Hidroaysen, ¿razón o pasión?

Mario Correa Bascuñán | Sección: Política, Sociedad

Hace unos días, intentaba salir de Santiago y escuché la noticia de que se habían reunido cincuenta mil personas en la plaza Baquedano de Santiago, para protestar contra la aprobación en la Región de Aysén del proyecto hidroeléctrico conocido como “Hidroaysén”. Agregaba la noticia que un centenar de esos manifestantes se estaban enfrentando con Carabineros en la Avenida Bernardo O’Higgins. Lamenté esas pequeñas escaramuzas, porque siempre terminan en destrozos, detenidos y lesionados; pero en mi propósito personal, no debían interferir, pues me dirigía desde el Oriente hacia el Poniente por el corredor vial Bilbao-Curicó-Tarapacá, así que pasaría a una cuadras de cualquier problema. Sin embargo, no fue así. Poco más abajo, alrededor de San Isidro, me encuentro con que los cien manifestantes que se enfrentaban con Carabineros eran varios miles y que tenían cortadas todas la calles que tienen dirección norte-sur, con toda la señalización arrancada y con barricadas y fogatas por doquier. Carabineros, a duras penas, lograba mantener abierta la ruta por la que yo iba avanzando muy lentamente, mientras estos jóvenes idealistas del cuidado del medioambiente los agredían impunemente. Delante de mi automóvil, un potente, por no decir prepotente, vehículo con tracción en las cuatro ruedas iba controlando el flujo vehicular, pues se detenía a tramos, aunque hubiera semáforo con luz verde. A éste se acercaban muchachos que no tenían aspecto de delincuentes habituales y, al parecer, recibían instrucciones del referido vehículo. Cada cierto tramo, de éste bajaban elegantes jovencitas, con claro aspecto extranjero, europeas o norteamericanas, con sendas cámaras fotográficas, que tomaban alguna instantáneas y regresaban al todoterreno. Poco más adelante, se repetía la escena, mientras la radio anunciaba que había ochenta y siete detenidos y que las manifestaciones continuaban por varias cuadras más; pero siempre bajando el perfil a los enfrentamientos, mientras los pasajeros de los retenidos automóviles observábamos con impotencia,  estupor y bastante atemorizados este dantesco espectáculo.

Esta experiencia tan desagradable me ha llevado a hacer dos reflexiones. En primer lugar, me llama la atención el manejo de los medios de comunicación que han efectuado quienes se oponen a la construcción de las obras necesarias para la generación de energía hidroeléctrica. Desde hacen ya unos cinco o seis años han ido creando conciencia acerca de la inconveniencia de construir las referidas obras, de manera que hoy lo políticamente correcto es oponerse a Hidroaysén; y cualquier opinión en contrario, es drásticamente descalificada. Por eso, los medios de comunicación se manifiestan abiertamente contrarios a las obras de la Patagonia.

En segundo lugar, me llama la atención la incoherencia entre, por una parte, la preocupación por mantener la pureza virginal de la naturaleza, y por otra, querer destruirlo todo en manifestaciones de protesta.

Entonces, cabe analizar qué es el naturalismo y sus portavoces modernos, los ecologistas, quienes quieren conservar el medioambiente; pero de tal manera que desprecian lo que también la naturaleza da, que es la inteligencia humana.

¿Qué es la naturaleza? Es aquello que el hombre encuentra sobre la tierra, sin su intervención y que se opone a lo artificial, que es aquello que el hombre es capaz de construir y que resulta agregado a la naturaleza, es la obra del intelecto, es, finalmente, la cultura. Si los naturalistas fueran coherentes, serían los opositores a la cultura y propugnarían volver a los orígenes de la especie humana. Por fortuna, no lo son, y viven en una constante contradicción entre querer y no querer las obras que nuestra naturaleza racional ha ido construyendo sobre la faz de la tierra. El progreso es el aumento acumulativo de lo que el hombre es capaz de crear, que ha ido enriqueciendo a la tierra.

En principio, no hay contradicción esencial entre el hombre racional y sus circunstancias naturales. De hecho, la razón es el más indispensable utensilio del hombre y, si no la tuviera, ya no existiría la especie humana, dado  que es el ser más indefenso al momento de nacer, y que si no fuera por la propia naturaleza, que le proporciona lo indispensable para subsistir,  la vida sería imposible.

Es el uso adecuado de la razón lo que ha permitido el progreso  y un mejor desarrollo de la propia naturaleza.

Como muy bien lo ha planteado Gonzalo Fernández de la Mora en “Naturaleza y razón”, lo natural es lo necesario y lo racional, lo libre. Lo inexorable y, por lo tanto, lo previsible, es lo natural; lo indeterminado y, por lo tanto, lo impredecible, es lo racional. El hombre no puede renunciar al ejercicio de la libertad, que le permite avanzar calculada y audazmente hacia lo mejor; innovar y perfeccionar el mundo en que vivimos.

Los ecologistas creen haber patentado el valor de la brisa, la pradera, el bosque, el arroyo, la Pachamama, en un panteísmo confuso. En realidad, no hay persona con un mínimo de sensibilidad que no aprecie la belleza de la naturaleza exuberante y que no quisiera que permaneciera siempre así. El problema es que los grupos ecologistas se apropian del homenaje al medio ambiente, explotando esa sensibilidad natural de las personas.

En esta oportunidad, denuncian los peligros de la construcción de las represas necesarias para generar energía eléctrica, protestando contra los riesgos de la invención humana, mirando como maléfico todo lo que ha hecho avanzar a la especie humana. Las bibliotecas están llenas de las obras de los profetas del horror del progreso, en circunstancias que los problemas no son generados por el desarrollo producido por la creación humana, sino el mal uso que de muchos inventos se ha hecho por personas que han despreciado a la humanidad, para beneficios mezquinos.

Se pide dejar intacta la naturaleza e, idealmente, subsumirse en ella, cuando la aventura del hombre sobre la tierra consiste en liberarse de las dificultades que ella presenta: el frío, el hambre y las enfermedades. La naturaleza circundante es nuestra condición indispensable para vivir; pero hay que dominarla.

El hombre, con el desarrollo de su razón ha desentrañado parcialmente los misterios de la naturaleza, la va acomodando a sus necesidades y paulatinamente encamina la Historia hacia niveles superiores de conocimiento y de realización. Con su razón, va corrigiendo sus propios excesos, rectificando sus errores y restableciendo los equilibrios, de manera que no es una fuerza agresora que destruye su circunstancia, sino que trata de comprenderla y transformarla. Los cambios que el hombre ha logrado en la naturaleza, mediante el uso de su razón, las ha realizado según la naturaleza y no contra natura, pues la razón es producto de la naturaleza y la potencia superior del individuo humano.

El hombre, entonces, sólo debe temer a las pasiones, que inducen al mal uso y al abuso de la creación intelectual.

Para salvaguardar nuestro ambiente, hay que recurrir a la razón y no a las ideologías involutivas y oportunistas. El enemigo de la naturaleza no es la razón produciendo ciencia y técnica, sino la mentira y el error, pues en definitiva nuestro intelecto en la busca de la verdad nos va haciendo más libres, menos pobres e, idealmente, menos agresivos.

No me pronuncio a priori sobre las bondades o peligros del proyecto Hidroaysén. Sólo pido que lo que se resuelva se haga en vista al bien común de la sociedad nacional, con un adecuado uso del razonamiento que nos perfecciona y dejando de lado las ideologías que nos degradan, aunque sean bien remuneradas por diversas Organizaciones No Gubernamentales de origen extranjero, sobre todo europeo.