Falta de mística política

Hugo Herrera | Sección: Política, Sociedad

El exceso de mística o de carisma es peligroso para la libertad política, pues hace que los resortes institucionales y el complejo mecanismo de división del poder tiendan a ser sobrepasados por los conjurados o el líder indiscutido. Pero también la ausencia de mística en los grupos gobernantes y de carisma en sus conductores es dañina para la existencia política, pues, allí donde faltan, la sociedad se inclina a desvincularse de su clase dirigente y de sus líderes. La ausencia de mística significa además un punto muerto, donde la carencia vocacional tiende a encontrar satisfacción en las ventajas que da el poder.

Desde Lagos, no hemos tenido presidentes carismáticos. Sí, en cambio, presidentes más o menos queridos, más o menos simpáticos. Pero ni Bachelet ni Piñera han sido conductores capaces de encender esa escurridiza llama que prende en los corazones de quienes están dispuestos incluso a postergar proyectos personales por lo que entienden como una misión de alto significado.

Tampoco contamos hoy con grupos inspirados por una mística común. En los 80 y los 90, por ejemplo, tuvimos una Concertación movida interiormente por un proyecto nacional, que estuvo vivo incluso algunos años después del cambio de siglo. La centroderecha ha sido siempre más individualista; sin embargo, su trabajo serio y constante en zonas urbanas pobres de Santiago, Concepción y Valparaíso, o su defensa de la libertad educacional bajo las presiones totalizantes del proyecto ENU expresaban anhelos fundamentales que eran capaces de articularla como grupo.

Hoy poco o nada de eso ocurre. Ni la Concertación ni la Alianza gozan de esa mística.

La Concertación se desgrana en proyectos personales. El análisis profundo que se iba a hacer de las causas de la derrota de 2010 y la “refundación” que tendría lugar cedieron paso a una lógica sorda de poder, que la ha llevado, salvo excepciones, a una acción política básicamente reactiva: simplemente contra el Gobierno, meramente siguiendo a los estudiantes. Incluso cuando han intentado ampliarse, su único eje común ha sido la acción de oponerse al gobierno (algo tan absurdo como un programa de gobierno que se articulara por la mera idea de “gobernar”).

De su lado, la Alianza tambalea entre los intentos por sacar adelante medidas concretas de un gobierno cuyo plan de ruta se define como en el almacén: al día, y las ambiciones de precandidatos y grupos internos, despertadas ante la cercanía de la próxima elección.

En el entretanto, la sociedad civil se ha desvinculado correlativamente y de modo dramático de las instituciones representativas. Las manifestaciones de los estudiantes, de ciudadanos en Aysén o en el norte del país, no son sólo expresión de “politización” o de la manipulación de extremistas. Su desencadenante profundo es la falta de identificación creciente del pueblo con sus representantes, en la cual tiene incidencia descollante la incapacidad de éstos de transmitir mística política.

Con todo, el pueblo en asamblea callejera no es una alternativa posible a la democracia representativa, pues es sabido que en el asambleísmo terminan dominando las minorías bien organizadas.

Nos encontramos, entonces, ante un verdadero problema.

Porque ocurre que la mística de grupos y el carisma no son fáciles de generar. Probablemente surgen tal como emerge al cielo abierto una planta: recién cuando el agua ha regado la tierra y la semilla que contiene. Si el agua no cae, no hay cómo hacer surgir semillas. De modo parecido: sin principios capaces de interpretar el mundo de manera nueva, de abrir caminos de sentido a la existencia humana, no es posible ni la mística de grupos ni el carisma personal.

Esa es la gran falencia de nuestros días. Estamos llenos de ideas y principios viejos. Llenos de think tanks donde esos principios e ideas son simplemente combinados hasta el cansancio. Llenos de corrientes internas y proyectos personales que buscan perfilar unos más que otros. Pero nos hallamos carentes totalmente de los otros principios, de los principios por venir, de esos que serán capaces de reinterpretar la existencia de tal forma, que hagan nacer nueva mística y nuevo carisma. Un buen inicio sería comenzar a pensarlos.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Segunda.