Navidad. Simplemente una composición de lugar
José Luis Widow Lira | Sección: Historia, Religión
Belén está pocos kilómetros al sur de Jerusalén. Más o menos 10 (hoy es menos por el crecimiento de las ciudades). El camino se podía hacer a pié en unas 2 horas. Quizá algo más si se viajaba con carga. Un camino polvoriento unía ambas ciudades. Nada más en torno al pueblo quebraba la vista. El resto del entorno de Belén era un paisaje más bien monótono, desértico, ocre, en el que el viento levantaba fácilmente el polvo haciendo que se depositara sobre techos, muros, piedras y cuanta cosa se alzara sobre el relieve del terreno. La sequedad estaba acompañada de escasa vegetación. Arbustos cuyo verde opaco se escondía también bajo el polvo. Uno que otro olivo. Había animales, especialmente ovejas y cabras. Asnos de carga. Camellos o dromedarios se veían, pero sólo en el camino que llevaba a Jerusalén. A ellos tenían acceso hombres de mayor fortuna que los que vivían en Belén. Montañas y colinas de baja altura, no más de500 m. sobre el nivel del mar, eran el panorama que acompañaba la aldea. De hecho Belén no se asienta en terreno plano, sino que tiene un ligero declive. El clima, en el momento del año que nos ocupa, era más benigno, pues la temperatura bajaba y si bien no hacía frío, si solía estar fresco. En torno a los 12 grados era lo usual. A veces caían algunas mezquinas gotas de lluvia.
Las casas de Belén eran pequeñas y casi todas pobres. Todas encaladas. Muy pocas tenían un segundo piso, al que, en general, se accedía por una escalera exterior. La mayor parte eran casas de uno o dos ambientes. Muchas veces subdivididos por telas que colgaban desarregladamente desde toscas vigas. Los pocos muebles eran rudimentarios y estrictamente funcionales. El ornato, si lo había, era escaso. Algún paño bordado por la dueña de casa que descansaba sobre una mesa, algún jarrón y una fuente de frutas ponían algo de color. El suelo era casi siempre la misma tierra muy apisonada. Las casas mejor puestas tenían un rústico entablado. Muchas de las casas tenían un pequeño establo, cuatro palos mal cubiertos de paja y barro, cerrados por un cerco o tapia de palos y restos secos de vegetación. Lo mínimo como para encerrar los animales y disponer uno o dos pesebres donde se alimentaban, más algunos cubos de agua donde bebían. En algún rincón del establo, uno que otro fardo desordenado de paja esperando para nutrir a las bestias.
Los albergues no eran más elaborados que las casas. Sí, con algunas habitaciones más. Algunos de ellos eran los edificios de dos pisos que mencionamos. Había más albergues de lo que primeramente se pensaría. Se debía al hecho de que Belén se situaba en la ruta comercial que iba desde Jerusalén al sur.
A esta aldea llegaron José y María para el censo. José vestía, a la usanza de la época, una túnica simple, originalmente blanca, pero que entonces ya estaba más oscura de uso y tiempo. La ceñía con una cuerda. Sobre ella, otra túnica abierta delante de un color que alguna vez quiso ser marrón, pero que ahora estaban desteñida por el sol y las muchas veces que fue lavada para intentar quitarle el polvo que se le colaba en la trama. Su cabeza la cubría con un paño cuadrado del mismo color que la túnica exterior, ceñido con un cordón, muy sucio por la conjunción de tierra y sudor. Calzaba sandalias de cuero trabajado con rudeza. Ella, cerca de los nueve meses de embarazo, también usaba el ropaje propio de una mujer pobre. Una túnica decolorada, algo raída, que si normalmente iba rodeada en la cintura por algún pequeño cordón, ella la llevaba suelta por su estado. Sobre esa túnica un paño grande puesto sobre los hombros que cruzaba hacia adelante y caía hasta la altura de la rodilla. En la cabeza, un pañuelo blanco que, atado con gracia, le protegía, aunque poco, del polvo y de las inclemencias del clima. También calzaba sandalias de cuero.
Después de haber fracasado en la búsqueda de albergue, pidieron a una familia del lugar, para acomodarse, el establo. Un pequeño cobertizo adosado a la pared trasera de la casa, de cinco metros por cuatro. María, secundada por José, hizo lo que pudo para limpiar el lugar. Improvisó una escoba atando un haz de paja a un palo. Con ella limpió el lugar de las heces animales y de otros despojos. José corrió el asno hacia la parte trasera del establo y lo amarró a una estaca para que no estorbara. Del abrevadero sacó algo de agua para remojar el lugar y asentar el polvo. Esto lo repetía varias veces en el día. María retiró los restos de paja del pesebre y luego de limpiarlo con abundante agua, puso en él paja fresca y limpia. Sobre la paja, dispuso algunos paños blancos. Así quedó preparada la cuna que recibiría al Rey de reyes. Había en el establo otros animales. Un par de ovejas y una cabra. Mientras las ovejas quedaron, la cabra fue llevada fuera y atada a un poste. El dueño de casa, generoso, permitió que José extrajera leche para su consumo.
En este establo, ubicado en Belén –Beit Léjem, que quiere decir la casa del pan– nació milagrosamente, conservando la integridad virginal de su madre, antes, durante y después del parto, el Pan de Vida. El primer sagrario, aparte del sagrado vientre materno, fue el rústico pesebre que lo acunó, al cual, ahora, ya no acudirán animales para alimentarse, sino todo aquel que tuviera hambre de vida eterna.
¡Feliz Navidad!




