En una Cultura humanizada, tanto los Conceptos como los Mitos juegan un papel vitalizador.

Por los Conceptos formalizamos el Conocimiento y podemos transmitirlo. La Enseñanza es vehículo de la Sabiduría si la palabra es clara, si el término es preciso, si el vocablo facilita el camino de ida y vuelta entre la razón y la realidad. El Lenguaje, los lenguajes (orales, escritos, visuales, gestuales), todo lo facilitan o todo lo complican. Hablas y se te entiende; hablas y nadie comprende nada. Es la diferencia abismal.

Y, como contrapeso, el Mito es canal de la fantasía, formalización de esas imaginaciones no comprobadas ni comprobables; el Mito es vehículo de Tradiciones tan inmemoriales que la razón no tiene razones para fundamentarlas. El Mito es así, antídoto de una razón hipertrofiada, “locura” en las dosis adecuadas.

Pero esa misteriosa ecuación entre razón y Mito debe ser comunicada; la Comunicación, mucho más que un efecto en el que recibe, es una liberación en el que se desprende del dato, porque la disyuntiva es comunicar o morir. No puedes quedarte con la Verdad dentro de ti, es tan grande que si no la entregas, te ahoga.

Aparece entonces el Símbolo. Porque no todo lenguaje es explícito ni toda Comunicación evidente. Se necesita el mediador, el Símbolo, ese concepto preñado de misterio, esa imagen visual llena de matices, que te abre por su mediación a lo real o a la mentira. Porque hay Símbolos que dan vida y Símbolos que chupan la sangre.

Ahí nos movemos: del Concepto al Símbolo, entre la razón y el Mito.