¿Por qué es mejor no burlarse de Mahoma?

Joaquín García Huidobro | Sección: Sociedad

Cuando los occidentales hablamos de pluralismo, tendemos a pensar en nuestras propias sociedades: ¿Cómo hacer para que vivamos en paz liberales, conservadores, ateos, creyentes, vegetarianos y parrilleros?

La cuestión es importante, pero no debe hacernos olvidar que nuestro propio planeta es plural, y que gran parte de sus habitantes no comparten los dogmas que son comunes a aquellos que, en nuestras sociedades, aparecen como enconados enemigos. Olvidar este dato puede resultar muy peligroso, como se ha visto en este sangriento septiembre, donde ha habido incluso muertos.

En efecto, cuando en Occidente se difunde una película, escrito o fotografía que no nos gusta, inmediatamente pensamos en aquellos textos que consagran la sacratísima libertad de expresión, como la Primera Enmienda de la Constitución norteamericana, y nos preguntamos si esa conducta está amparada por dicha libertad. Si es así, aguantamos, aunque no nos guste.

Olvidamos que la libertad de expresión es muy interesante, pero que es una libertad que jamás será ejercida por el 99% de la población, que nunca escribirá un libro o filmará una película. Los intelectuales y artistas no concebimos que a los habitantes de Trípoli o Kabul les tenga sin cuidado la Primera Enmienda.

Partimos de la base de que todo el mundo puede decir lo que se le ocurra. Nos extrañamos cuando los afectados se enojan y, en vez de poner la otra mejilla, escribir una carta al director o entablar un recurso judicial, reaccionan asaltando embajadas o matando gente. Parece que ellos no están dispuestos a jugar a nuestros juegos y eso nos resulta inconcebible.

¿Qué hacer? La primera reacción es la del adolescente que, para recalcar la importancia de la libertad de expresión, la ejerce porque sí. Hay que hacer caricaturas de Mahoma u ofender a los musulmanes con una película que no tiene otro sentido que el de provocar (las escenas que se ven en YouTube son un monumento a la mediocridad cinematográfica). ¿Por qué? Para mostrar que somos libres. Que eso provoque la violencia de los fanáticos y traiga consigo asesinatos, desmanes, quema de iglesias y otras desgracias carece de importancia para nuestro adolescente. Nadie va a enseñarle a él qué cosas se pueden decir o callar.

Otra actitud consiste en decir: «Aunque tenemos toda la razón, vámonos con cuidado; ya hay suficientes problemas en el mundo para agregar, encima, una guerra santa«. Esta postura constituye un avance, que implica no exponer a inocentes a las iras de los fundamentalistas. Es una actitud responsable, que, en principio, todos suscribiríamos.

Pero hay también una manera más profunda de mirar el asunto. Implica admitir que, como toda libertad, la de expresión tiene una finalidad. Se expresa “algo”. Una forma de expresión que implique únicamente ofender a otro, no es, en realidad, manifestación de nada, y no está protegida por la libertad de expresión.

No se trata simplemente de decir “tengo derecho a hacerlo, pero me abstengo porque no quiero que maten a alguien a miles de kilómetros de distancia”. Es necesario reconocer que tenemos esa libertad para exponer nuestras ideas acerca de la vida social, de la belleza, o dar a conocer una teoría científica o lo que sea, pero siempre con un contenido positivo. No es un simple modo de afirmar nuestra personalidad, sino una forma de transmitir algo.

Hace años, el profesor Miguel Orellana Benado hizo una distinción que nos podría ahorrar muchos dolores de cabeza y no pocas muertes. Una cosa es “vivir una práctica como valor» y otra es » tratar una práctica como valor”. Cuando uno se abstiene de ofrecer vino o cerdo a su huésped musulmán, no lo hace porque piense que Dios lo prohíbe (no está viviendo esa abstinencia como un valor), sino porque lo respeta a él, y reconoce su derecho a tener un sistema de creencias distinto del nuestro. Uno trata esa práctica como una expresión humana, es decir, como algo valioso.

Respetar no es lo mismo que aprobar o compartir. Respetar es tanto como ponerse en el pellejo ajeno, entender su historia y sus creencias. Respetar implica darse cuenta de que no es igual hacer una caricatura de Cristina Fernández que de Mahoma, aunque a algunos les pueda caer más simpática la primera que el segundo.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.