Ser protagonistas
Max Silva Abbott | Sección: Política, Sociedad
Suele decirse que somos hijos de nuestro tiempo. Sin embargo, también es cierto que cada sujeto puede influir en su propia época, puesto que los acontecimientos humanos no ocurren porque sí, sino debido a que personas como nosotros los han llevado a cabo.
Es por eso que las ideas son las grandes palancas de la historia: mal que mal, somos seres racionales, y las cosas que hacemos, las realizamos usando la razón, al tratar de adaptar la realidad a ciertas ideas que tenemos a su respecto. De lo anterior pueden surgir resultados excelentes o siniestros; mas lo importante es darse cuenta que los acontecimientos sociales derivan del quehacer humano.
Hoy, como en cualquier otra época, están ocurriendo cambios. Sin embargo, todo parece indicar que los acontecimientos que se están produciendo actualmente no sólo son de gran envergadura, sino que además, se están llevando a cabo de una manera cada vez más rápida, en parte debido a las increíbles posibilidades que brinda la tecnología.
Ahora bien, muchos se quejan por el rumbo que ha ido tomando nuestra sociedad, pues existen diversas situaciones que los preocupan. Sin embargo, suelen hacerlo desde un cómodo sitial de espectadores, casi exigiéndole a la realidad que se adapte a sus deseos, sin mover un dedo; con lo cual, en el fondo, están dejando que pase aquello que no quieren.
Todos deseamos un Chile mejor, puesto que no es difícil darse cuenta que nuestra convivencia se ha deteriorando notablemente. Lo anterior, a pesar de que la gran mayoría de la población tiene hoy un nivel de vida que nuestros padres ni siquiera soñaron, más allá de la desigual distribución de la riqueza, que pareciera ser una de las causas de este deterioro. Una prueba más de que los bienes materiales no solucionan todos los problemas ni de los hombres, ni de las sociedades.
En buena medida, la raíz de este deterioro de la convivencia social pareciera deberse al creciente individualismo que nos invade. Al estar cada vez más encerrados en nosotros mismos, nos hemos ido convirtiendo en “extraños cercanos”, si así pudiera decirse, al punto que muchas veces no sabemos ni siquiera quién es nuestro vecino.
El problema es que un individualismo extremo resulta, a la postre, tremendamente dañino, porque obsesionado por su propio bienestar, el sujeto acaba queriendo cada vez más y más cosas, incluso a costa de las legítimas necesidades de otros, surgiendo el descontento y el conflicto. Así, la libertad de unos se convierte en un peligro para otros.
Se olvida sin embargo, que el hombre no es un ente autárquico, sino un ser-en-relación, un ser social por naturaleza. Lo anterior significa que está hecho para la convivencia, para la apertura al otro, al punto que el “yo” no puede existir sin un “tú”. De ahí que el bien humano no pueda darse al margen de la sociedad ni en contra suya, porque la sociedad política es el único ambiente en el cual podemos existir.
Por eso es necesario que nos preocupemos de la sociedad a la cual pertenecemos, sencillamente, porque dependemos de la misma. Ella no es sólo un instrumento para satisfacer los intereses egoístas de cada uno, sino el ámbito indispensable para el genuino desarrollo humano. Esto significa que existen necesidades que nos afectan a todos, cuya solución nos beneficia a todos, generando el llamado bien común. El bien común es así una situación o atmósfera indispensable para nuestro propio bien personal, un aspecto absolutamente real y palpable para nuestras vidas.
De ahí que olvidarse del bien común acabe perjudicándonos a todos, puesto que se echa a perder este clima o atmósfera que permite nuestro desenvolvimiento y del cual dependen todas nuestras actividades. Esta es la razón por la que nadie puede permanecer indiferente a las necesidades de la cosa pública, porque a fin de cuentas, la sociedad la constituimos nosotros. Esto mismo explica también que la actividad política sea una tarea no sólo esencial, sino tremendamente noble y necesaria, con la cual debemos colaborar.
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Es por todo lo anterior que nos sentimos motivados ante el nacimiento de Foro Republicano: surge como una instancia de la sociedad civil, para que ella despierte de su letargo o, en otros casos, salga del ajetreo de sus actividades particulares, y haga un esfuerzo por analizar nuestros problemas actuales, a fin de buscar un Chile más humanizado. Lo anterior resulta fundamental, porque los problemas no desaparecen porque no los veamos o no nos preocupemos por ellos.
Como se ha dicho, las cosas no ocurren solas: somos nosotros quienes les servimos de causa. Por eso, si queremos tener injerencia en nuestro futuro común, esto exige esfuerzo, sacrificio, tiempo, recursos, dejar la comodidad y muchas veces, el egoísmo que nos paraliza. Lo anterior es evidente, porque los fines que valen la pena exigen medios proporcionados para alcanzarlos. Como dice el refrán, “lo bueno cuesta”, y es verdad, porque lo mediocre no exige trabajo, no destaca, ni tampoco insta a seguir su ejemplo.
En consecuencia, entendemos Foro Republicano como una instancia para que nos organicemos como parte de la sociedad civil, en razón de que muchas veces quienes tenemos una postura afín nos encontramos aislados o divididos, olvidando que la unión hace la fuerza. Si la sociedad la conformamos nosotros mismos, tanto de manera individual como gracias a los grupos intermedios a los cuales pertenecemos -y que son fundamentales-, nadie mejor que nosotros para colaborar con ella. Es por eso que los principios de subsidiariedad y de solidaridad deben estar permanentemente presentes en esta tarea de reconstrucción del tejido social.
Repito: es necesario tomar conciencia que muchas cosas no se harán si nosotros no las llevemos a cabo. De ahí que debamos conformar grupos de trabajo para que a partir de la propia realidad de nuestras vidas, se debatan los grandes problemas de nuestro tiempo, y luego de un intenso, entusiasta y respetuoso intercambio de ideas, en que nos demos cuenta que todos podemos aportar mucho, se propongan a quienes corresponda, soluciones concretas, realistas y optimistas, tanto a nivel nacional como regional, que ilusionen y hagan volver a creer en los grandes ideales y en un Chile humanizado. Este es el llamado que les hacemos a los aquí presentes, porque su asistencia al inicio de las actividades de Foro Republicano en Concepción demuestra que lo anterior sí les importa.
Sin duda la tarea recién comienza. Se nos presenta un camino largo, lleno de obstáculos y dificultades, pero a la vez, repleto de oportunidades, puesto que los problemas son también desafíos, ocasiones para mejorar. La labor no será fácil, no sólo por lo mucho que hay que hacer, sino también, porque hay ideas que estimamos esenciales, que suelen ser discutidas en el mundo actual, ya sea porque existen personas que no han tomado una opción meditada sobre estas materias -para lo cual es fundamental mostrarles generosa y desinteresadamente nuestros planteamientos-, como también porque existen otras que tienen ópticas distintas.
Con todo, la intención de los convocantes no es imponer convicciones a nadie: sólo queremos poder plantearlas y sugerir soluciones a los problemas que vemos. De hecho, expresar las convicciones que se tengan, respetando la institucionalidad y a los que piensan distinto, no sólo es un derecho propio de cualquier democracia, sino incluso un deber, que debemos realizar por nosotros mismos, por nuestros hijos y por nuestro país.
Foro Republicano es, en suma, un llamado de atención para ser protagonistas de nuestra época.
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En cuanto a nuestros planteamientos, estos deben basarse en una concepción integral y realista del ser humano, no en reduccionismos ni mutilaciones, que lo presenten, por ejemplo, como un ser meramente consumista o hedonista. Es también la única forma de evitar que nos tratemos a nosotros mismos como animales o cosas.
Pero además, debemos darnos cuenta que el hombre, como ser no finalizado, requiere formarse. Por eso las virtudes adquieren una importancia fundamental, porque ellas permiten sacar lo mejor de nosotros mismos y lograr la excelencia humana -también en la vida pública-, lo cual sólo se consigue venciendo el individualismo que hoy nos asfixia.
Es así indispensable formar bien a las personas, porque a fin de cuentas, las instituciones están formadas por ellas, razón por la cual, para que funcionen bien, no basta un mero andamiaje jurídico, aun cuando éste resulte fundamental. Sólo si cambiamos nosotros mismos, podremos cambiar las instituciones.
Es por eso que si existe una adecuada formación de las personas, no le tenemos miedo a la libertad. Queremos la libertad -puesto que constituye una dimensión esencial del ser humano-, pero una libertad responsable, que tenga en cuenta a los demás, que no se oriente sólo en satisfacer los caprichos individuales. Lo que no queremos, es que bajo el pretexto de una libertad mal entendida, unos pasen a llevar o incluso destruyan a otros, porque esto atenta gravemente contra el bien común.
Sin embargo, lo anterior exige recuperar una mínima objetividad ética -una ley natural-, lo cual se hace inviable si prima un individualismo extremo, porque no es posible que todo valga, que se esté imponiendo lo que podríamos llamar una “ética del capricho” –en no pocas oportunidades incitada por los medios de comunicación-, y que muchos se crean con derecho a imponer sus deseos, arbitrariedades o incluso vicios, sin importar a quiénes afecten o incluso destruyan. De ahí que sea fundamental volver al primado de los principios y no sólo defender intereses.
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Ahora bien, un aspecto ineludible para lograr un Chile más humanizado es, a mi juicio, partir de la base del reconocimiento de la trascendencia de la persona humana, de la dignidad inherente que tiene cada sujeto, y de los derechos que le competen al hombre por el sólo hecho de ser tal, de manera independiente a cualquier condición particular que lo afecte.
Lo anterior significa que si de verdad creemos en unos derechos humanos que tenemos todos sin distinción, debemos ser consecuentes con ellos: porque el primer derecho humano fundamental, base y requisito de todos los demás, es el derecho a la vida, que diversas iniciativas pretenden desconocer, y que constituye uno de los problemas más graves que actualmente nos aquejan. De hecho, estoy seguro que para muchos de ustedes, esta ha sido una de las razones que ha motivado su presencia aquí el día de hoy.
El derecho sacrosanto a la vida debe ser protegido siempre, razón por la cual nunca se puede permitir que se atente contra la vida inocente, desde su concepción hasta su muerte natural. Si somos realmente coherentes con los derechos humanos, debemos respetarlos siempre -partiendo por el derecho a la vida-, nos guste o no nos guste, nos convenga o no nos convenga. No se puede pretender -pues sería una farsa- que por intereses personales, comodidad, irresponsabilidad o fastidio, invoquemos estos derechos para eliminar a otros seres humanos que nos molestan, como en el caso del aborto o de la eutanasia. Tómese en cuenta, además, que la idea misma de derechos humanos surgió precisamente para proteger a los más débiles. El Derecho debe ser, en consecuencia, la razón que impera entre los hombres, no un arma para el abuso de los poderosos.
Por lo tanto, si partimos de esta base, esto es, del irrestricto respeto por la persona humana inocente, cualesquiera que sean sus circunstancias, creemos que hemos encontrado una base sólida, la verdadera piedra angular para plantear nuestras ideas, que busquen la promoción integral de todos los hombres y su verdadero desarrollo, tanto material como espiritual, y tanto a nivel individual como social.
Un segundo aspecto fundamental es, en mi opinión, la apertura a la trascendencia: sea cual fuere la actitud que tenga el sujeto hacia lo sobrenatural, lo importante es que esta dimensión, tanto para los que abrazan algún credo como para los que no lo hacen, no resulte amordazada, porque constituye una parte esencial del hombre como ser racional y moral. Es por eso que el ámbito de lo religioso no puede quedar relegado sólo a la vida privada, sino que debe tener, en un clima de respeto, y de manera pública, igual cabida que otras concepciones del hombre que excluyen esta dimensión.
Un tercer elemento capital es, a mi juicio, la familia. Puesto que somos mortales, resulta indispensable para nuestro país, como por lo demás para cualquier sociedad, la promoción de la familia como institución natural. Como se sabe, es en virtud de nuestra propia esencia que llevamos impresa la tendencia a la procreación, a fin de que la especie humana continúe sobre la tierra. Ahora bien, debido a nuestra naturaleza sexuada, lo anterior hace imprescindible la unión entre hombre y mujer, lo que de paso prueba que ambos poseen una común dignidad. Sin embargo, puesto que se trata de una tarea larga, que consume prácticamente la mitad de la vida, se requiere de un marco institucional adecuado, de una estructura jurídica que proteja esta situación: el matrimonio entre hombre y mujer, que es el lugar más idóneo para lograr la crianza y educación que los hijos merecen.
La familia constituye así, y según declara acertadamente nuestra Constitución, la célula fundamental de la sociedad. Es por eso que buena parte de los problemas que constatamos hoy y de las soluciones que propondremos, deben pasar por la familia. Ello hace indispensable fortalecerla e incentivarla, porque en el futuro de la familia se fragua el futuro de nuestras sociedades. Puesto que los hombres somos seres no finalizados, la familia resulta esencial para la formación humana de cada uno de nosotros. Y como somos personas, tenemos el derecho a recibirla, porque los hijos no son una cosa o un elemento más de la calidad de vida de sus padres, sino personas tan valiosas como ellos.
Todo esto revela que la familia debe ser otra de las piedras angulares de la sociedad que queremos, puesto que es la mejor inversión que podemos hacer por nuestro futuro, ya que como hemos dicho, sin personas no hay sociedad.
Pero las familias requieren subsistir y satisfacer sus legítimas necesidades. Es por eso que la economía, el trabajo, la salud, la educación o la vivienda, entre otras muchas materias, son necesidades de primer orden, para que ella logre tener un clima adecuado para cumplir su papel irreemplazable en cualquier sociedad. Lo anterior exige dejar de verlo todo o casi todo en términos meramente económicos, de una fría y miope productividad. En este sentido, constituye un grave imperativo volver a ubicar las cosas en su sitio, porque no puede ser que termine siendo el hombre o la familia quienes sirvan a la economía. Sin embargo, hoy estamos tan embebidos por esta espiral de producción y consumismo, por esta verdadera economía del despilfarro, que incluso la vida misma -en particular los hijos- es vista a veces como un estorbo, como un enemigo que debiera ser anulado a toda costa; lo cual es absurdo, porque sin personas, tampoco habría economía.
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Así pues, debemos debatir sobre estas y otras legítimas y urgentes preocupaciones del día de hoy entre todos, en las comisiones que se vayan formando para tal efecto, a fin de crear una red de personas e instituciones que se aboquen a esta noble e importante tarea. Lo anterior resulta propio de cualquier foro que merezca ese nombre, porque en una de sus acepciones, “foro” significa precisamente, “reunión para discutir temas de interés actual ante un auditorio que a veces interviene en la discusión”.
Como se ha dicho, esta fase de discusión resulta esencial, porque cada uno ve la realidad desde su perspectiva particular. Es por eso que necesitamos de las opiniones y experiencias de todos ustedes, sea cual fuere su papel en la sociedad. Si cuatro ojos ven más que dos, cientos pueden ver muchísimo más. Es eso lo que requerimos, para no caer en soluciones teóricas, ideológicas, irreales o dogmáticas: necesitamos complementar nuestras visiones para llegar a proponer respuestas humanas y realistas a los problemas que nos aquejan.
Con todo, resulta indispensable añadirle ilusión a esta noble y urgente tarea, porque debemos atrevernos a volver a pensar y a soñar. Como hemos dicho, nadie hará esto por nosotros, motivo por el cual lo anterior se convierte en un grave deber. Y con razón, puesto que las generaciones futuras podrían muy bien pedirnos cuentas sobre nuestro grado de responsabilidad en los acontecimientos de esta época, acontecimientos que sin duda los afectarán, para bien o para mal. Así, podrían preguntarnos: “y tú, ¿qué hiciste por lograr un Chile mejor? ¿De qué manera? ¿Te preocupaste por tus hermanos, por los desvalidos, por los que no tenían voz? ¿O simplemente te quedaste encerrado en tus propios asuntos, indiferente a los problemas que se acumulaban a tu alrededor? ¡Contéstame!”.
La tarea, insistimos, no será nada fácil, y debemos estar preparados para superar las inevitables desilusiones e incluso dudas que pudieran asaltarnos en el camino. Porque lo que realmente cuesta muchas veces no es tanto comenzar algo -si bien eso ya constituye una gran muestra de fortaleza-, sino perseverar, continuar a pesar de todo. Sabemos además, que esta tarea nunca termina, tal como nunca acaban los problemas y desafíos que salen al encuentro del hombre; una prueba más de su increíble potencial e indudable dignidad.
El desafío está planteado. De nosotros depende hacerlo propio, muy propio y llevarlo a cabo según nuestras posibilidades. Debemos estar a la altura de los acontecimientos, responder adecuadamente a los desafíos de nuestra época, sentir la responsabilidad de participar como constructores de nuestro tiempo, artífices de nuestro futuro. Es toda una aventura, que como siempre, conlleva sus riesgos; pero en este caso, sentimos el riesgo como una noble actitud.
Hacemos, pues, un llamado a todos los participantes y a los muchos más que no han podido venir por diversas razones, a colaborar con este naciente Foro Republicano de Concepción. Todos somos importantes, todos somos necesarios, todos tenemos algo que aportar, para lo cual no sólo haremos uso de nuestras propias fuerzas, sino también, los creyentes, invocaremos la ayuda de Dios.
Nota: Este artículo corresponde a la presentación que hizo su autor en la reciente reunión inaugural de Foro Republicano de Concepción.




