Homosexualidad: más allá de las funas
Joaquín García Huidobro | Sección: Política, Sociedad
De tres cosas quieren convencernos estos días los líderes de la causa gay:
1) La práctica homosexual es una más entre otras posibilidades, y resulta perfectamente normal;
2) Sostener algo diferente es señal de homofobia;
3) El Estado debe enseñarlo así, y perseguir a quien piense distinto.
Sin embargo, estas ideas no están tan concatenadas como ellos imaginan. Uno podría, por ejemplo, pensar, siguiendo a la Biblia o su propia conciencia, que la práctica de la homosexualidad constituye un desorden moral o, al menos, que no puede considerarse un ideal de excelencia humana, y ser, al mismo tiempo, una persona muy acogedora con los homosexuales. De hecho hay bastantes ejemplos en la materia, lo que no debería sorprendernos, porque reprobar una conducta es algo muy distinto de rechazar a las personas que la practican.
O podría pensarse que la homosexualidad es perfectamente natural, pero que de allí no se deriva que el Estado deba reprimir a quien piense una cosa distinta. En fin, las posibilidades son muy variadas, dependiendo de la filosofía que esté detrás, porque en esta materia no hay neutralidad.
En apoyo de las tres tesis antes mencionadas, se insiste una y otra vez en que ellas son compartidas por “todos” los científicos, y se citan infinitas asociaciones médicas que han hecho declaraciones oficiales al respecto. Tanto se recalca el supuesto consenso obtenido por la ciencia, que termina siendo sospechoso.
En otras áreas, los científicos no están excesivamente preocupados de la regla de la mayoría, y mucho menos pretenden imponerla por la fuerza de la ley. Ellos saben que la ciencia avanza desafiando los paradigmas vigentes, de modo que no comparten la beatería de canonizar las opiniones dominantes. ¿Por qué, entonces, esta materia debería ser una excepción?, ¿qué clase de afirmaciones científicas son ésas que no quieren sujetarse a la posibilidad de ser refutadas?
La ciencia necesita libertad para desarrollarse. Sin embargo, diversas agrupaciones de activistas de índole lesbiana, gay, bisexual y transexual, declaran con orgullo que han sometido a “funas” a los estudiosos que realizan y dan a conocer investigaciones en una dirección distinta de la que se ajusta a los intereses de esas agrupaciones. Es posible que esas investigaciones estén equivocadas y que los activistas tengan razón, pero deberán mostrarlo con argumentos. Las funas son un invento de los nazis, pero no sólo son malas cuando las emplean ellos.
Como en tantos otros campos, de uno y otro lado del debate hay estudiosos honestos que buscan que nuestra ignorancia en la materia sea un poco menor que hasta ahora. Y de uno y otro lado hay gente que hace trampa. Lo razonable es estar atentos a los resultados que se obtengan y favorecer un diálogo respetuoso. La ciencia y la filosofía no necesitan la ayuda de matones de uno u otro signo.
Hace unos días, Social Science Research publicó un estudio del profesor Mark Regnerus, de la Universidad de Texas, donde rebate las investigaciones existentes que afirman que la adopción de niños por parejas homosexuales no tiene efectos negativos sobre ellos, e incluso resulta conveniente. Regnerus estudió a casi tres mil adultos que han vivido en distintas situaciones parentales, y concluye que efectivamente cabe constatar significativas diferencias (en materias como abusos sexuales, drogadicción, delincuencia, etc.) entre personas que han vivido hasta los 18 años bajo la tutela de padres del mismo sexo (particularmente si son lesbianas) y aquellas que han crecido con padres heterosexuales. El estudio de Regnerus está lleno de matices, unos matices que, por desgracia, se echan en falta en la discusión chilena sobre el tema, pero nos proporciona antecedentes que vale la pena considerar.
No sabemos si lo que dice este trabajo constituye o no una palabra definitiva, pero sí será interesante investigar, dentro de unos años, si el profesor Regnerus tendrá libertad y fondos para seguir haciendo estudios de este tipo. Podría ser uno más en la lista de las personas que, desde hace ya muchos siglos, han perdido su cátedra por sostener determinadas opiniones incómodas, una lista que en los últimos años está creciendo de manera alarmante.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.




