Televisión, ética y familia
Álvaro Pezoa B. | Sección: Sociedad
La televisión es el medio de comunicación con mayor penetración e impacto en la sociedad y en sus familias. Razón poderosa para esperar que ella realice su tarea conforme a altos estándares éticos y con clara conciencia de la influencia cultural que reviste su labor. Desafortunadamente, hace ya tiempo se viene percibiendo una tendencia de deterioro progresivo en la calidad de sus contenidos que, no puede ser sino materia de preocupación para la ciudadanía y, especialmente, para los padres.
El rating de corto plazo no es todo, ni lo primordial. Antes se encuentra la responsabilidad por la salud moral de la sociedad y, consiguientemente, por su sustentabilidad humana, incluso necesaria para la propia pervivencia de los negocios. En este sentido, no resulta aceptable que, en lo esencial, la televisión abierta se haya convertido en una suerte de circo romano, malo además. Allí están como ejemplos la denominada “farandulización” de los noticieros, escasos en auténtica información, pero abundantes en reportajes vanos o, como ha ocurrido recientemente, “construidos” mediante el uso abusivo de cámaras ocultas, cruzando los límites de la más mínima ética profesional; o las notas futbolísticas con frecuencia acompañadas por imágenes de “modelos” de escasas de ropas; o los realities, tema que se aborda más extensamente en este número, verdadera escuela pública de competencia despiadada y carente de bordes morales, y de descrédito del valor de la privacidad y la intimidad; o de programas clasificados para adultos, anunciados en horario infantil o familiar, y exhibidos en otros que, por cambios en los hábitos de vida de los hogares chilenos, cada vez ven más los niños. Y más: exceso de violencia, de lenguaje grosero y de escenas sexuales gratuitas, por mencionar sólo algunos.
Dos referencias adicionales. Una a los avisadores, que con su publicidad financian la programación televisiva. Ellos tienen mucho que decir a este respecto y, por ende, una responsabilidad ineludible que asumir. Otra a los padres, que tienen el deber de formar la conciencia y los hábitos y, por tanto, de proteger a sus hijos de malas influencias mientras se les educa y se les prepara para que aprendan a elegir guiados por criterios sólidos. Recordar que, a su turno, les corresponderá a estos últimos asumir el papel de educadores y velar por un adecuado “consumo” de televisión de sus propios descendientes.
Para reflexionar y ¡actuar!
Nota: Este artículo corresponde a la editorial de la Revista Hacer Familia de junio de 2012.




