Capitalismo y derecho a surgir

Jeb Bush | Sección: Política, Sociedad

El “diputado” Paul Ryan ha ofrecido una hábil idea para describir el concepto esencial de la libertad económica: “El derecho a surgir”.

Piénsenlo. Hablamos del derecho a la libertad de expresión, de poseer armas, de reunión. El derecho a surgir no parece ser algo que tengamos que proteger.

Pero hay que hacerlo. Tenemos que hacer que sea más fácil a la gente hacer aquellas cosas que les permitan surgir. Tenemos que dejarlos competir. Hay que dejar a la gente a luchar por sus negocios. Tenemos que dejar a la gente tomar riesgos. Tenemos que dejarlos fracasar. Hay que dejar a la gente que sufra las consecuencias de decisiones erradas. Y necesitamos dejar que la gente disfrute de sus buenas decisiones, y aun de su buena suerte.

Eso es lo que significa la libertad económica. Libertad de tener éxito y también, de fracasar, la libertad de hacer algo o no hacer nada. La gente entiende esto. La libertad de palabra, por ejemplo, quiere decir que toleramos una cantidad de basura verbal o visual para tener la seguridad que los individuos tengan el derecho a decir lo que sea necesario decir, aun cuando sea inconveniente o impopular. Perdonamos los abusos de la libertad de palabra, porque apreciamos sus ventajas.

Pero cuando nos enfrentamos con libertad económica, perdonamos menos los ciclos de bonanza o de pérdida, de tanteos, de fracasos y éxitos que son partes de la realidad del mercado y de la misma vida.

Más y más hemos permitido a los gobernantes que hemos elegido, que nos limiten nuestras libertades económicas aprobando cada año miles de leyes y reglamentos. Si vemos una tragedia, exigimos un reglamento que la prevenga. Encontramos fraude y exigimos más leyes. Vemos que una industria está moribunda, y exigimos que se la salve. Cada vez exigimos: “Hagan algo… lo que sea”.

Como gobernador de Florida por 8 años, me pidieron que “hiciera algo” casi todos los días. Muchas veces lo resistí, vetándolo, pero a veces me sometí. Y no estaba solo. Alcaldes, administradores departamentales, gobernadores y presidentes nunca piensan que sus leyes vayan a dañar al mercado libre. Pero lo hacen al acumularse, y hemos llegado a poner en peligro el derecho a surgir.

Pobre líder que no proponga un plan de éxito económico, a través de intervención del gobierno. “Tener confianza en la eficiencia del mercado” no es una frase que se encuentre en el lenguaje político.

¿Hemos perdido la fe en el sistema de libertad económica, de libertad de empresa? ¿Es que no queremos depositar nuestra confianza en el caos creativo que producen millones de personas en busca de sus propios intereses económicos?

El derecho a surgir no requiere de una utopía libertaria. Requiere, en cambio, de reglas simples y mejor orientadas, y menos numerosas. Reglas que se establezcan después de un análisis honesto de sus costos y beneficios. Reglas que tengan fecha de extinción, de modo que puedan ser eliminadas o corregidas cuando cambien las condiciones. Reglas que resuelvan las disputas más rápido, y sean menos onerosas, arbitrándolas en vez de litigarlas.

En Washington las reglas van en dirección contraria. Su alcance y complejidad crecen en forma explosiva. Se originan bajo una nube de ignorancia, y años después de aprobarlas, nadie sabe cómo van a funcionar.

Podemos seguir por el camino presente, camino en el que una persona puede tener éxito solo hasta cierto punto, antes de castigarlo con impuestos ruinosos, donde el comercio ignora a su propio riesgo la acción del gobierno, y donde el estado decide cómo debe gastarse una enorme proporción de los recursos económicos.

O podemos volver al camino que seguimos una vez y que nos ha servido bien, un camino en el que los individuos, actuando en libertad y con pocos límites, so capaces de buscar fortuna y prosperidad como mejor les parezca, un camino en el que el papel del gobierno no es ajustar el mercado sino ayudar a los ciudadanos a prosperar en él.

En resumen, tenemos que elegir entre la línea recta propuesta por los partidarios del estado, y la línea zigzagueante de la libertad económica. La línea recta de un crecimiento controlado es lo que prometen los partidarios del estado, pero que nunca puede producir. La línea zigzagueante no ofrece ninguna garantía pero tiene una historia poderosísima de conducir a la mayor prosperidad y la mayor oportunidad para la mayoría de la gente. No podemos saber por anticipado qué promete la libertad a 312 millones de personas. Pero a menos que estemos dispuestos a explorar la línea zigzagueante de la libertad, vamos a estar sometidos a una línea recta. Y esa línea recta es siempre plana.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por The Wall Street Journal. La traducción al castellano es de Raúl Alessandri.