Detrás de la Eutanasia
José Antonio Giménez | Sección: Sociedad
Conversábamos con un amigo sobre la difícil situación de ser viejo.
Mi amigo sugirió una solución: que a los viejos se les permitiese drogarse y pasar sus últimos días en el sopor de la inconsciencia.
Me dio que pensar: ¿Por qué es tan brutal volverse viejo? ¿Hubo un tiempo en el cual no era tan malo ser viejo? A mí me cae bien mi abuelo y, aunque no sea la reencarnación del viejo Sócrates, creo que puedo aprender mucho de él. La vejez es otoño, el verano ya pasó. Pero el otoño, el acabarse, ¿no nos estaba ya sugerido en el reinado del verano (del sol absoluto)?
Mientras reine el ideal de la racionalidad ilustrada y de la vitalidad postmoderna, los viejos seguirán sin tener un lugar. Se hablara de eutanasia –la “bella muerte”– para ocultar el verdadero enemigo: la insoportable vejez.
Para los ilustrados la primacía se encuentra en la adultez. Los niños nada saben, viven bajo el imperio de la tradición. La inocencia es ignorancia, es la ausencia de conciencia. El primer acto de la conciencia –el “yo soy”– es un acto de absoluta rebelión. El parricidio es el objetivo de la rebelión y su consecución el comienzo de la historia personal. La historia del yo. “Conciencia crítica”, de Kant a Adorno, es el camino del hombre para alcanzar su “mayoría de edad”. Hay sutiles –sutilísimas– distinciones, pero que no viene al caso aquí discutir. En términos generales la cuestión es así. El viejo es el eclipse de la razón. La pérdida de las potencias, una vuelta a la niñez donde ya no existe la posibilidad de matar otra vez al padre. “Revisionismo, autocrítica, arrepentimiento y reconciliación” son los signos propios de la debilidad de los últimos días. Los ilustrados proclaman la primera crítica, pero desprecian la última; reciben con aplausos su despertar, mas abuchean sus últimos estertores. Pues el límite de la Ilustración es su Crítica. Pero esta Crítica merece ser escuchada. El viejo, cuando no se ha vuelto “nihilista”, se ha vuelto “sabio”. Y la razón ilustrada teme al sabio pues éste dice entre otras cosas: “vanidad de vanidades”, “la soberbia mata”, “sólo sé que nada sé”. Para el sabio la crítica no es el fin de la razón; por eso el sabio vuelve de uno u otro modo a la tradición. Si bien pocos viejos llegan a ser sabios, sólo siendo viejo se puede realmente serlo.
El vitalismo postmoderno no apela tanto a la “mayoría de edad” del adulto como a la jovialidad del joven. El joven es proyecto y promesa. Lo que hace el “vitalismo” es separar la promesa de su cumplimiento, la búsqueda del encuentro para destacar el movimiento entre ambos extremos. Por este trayecto se entiende la “vida”. Se está entonces más vivo de joven que en otra edad, pues hay un largo tramo por recorrer, hay mucho por hacer. Ser viejo es en cambio un “contemplar lo ya hecho”. Los surcos han dejado sus marcas en el viejo: pareciera que esas arrugas son la verdadera cosecha de la siembra. El viejo “ha vivido”. La postmodernidad no puede aceptar que la contemplación sea un modo del vivir. La “última manifestación” del vivir, como la presencia de la promesa en su cumplimiento, de la ansiedad de la búsqueda en el goce del encuentro. Triste es que los viejos tampoco lo ven así. Y en vez de ponerse a contemplar la vida, parece que estuvieran contemplando su muerte.
“El viejo sólo puede ser estimado desde una visión sapiencial. En la visión sapiencial hay que esperar hasta el final para entender el significado del todo”.
Pero no puede negarse que el “viejo postmoderno” no ayuda mucho a potenciar esta visión: viejos aburridos que miran con envidia la vitalidad adolescente y se avergüenzan de “no hacer nada ‘útil’ por la sociedad”. Que en el mejor de los casos se toman un crucero con enfermera y medicamentos a bordo y van a “conocer” el mundo. Como si el tiempo de viajar fuera la vejez… Así no me extrañan que salgan a conversación tales “defensas de la autonomía del viejo”, que no esconden sino un profundo desprecio por la última etapa de la vida.
Sin embargo, aún así, el apocado viejo de nuestros tiempos no deja de ser un viejo, lo que significa que no “deja de haber vivido lo que ha vivido”. Puede por eso una y otra vez volver a querer ser lo que es y, de ese modo –para bien de todos–, volverse “sabio”. Para hacer tal cosa posible, nosotros, los que aún sólo somos viejos en potencia debemos ir en busca de los viejos para que nos enseñen a vivir.
Tampoco seremos realmente jóvenes si no aprendemos de los viejos a serlo.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Ruleta Rusa, http://ruletarusablog.wordpress.com.




