Es lamentable la desaparición del canto gregoriano
Monseñor Valentín Miserachs | Sección: Religión
La primavera comienza a dar sus primeros brotes en Roma, y basta cruzar las puertas del Pontificio Instituto de Música Sacra para escuchar los sonidos de órganos, violines y coros. Entre sus alumnos hay sacerdotes, religiosas y laicos de los cinco continentes, que convierten el edificio en una verdadera Torre de Babel, donde el único lenguaje común es la música.
Compositor, director de coros y organista, monseñor Valentín Miserachs (1943) es desde 1995 director del Pontificio Instituto de Música Sacra, el centro más importante de música en Roma, creado por el Papa Pío X hace cien años.
Respetado por sus pares, este sacerdote español es enérgico en señalar que la falta de cuidado en la música durante la misa se debe principalmente a la escasa formación de los sacerdotes. “Da pena oír ciertos textos y músicas que no están en consonancia con la sacralidad de la liturgia”, sentencia.
-¿Qué papel desempeña el Pontificio Instituto de Música Sacra en la iglesia?
“Enseñar las disciplinas litúrgico-musicales desde un punto de vista práctico, teórico e histórico; promover el conocimiento y la difusión del patrimonio tradicional de la música sacra, y favorecer expresiones artísticas adecuadas a las culturas actuales. Prestar, además, un servicio a las iglesias locales orientado a la formación de músicos de iglesia y de los futuros maestros en el ámbito de la música sacra. Es un centro romano de alta especialización”.
-¿Por qué usted es partidario de que el Vaticano tenga una comisión de música sacra?
“Siempre he creído que la música sacra merecería un organismo pontificio especial que aunara las competencias que hoy se encuentran repartidas entre varios dicasterios, con escasos y dispersivos resultados. Además, habiendo entregado el Concilio Vaticano II la responsabilidad de la música sacra a las conferencias episcopales, falta un órgano vaticano dotado de autoridad, capaz de coordinar, de orientar y de controlar los repertorios locales. Por desgracia, no parece que haya intenciones serias en este sentido; es decir, una comisión confiada a personas expertísimas y de reconocido valor”.
-Según usted, la música sacra no se cuida, y por eso el canto gregoriano ha desaparecido de la liturgia.
“No se cuida debidamente, porque falta la convicción de que se trata de una cosa ‘sagrada’, indisolublemente unida a la liturgia, que hay que tratar con el mismo respeto que merece lo más santo y sagrado. Se cree a menudo que es un juego de niños, sometido al capricho de aquellos que imponen al pobre pueblo repertorios, instrumentos y estilos generalmente calcados de la música más profana y trivial. Falta ‘cultura’ en el sentido más amplio, empezando por el clero. El canto gregoriano ha desaparecido, y esto es un daño irreparable para la misma fe. Me atrevo a decir que no puede haber verdadera música litúrgica sin canto gregoriano, y que hasta que no se aborde en serio este problema, las iglesias se vaciarán cada día más, sobre todo de jóvenes”.
-¿Cuáles son las propiedades de la música litúrgica?
“Son las que enunció San Pío X en su ‘motu proprio’, confirmadas por el Vaticano II, y por Juan Pablo II. Se resumen en tres: santidad y bondad de formas, y de estas dos características emana la tercera, la universalidad. La música litúrgica tiene que ser apta para todos los públicos y adaptable a los más variados pueblos, cosa que se verifica de manera excelsa en el canto gregoriano, modelo insuperable, fuente de inspiración incombustible, verdadero sacramento de catolicidad”.
-¿Qué instrumentos son correctos para su interpretación, y cuáles no?
“El órgano tubular siempre ha sido considerado el instrumento litúrgico más adecuado, no sólo por su riqueza sonora, sino también por su capacidad de sostener y de fundirse con la voz humana de manera estupenda. Hoy en día hay órganos electrónicos bastante aceptables. Los instrumentos de cuerda y los de viento, sobre todo grupos de metal (trompetas, trompas y trombones), también pueden ser eficazmente empleados. Los de cuerdas pellizcadas, como la guitarra, no reúnen estas cualidades, y no hablemos del piano, de las percusiones y otros estruendos”.
-¿Cree usted que la sensibilidad del hombre moderno lo incapacita para interpretar el arte sagrado musical?
“Es tal vez la ‘insensibilidad’ lo que puede inhabilitar al hombre moderno, no tanto a ejecutar como a ‘gustar’ el arte sagrado musical. La sensibilidad normal de hoy, aunque parezca mentira, es la misma de la que había en tiempos pasados. Como no cambian los gustos de la comida, tampoco cambia en sus elementos sustanciales algo tan inherente a la naturaleza humana como es la música. Crear, o ejecutar, o escuchar una música que prescinda de los elementos constitutivos de ella, el primero de los cuales es sin duda la melodía, seguido de la armonía, es comparable a comer piedras en lugar de los alimentos de siempre. Además, el músico ‘litúrgico’ tiene que sintonizar su sensibilidad con la de la Iglesia, que siempre sabe sacar de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas”.
Nota: Esta entrevista fue realizada por Gustavo Villavicencio y publicada originalmente por El Mercurio de Santiago.




