El regreso de Rambo: Operación Castilla

Joaquín García Huidobro | Sección: Política, Sociedad

Con el fallo de la Tercera Sala de la Corte Suprema sobre el proyecto termoeléctrico Central Castilla no sólo nos vemos enfrentados a quedarnos sin energía en el futuro. Esto es grave , pero no es lo peor. Bien podríamos los chilenos comenzar a llevar una existencia al estilo de los amish , que es un modo de vida muy respetable (aunque poco práctico), siempre que se elija libremente.

Aquí no sólo hay un problema energético o de ecología. Lo que está en juego es el equilibrio mismo de los poderes. Es decir, si la judicatura nacional va a mantener su tradición de siglos, o si va a abandonarla, transformándose en un órgano gubernativo más. Este fallo, en efecto, hace mucho más que decidir una controversia entre particulares o declarar nulos ciertos actos de la administración que se estiman ilegales. Este fallo supone actos de gobierno, como han señalado sus críticos en forma reiterada durante esta semana.

La cuestión es antigua y ya la formuló Aristóteles en términos muy simples: ¿Qué es preferible, el gobierno de los hombres o de las leyes? Aristóteles se inclinaba claramente por el gobierno de las leyes, que no tienen pasiones y entregan un mínimo de seguridad a los ciudadanos. Esta línea de pensamiento fue seguida por gente tan diversa como Tomás de Aquino, Montesquieu, Andrés Bello, Kelsen o los redactores de nuestro texto constitucional.

El predominio de la ley exige, naturalmente, interpretarla con criterio. No implica aplicarla mecánicamente, desatendiendo su sentido último. Es más, algunos de esos autores admiten el derecho a desobedecer la ley injusta, si bien se trata de un recurso muy excepcional, entre otras razones, porque los casos de leyes realmente injustas (y no simplemente malas o deficientes), son poquísimos.

Esta tradición de respeto por la ley caracterizó a nuestra judicatura a lo largo de su historia. En ella se formaron Mariano Egaña, Manuel Montt, Miguel Aylwin, Rafael Retamal y miles de jueces anónimos que nos han permitido vivir en un Estado de Derecho. En algunos casos, ese respeto a la ley se exageró hasta extremos legalistas, pero la intuición básica, consistente en que los jueces hacen justicia siguiendo ciertos parámetros, las leyes, que son dictados por un poder distinto de ellos, es fundamentalmente correcta.

Esas convicciones iban acompañadas por un estilo de vida sobrio y una aversión a la estridencia.

Frente a esa tradición, se alza una postura muy distinta: la de los “jueces-Rambo”. Ellos aman las cámaras de TV, pretenden transformar el mundo, y piensan que por oficiar de héroes (alguna vez lo han sido, como en Sicilia) están más allá de la legalidad. El caso típico es el juez Garzón, que hizo muchas cosas buenas y grandes barbaridades, derivadas de su conducta de superhéroe. De vez en cuando aparece entre nosotros algún discípulo suyo.

Son personas muy trabajadoras, casi obsesivas, que no dudan a la hora de ofrecerse para redactar los fallos, y que se las arreglan para imponer su voluntad como sea, conscientes de que tienen una misión única. Para ellos, Central Castilla no es un caso judicial, sino una operación para determinar la política energética del país.

Ellos piensan que ningún Parlamento puede imponerles su voluntad. No juzgan de acuerdo con la ley: ellos fallan por principios. Así, para todo sacan principios jurídicos, y los aplican en cada caso como indique su criterio.

En sus sentencias, el texto legal se reduce a un pretexto. Toman de él lo que quieren, pero el resultado está decidido de antemano.

En Chile, además, hay dos factores que hicieron adquirir protagonismo a esa pequeña minoría de “jueces-Rambo”. El primero es el desprestigio del Poder Legislativo. El segundo es la ley del péndulo. Como en el pasado reciente hubo jueces que se limitaron a aplicar la ley mecánicamente y de manera poco razonable, entonces ahora se pretende conseguir la justicia despreciando a la legalidad.

Afortunadamente, se trata todavía de casos aislados. Pero si el ideal de “juez-Rambo” logra imponerse, los ciudadanos no tendremos que estudiar las leyes para saber cómo fallarán los jueces. Tendremos que estudiar el horóscopo del día o, si somos más científicos, psicología. Lo nuestro será adivinar el comportamiento de los magistrados según su temperamento, etnia, carta astral, o los prejuicios de su clase. Se tratará de una tarea casi imposible de cumplir y, en todo caso, muy incierta, porque ¿qué manual de psicología, horóscopo o futurólogo nos puede dar conocer la mente de alguien tan peculiar como Rambo?

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.