombre de la ciencia que se creó en las universidades cristiano latinas, la ciencia que, podemos decir, salió del seno de la Iglesia.