Desigualdad

Adolfo Ibáñez S.M. | Sección: Historia, Política, Sociedad

El tema de la desigualdad social ha sido recurrente durante los últimos cincuenta años y siempre se lo ha denunciado con estridencia, por lo que pareciera que nada se ha avanzado. Sin embargo ha gravitado fuertemente en la adopción de políticas económico-sociales. Por esto parecemos unos tontos de capirote (para no decir imbéciles), por incapaces de disminuir en algo el problema. De lo contrario tendríamos que concluir que se trata de un asunto “estructural”, contra el cual nada se puede salvo intentar una revolución comunista, con millones de muertos y emparejamiento en la miseria, como se postuló durante aquellos años tan angelicales que antecedieron al setenta y tres, con el catastrófico resultado conocido.

Pero también puede reflejar un asunto de larguísima data en Chile: la morbosidad con que nos solazamos contemplando el vaso medio vacío, en vez de detectar las oportunidades que nos abre la visión del vaso medio lleno. No cabe duda que el espectáculo deprimente es funcional a la prosopopeya demagógica y a la tontería de los que siguen las modas sin detenerse a contemplar la realidad de las cosas. Considerar las complejidades y valorar las potencialidades de las personas descoloca a las ideologías.

Todo indica que por aquí va la consideración del problema de la desigualdad. En nuestro continente nos ubicamos entre los que mejor rendimos este examen: entreverados con Argentina, que siempre estuvo lejos a la cabeza (bien por nosotros, mal por los vecinos). No se nos mira con envidia, sino como un ejemplo de tarea bien hecha que imitar. No hace mucho que el diario Folha de Sao Paulo (23-7-2010) publicó un cuadro en el que Brasil aparecía en noveno lugar (¡qué malo!), pero con orgullo mostraba cuánto se había mejorado (el vaso medio lleno). En esa estadística no figuraba la destrozada Cuba, la otrora Perla del Caribe, que cuando triunfó la revolución comunista hace medio siglo, era el tercer país del continente en índices económico-sociales.

Las cifras mundiales ubican a nuestro continente muy bajo porque en África y en Asia se dan muchos casos de igualdad en la miseria. Por el contrario, los europeos figuran muy altos pero no tienen plata para pagar el asistencialismo de los subsidios. Pretender igualar a la fuerza es la receta de los declamadores depresivos que finalmente nada remedian, pero igual conducen al socialismo. Mirar el vaso medio lleno, en cambio, sana el espíritu y nos despliega oportunidades que sólo aparecen al considerar las realidades.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.